
No sé si Verdi pensaba como el protagonista de su Rigoletto que “la donna e mobile qual piuma al vento…”. Lo cierto es que mucho antes de que el maestro de la ópera verista conquistara la escena lírica musical, Italia dio al mundo mujeres compositoras de notables méritos, para nada volátiles ni superficiales, como las que escribieron las partituras interpretadas en una de las veladas más agradecidas del VI Festival Leo Brouwer de Música de Cámara.
La protagonista de la jornada fue la soprano italiana Anna Aurigi, quien congregó un elenco en el que destacaron dos formaciones vocales cubanas, Luna, bajo la dirección de Wilmia Verrier, y Audinos, conducida por Maykel Iglesias. Más allá de sus particularidades de género —en Luna cantan solo muchachas, y en Audinos muchachos—, destacó en ambos casos un ejercicio profesional sumamente ajustado en estilo y proyección. De Italia vino también Giovanni Bellini, para sonar la tiorba (de la familia del laúd) que completó equipo con la versátil cubana Anolan González en la viola da gamba.
Especialista en el arte vocal del Barroco italiano, minuciosa en el montaje y la transmisión de ese repertorio, la Aurigi es de esas intérpretes a las que no les basta ser fiel a las partituras, sino también a sí misma: tal es la carga de sinceridad y sensibilidad de su entrega; y de su identificación con el coraje intelectual de aquellas mujeres que rompieron moldes en su tiempo.
Primero ella y luego el Ensemble Luna transitaron por los madrigales de Maddalena Casulana (1544–1590), la primera mujer en la historia musical de Europa occidental en trascender por su obra impresa.
Audinos, además de dos piezas de la Casulana, abordó la Ghirlanda de madrigali, a cuatro voces, de Vittoria Aleotti (1575-¿1640?), todo un misterio, pues no se sabe a ciencia cierta todavía si al ingresar en un convento agustino cambió su nombre por Raffaella, de modo que aparecen colecciones firmadas por una u otra identidad.
La Aurigi incluyó solo dos piezas de Francesca Caccini (1587–1641), las canciones O vive rose y Ché si puo fare. Su padre Giulio fue un personaje en la vida cultural florentina e involucró a la muchacha como cantante en la ofrenda musical por los esponsales de Enrique IV y María de Médicis en 1600. Posiblemente haya sido la primera mujer en escribir óperas. Al menos La liberación de Ruggiero de la isla de Alcina (1625) se registra como uno de los sucesos más aclamados en la corte de los Médicis.
Sin embargo, el plato fuerte de la velada por parte de la Aurigi, y al final con el concurso de los cantores cubanos y el bajo continuo de Anolan González en Gli amante falliti, fue Barbara Strozzi (1619–1677). Se dice que su padre, poeta y abogado, la adoptó aunque era su verdadera hija. A la belleza física sumó un talento cultivado y, sobre todo, una apuesta por ser ella misma, desprejuiciada e intensa, como su música, de inflexiones líricas y audaces giros melódicos —plenamente asumidos por la Aurigi— y acentos irónicos.
No dejó de ser paradójico que ese aire emancipador estuviera acompañado, en la escena del teatro Martí, por modelos de la firma italiana Bellissima, que exhibieron sus colecciones. La Strozzi liberada frente a una oferta frívola y banal.
Cosas del patrocinio. No quiero pensar que esto tenga que ser así. Sostener un festival con figuras de primera línea que nos enriquecen, cuesta, pero cuidado con las concesiones. Como contrapartida, el ambiente previo al concierto, una mascarada jubilosa, con el acordeonista Marco lo Russo en los jardines del Martí, en plena vocación virtuosa.












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