ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Amaya Rodríguez y Arián Molina en el Lago. Foto: Nancy Reyes

El lago de los cisnes es un ballet que juega con las memorias, en el que la danza clásica —como decía Carpentier— “se desdobla en ternura”. En la primera semana del clásico sobre las tablas de la sala Avellaneda del teatro Nacional, un grupo de jóvenes bailarines del Ballet Na­cional, tuvo una buena oportunidad y un compromiso: mantener el prestigio de una célebre compañía.

Cada una de las bailarinas que interpretaron ese difícil doble papel, reclama la más justa va­lo­ración de sus facultades y aportes indi­vidua­les. Y ello no implica concesiones, sino un cri­terio inteligente que permita al espectador se­guir sus ejecuciones, no con el ánimo de establecer comparaciones inútiles, sino de descubrir lo que sus personalidades artísticas son capaces de dar­nos.

En una de las más completas funciones de la temporada, la primera bailarina Viengsay Val­dés, como Odette-Odile estuvo espléndida. In­teligencia, lirismo y fuerza marcaron su desempeño. En su Odette no hubo disonancias. De­mostró la coherencia de su desarrollo artístico, y tejió hasta el último detalle el cisne blanco. Odile fue de alto calibre, guardando para la coda buenas cartas, en especial el giro quíntuple al co­mienzo de la serie de fouettés combinados, los violentos piqués, el desplazamiento a lo ancho del escenario en arabesque sauté (la conocida vaquita) y el salto final perfectamente sorteado y llevado a buen término por el joven partenaire Víctor Estévez como el Príncipe Sigfrido.

Él, un bailarín idóneo —físicamente— para estos papeles, va desarrollándose del lado técnico, aunque con ciertas limitaciones sobre todo del lado de la proyección del personaje al que debe inyectar más vida.

LAGOS DIFERENTES
Otras figuras que van haciendo historia en la compañía, asumieron roles protagónicos. Ya­nela Piñera va madurando y dejando en claro sus condiciones. Su Odette fue dibujada por su personalidad, parecía toda una consagrada, aunque debe poner énfasis en ciertos matices del rostro para lograr la perfección. La Odile tuvo altos instantes porque condiciones naturales le sobran.

Los minutos del dúo de amor dieron oportunidad para una entrega estética de alto nivel, donde afloró la excelencia de la labor de pareja de Camilo Ramos.

Antes de entrar a comentar la función del domingo último, es menester volver a poner énfasis, esta vez con mayor fuerza, en el tema de la indisciplina social, que como se ha dicho desde estas páginas una y otra vez, está haciendo mella también en los teatros.

Niños de brazos llorando, celulares que no se apagan, voces inoportunas, vestimentas incorrectas y actitudes impropias como la que protagonizó una mujer que en el momento cumbre del segundo acto irrumpió en la escena tratando de boicotear la labor del BNC.

Acción injustificable, inaudita, vulgar y tantos otros adjetivos con los que se deben calificar esas conductas impropias que proliferan como las malas hierbas, y a las que se debe poner coto ya, sin contemplaciones, porque en ello va en juego algo tan importante como nuestra idiosincrasia y nacionalidad, y nadie tiene derecho a echar por tierra el sacrificio que ha costado construirla.

Sobre esas actitudes es momento ya que cai­ga el peso de la justicia, aunque el del público asistente a esa jornada, con sus ovaciones a los bailarines cuando volvieron a escena dieron su apo­yo incondicional a una compañía, que es, sobre todo, patrimonio de nuestra cultura, orgullo de la cubanía, bandera alta que ondea con luz propia por dondequiera que se presente en el mundo. Y merece, como tal, el más riguroso respeto de to­dos y cada uno de los asistentes a sus funciones.

Por supuesto, que esa acción contrarió a los intérpretes, en particular a los protagonistas Ama­­ya Rodríguez y Arián Molina, quienes en los primeros instantes, los nervios y la desconcentración lógica, salieron a flote. Algo que con el de­cursar del tiempo se transformó en empeño por hacer una magistral interpretación, lograda en to­­da su extensión.

Ella, como Odette acercó un personaje tierno y angustiado. Fuertes aplausos saludaron, ya al final del adagio, un desempeño cuajado de sensibilidad. Otra faceta de la bailarina trajo el tercer acto. Su Odile no es en modo alguno espectacular. Queda en claro una vez más como enseñanza que El lago… no es solo el limitado desafío técnico que tanto esperan muchos aficionados, sino un gran ballet que demanda una dosis artística, de la mano de una técnica lograda.

