El lago de los cisnes es un ballet que juega con las memorias, en el que la danza clásica —como decía Carpentier— “se desdobla en ternura”. En la primera semana del clásico sobre las tablas de la sala Avellaneda del teatro Nacional, un grupo de jóvenes bailarines del Ballet Nacional, tuvo una buena oportunidad y un compromiso: mantener el prestigio de una célebre compañía.
Cada una de las bailarinas que interpretaron ese difícil doble papel, reclama la más justa valoración de sus facultades y aportes individuales. Y ello no implica concesiones, sino un criterio inteligente que permita al espectador seguir sus ejecuciones, no con el ánimo de establecer comparaciones inútiles, sino de descubrir lo que sus personalidades artísticas son capaces de darnos.
En una de las más completas funciones de la temporada, la primera bailarina Viengsay Valdés, como Odette-Odile estuvo espléndida. Inteligencia, lirismo y fuerza marcaron su desempeño. En su Odette no hubo disonancias. Demostró la coherencia de su desarrollo artístico, y tejió hasta el último detalle el cisne blanco. Odile fue de alto calibre, guardando para la coda buenas cartas, en especial el giro quíntuple al comienzo de la serie de fouettés combinados, los violentos piqués, el desplazamiento a lo ancho del escenario en arabesque sauté (la conocida vaquita) y el salto final perfectamente sorteado y llevado a buen término por el joven partenaire Víctor Estévez como el Príncipe Sigfrido.
Él, un bailarín idóneo —físicamente— para estos papeles, va desarrollándose del lado técnico, aunque con ciertas limitaciones sobre todo del lado de la proyección del personaje al que debe inyectar más vida.
LAGOS DIFERENTES
Otras figuras que van haciendo historia en la compañía, asumieron roles protagónicos. Yanela Piñera va madurando y dejando en claro sus condiciones. Su Odette fue dibujada por su personalidad, parecía toda una consagrada, aunque debe poner énfasis en ciertos matices del rostro para lograr la perfección. La Odile tuvo altos instantes porque condiciones naturales le sobran.
Los minutos del dúo de amor dieron oportunidad para una entrega estética de alto nivel, donde afloró la excelencia de la labor de pareja de Camilo Ramos.
Antes de entrar a comentar la función del domingo último, es menester volver a poner énfasis, esta vez con mayor fuerza, en el tema de la indisciplina social, que como se ha dicho desde estas páginas una y otra vez, está haciendo mella también en los teatros.
Niños de brazos llorando, celulares que no se apagan, voces inoportunas, vestimentas incorrectas y actitudes impropias como la que protagonizó una mujer que en el momento cumbre del segundo acto irrumpió en la escena tratando de boicotear la labor del BNC.
Acción injustificable, inaudita, vulgar y tantos otros adjetivos con los que se deben calificar esas conductas impropias que proliferan como las malas hierbas, y a las que se debe poner coto ya, sin contemplaciones, porque en ello va en juego algo tan importante como nuestra idiosincrasia y nacionalidad, y nadie tiene derecho a echar por tierra el sacrificio que ha costado construirla.
Sobre esas actitudes es momento ya que caiga el peso de la justicia, aunque el del público asistente a esa jornada, con sus ovaciones a los bailarines cuando volvieron a escena dieron su apoyo incondicional a una compañía, que es, sobre todo, patrimonio de nuestra cultura, orgullo de la cubanía, bandera alta que ondea con luz propia por dondequiera que se presente en el mundo. Y merece, como tal, el más riguroso respeto de todos y cada uno de los asistentes a sus funciones.
Por supuesto, que esa acción contrarió a los intérpretes, en particular a los protagonistas Amaya Rodríguez y Arián Molina, quienes en los primeros instantes, los nervios y la desconcentración lógica, salieron a flote. Algo que con el decursar del tiempo se transformó en empeño por hacer una magistral interpretación, lograda en toda su extensión.
Ella, como Odette acercó un personaje tierno y angustiado. Fuertes aplausos saludaron, ya al final del adagio, un desempeño cuajado de sensibilidad. Otra faceta de la bailarina trajo el tercer acto. Su Odile no es en modo alguno espectacular. Queda en claro una vez más como enseñanza que El lago… no es solo el limitado desafío técnico que tanto esperan muchos aficionados, sino un gran ballet que demanda una dosis artística, de la mano de una técnica lograda.
Ella está en el momento dirigido a pulir un personaje que va haciendo cada vez más suyo. Arián Molina dejó agradable estela, primero en la danza española del viernes junto a la juvenil Dayesi Torriente, y después en el Sigfrido.
EN CONJUNTO
El pas de trois del I acto, pasó sin espectacularidad unísona, en estas funciones comentadas. Hubo, eso sí, actuaciones brillantes aisladas, como las protagonizadas, entre otras, por Lissi Báez; Ginett Moncho, Grettel Morejón y Estheysis Menéndez, así como Serafín Castro, muy bien en su variación aunque en la coda tuvo ciertas imperfecciones.
El pas de six del viernes (Aymara Vasallo, Analucía Prado, Amanda Fuentes, Alejandro Silva, Raúl Morera y Lyvan Verdecia), merece un particular aplauso, por la entrega de estos bailarines.
Vale la pena detenerse en un papel que generalmente pasa sin penas ni glorias por la escena: la reina madre que en la piel de la elegante Carolina García adquiere tintes reales. Algo que también logra la consagrada bailarina que es Ivette González.
En términos generales el cuerpo de baile, especialmente en el acto blanco estuvo bastante homogéneo, y de la música —punto neurálgico en estos días—, se escucharon no pocas disonancias en los metales de la orquesta. Aunque a decir verdad, el viernes sonó mucho mejor, siempre de la mano del joven y ágil director Giovanni Duarte. El Lago de los cisnes continuará este fin de semana en el teatro Nacional.
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Tomás dijo:
1
27 de junio de 2014
09:04:21
Juan Ricardo Tur Pineda dijo:
2
28 de junio de 2014
04:09:55
Gualterio Nunez Estrada dijo:
3
28 de junio de 2014
08:19:50
Mario dijo:
4
30 de junio de 2014
18:36:12
RC dijo:
5
1 de julio de 2014
09:01:59
Ingrid Rodriguez dijo:
6
2 de julio de 2014
09:33:31
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