Ella está en el momento dirigido a pulir un personaje que va haciendo cada vez más suyo. Arián Molina dejó agradable estela, primero en la danza española del viernes junto a la juvenil Dayesi Torriente, y después en el Sigfrido.


EN CONJUNTO
El pas de trois del I acto, pasó sin espectacularidad unísona, en estas funciones comentadas. Hubo, eso sí, actuaciones brillantes aisladas, co­mo las protagonizadas, entre otras, por Lissi Báez; Ginett Moncho, Grettel Morejón y Es­they­sis Menéndez, así como Serafín Castro, muy bien en su variación aunque en la coda tuvo ciertas imperfecciones.

El pas de six del viernes (Aymara Vasallo, Ana­lucía Prado, Amanda Fuentes, Alejandro Silva, Raúl Morera y Lyvan Verdecia), merece un particular aplauso, por la entrega de estos bailarines.

Vale la pena detenerse en un papel que generalmente pasa sin penas ni glorias por la escena: la reina madre que en la piel de la elegante Ca­rolina García adquiere tintes reales. Algo que tam­bién logra la consagrada bailarina que es Ive­tte González.

En términos generales el cuerpo de baile, es­pecialmente en el acto blanco estuvo bastante homogéneo, y de la música —punto neurálgico en estos días—, se escucharon no pocas disonancias en los metales de la orquesta. Aunque a decir verdad, el viernes sonó mucho mejor, siempre de la mano del joven y ágil director Giovanni Duarte. El Lago de los cisnes continuará este fin de semana en el teatro Nacional.



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Tomás dijo:

1

27 de junio de 2014

09:04:21


Si hasta Dios criticaron...... entonces es bueno que se critique, pero a todo el mundo, incluyendo a los empleados del teatro, que para ellos no hay ninguna crítica, que fueron los que permitieron el suceso, ya que no había nadie en el lugar adecuado que impidiera que una persona con las luces apagadas, subiera al escenario por el centro del teatro y caminara sin caerse dentro del foso de los músicos, como si lo hubiese ensayado todo de antemano, también que permiten que personas que se encuentran sentadas en el público, con las mismas vestimentas inadecuadas permitidas también en su entrada, accedan por las puertas laterales que van hacia el escenario y los camerinos. Esta persona tuvo el tiempo suficiente para poder haber realizado ese u otro acto desagradable. Solo un comentario no para el crítico, que es libre de ver y apreciar lo que desee y además de tener la posibilidad de poder escribir para el diario más importante de nuestro país, y divulgar sus criterios muy personales, con los cuales no coincido, por lo menos en esta ocasión. Esto es para el pueblo que no fue y para el que no tuvo la posibilidad de ver uno de los espectáculos más aplaudidos del ballet en los que he participado. Después del suceso bien desagradable, era de esperar la tensión que se generó en todos los bailarines, especialmente en Molina y en Amaya, pero los aplausos atronadores que tuvo del público, en apoyo al Ballet Nacional y a Alicia que se encontraba en el teatro, al tener que volver a comenzar en el segundo acto, fueron atronadores también al concluir este acto y la función, ya no como apoyo al Ballet Nacional, sino porque se lo habían ganado doblemente y con creces. El público, que es el pueblo, sabe lo que aplaude y además no se equivoca, porque no fueron atronadores otros pasajes del lago, encargados a otras figuras sin los resultados que tuvieron estos dos bailarines, que bailaron muy bien y con una muy buena técnica, sin caer en el circo ó en la gimnasia que han querido convertirlo otras figuras bien renombradas del mismo ballet. Mis saludos y felicitaciones para Amaya y Molina, ustedes estarán de seguro en los mejores escenarios del mundo y seguirán siendo aplaudidos de forma atronadora por los pueblos en que actúen. Éxitos en sus carreras.

Juan Ricardo Tur Pineda dijo:

2

28 de junio de 2014

04:09:55


Como siempre, la población es la que carga la culpa de la incompetencia de funcionarios y autoridades. Este artículo me recuerda aquel otro de Lazaro Barredo arremetiendo contra el pueblo cubano "por creer que se lo merece todo del estado cubano".

Gualterio Nunez Estrada dijo:

3

28 de junio de 2014

08:19:50


Pese a que como se observa en esta critica por la narracion de los infelices incidentes con el publico durante la funcion y se ve a las claras que un arte apolineo como el de "El Ballet Nacional" ha pasado en Cuba de manos de elites de conocedores a grandes masas que normalmente solo forman parte de la cultura popular y folklorica en America y es obvio que durante este proceso se produzcan incidentes sobre todo porque la prensa cubana y el ICRT reflejan muy debilmente la labor del ballet yno educan al publico como debieran, con la periodicidad de excelentes articulos criticos como este que leemos de Toni Pinera y que hoy publica "Granma" y que no tienen la permanencia obligada sobre un arte que ya se ve a las claras por las madres que cargan con sus crios a ver el ballet esta formando parte del arte baquico o cultura popular en Cuba y gracias en gran medida a la politica del estado cubano referente al ballet, su accion afirmativa y a que tenemos la dicha y la suerte de contar en Cuba con la Primerisima Bailarina Absoluta a nivel de todo el planeta, Alicia Alonso, el Alma Mater de la Cultura Cubana y quwe segun he visto en Enciclopedias de la Cultura Mundial obra al mismo tiempo como representante del "American Heritage" o cultura norteamericana por su formacion como celebridad del ballet en Nueva York, en la escuela norteamericana de ballet..

Mario dijo:

4

30 de junio de 2014

18:36:12


Soy español, y ese día asistí con mi esposa a esta actuación. Cuando ocurrió el incidente, en un primer momento sentí algo de vergüenza ajena. Pero se me pasó inmediatamente gracias a dos cosas: la magnífica actuación profesional y la reacción del público cubano arropando con un inmenso y cariñoso aplauso a sus artistas. Y desde luego, en ningún lugar del mundo -tampoco en Cuba- pueden impedir totalmente que una persona enferma mentalmente, habiendo comprado su entrada, cometa semejante acto.

RC dijo:

5

1 de julio de 2014

09:01:59


¿el giro quíntuple? eso no lo vi... por el contrario: es lo que más le celebro cuando no lo hace, porque le permite abrir la coda con el primer fouette en tiempo con la musica... en fin...

Ingrid Rodriguez dijo:

6

2 de julio de 2014

09:33:31


Con unos cuantos días de atraso, llego a este artículo, ya que no tengo por costumbre leer el Granma Online, y tampoco lo recibo en mi casa, lujo con el que cada vez contamos menos y menos cubanos (una historia para otro día seguramente). Y para explicar cómo y por qué he llegado finalmente a una reseña que debía haber pasado desapercibida por mí, tengo que empezar por relatar hechos que comenzaron el pasado martes 24, un día antes de que se publicara. Dicho martes, mi esposo y yo compramos entradas para la función del Ballet Nacional de este último fin de semana. Las elegimos específicamente para el domingo con el objetivo de llevar a nuestra hija mayor, de cinco años, ya próxima a cumplir seis, como hemos hecho desde que tenía tres añitos, sin que hayamos tenido nunca problemas por esa razón. Debo recalcar en este punto que en la taquilla del Teatro Nacional solo pudimos ver el consabido cartel que reza la limitación a la venta de cuatro entradas por persona. No había ningún otro cartel que contuviera regulaciones a la entrada para la función, solo los esperados posters anunciando el horario de cada representación y qué artistas de la compañía encarnarían cada día los papeles protagónicos. Nada más. Cuál no sería mi sorpresa, al llegar el domingo (después de pasar el sábado en medio de la euforia de mi hija al saber que íbamos a ver “El lago de los cisnes”, obra que conocía por referencias, pero que nunca había tenido la suerte de disfrutar) y presentarnos en el Teatro con nuestras felices entradas, cuando justo en la puerta nos detiene una empleada del lugar para decirnos que en uno de los cristales de las puertas había un cartel donde se anunciaba la prohibición de entrar niños menores de siete años al Teatro y que, casi lo hizo sonar como un favor personal, por esta vez nos iban a dejar entrar con la niña, pero que esto no podía repetirse. Ella (la nena) por suerte no se enteró de nada (hubiera sido muy triste explicarle que no, que no iba a poder ver a Odette y al Príncipe Sigfrido por lo menos hasta el año que viene), pero mi acompañante y yo estuvimos durante un rato comentando las posibles razones de esta medida inesperada, hasta que ella recordó haber leído este artículo y me remitió a él como una posible justificación. Nuestra conclusión, luego de un corto debate, fue que había implementado la solución que menos afectaba a la seguridad. Yo me propuse leer el artículo, tal vez en busca de una explicación lógica a este aparente despropósito. Ahora bien, no pude encontrar nada reprochable en el artículo. Ni tampoco la explicación que buscaba. Aparte de la crítica a los bailarines, de los cuales yo misma pude disfrutar, Toni Piñera hace referencia a indisciplinas de las que es fácil percatarse con solo ir al Teatro, como personas vestidas incorrectamente, móviles encendidos y cámaras fotográficas y de video en uso a pesar que al comienzo de cada función se reproduce una grabación que conmina a todos los presentes a apagar sus celulares y les recuerda que está prohibido filma o tomar fotos durante el espectáculo. Habría que agregar, quizás, por esta u otras vías, que el uso de cámaras puede provocar la pérdida de concentración de los artistas. Tal vez a nadie se le ha ocurrido pensar que un "flashazo" puede cegar momentáneamente a un bailarín y provocar un mal movimiento de consecuencias desastrosas. Ídem con los conocidos bombillitos rojos de las cámaras de video y los timbres de móviles, que pueden sacar de paso a la persona más centrada. Yo estoy de acuerdo con todas estas críticas. No hay necesidad de poner en peligro la salud de alguien que se está esforzando al máximo por dar un espectáculo digno de verse, por hacer su trabajo y por deleitarnos con su arte. Igualmente, más de una vez he comentado con mi acompañante de turno la incorrección en el atuendo de algunas personas, que van al Teatro vestidos como si fuera un parque o una casa en la playa. También me ha tocado escuchar bebés llorando, y honestamente, no comprendo como a una madre o un padre se le puede ocurrir confinar a un bebito en un espacio cerrado y oscuro con música generalmente alta y un montón de personas respirando a la vez. Yo misma esperé a que mi hija tuviera tres años para llevarla, y con toda sinceridad, estaba lista para marcharme al primer síntoma de malestar de mi pequeña. Pero tengo que confesar que he visto coches aparcados en los pasillos de la platea. ¿Y quienes los han dejado entrar? Sin embargo, con lo que si no estoy de acuerdo es con la forma en que se han implementado las medidas de seguridad con las que, en teoría, se pretende evitar que vuelvan a ocurrir hechos como los del pasado domingo 22 de junio, algo tan lamentable que ni siquiera dan deseos de hablar de ello. No puedo decir nada sobre la forma en que se comportó la seguridad ese día, porque no estaba presente. Pero si puedo escribir sobre lo que vi ayer domingo 29 en la función. Aparte del pequeño discurso de la entrada, que al parecer fue repetido sin misericordia a todos los padres que llevaron niños menores de siete años (cabe volver a señalar el famoso cartel, a la puerta del Teatro, que no estaba en la taquilla el martes donde, de haberlo yo visto, con dolor de mi alma me hubiese ido y resignado a no llevar a mi hija al ballet hasta el año que viene, no sin antes escribir algo parecido a esto), también vi muchas personas mal vestidas, al extremo de shorts y chancletas de goma, la mayoría extranjeros (que pueden hacer más en Cuba que los mismos cubanos, otra historia para otro día) pero también los había nacionales, y nadie les impidió entrar, justo delante de mi entró un hombre en jeans y desmangado, y nadie le dijo nada. Y lo de siempre, móviles encendidos y cámaras funcionando, al punto que finalizando el Segundo Acto, hubo varios flashazos en el Teatro, lo que provocó que varios compañeros (asumo que de Seguridad, nunca antes los había visto allí) amonestaran a los infractores a voz en cuello y eso sí, con unos modales que dejaban un mundo que desear. Puedo comprender que estuvieran molestos por estas indisciplinas, pero ponerse a gritar como un energúmeno por el pasillo tampoco me parece lo ideal… Para resumir, que ya esta misiva se va haciendo demasiado extensa, al final pagan justos por pecadores o como dice la popular modificación de un refrán más popular aun, “botamos el sofá”. Ahora no pueden entrar los niños menores de siete años (me cuesta trabajo explicarle a mi hija algo que yo misma no comprendo) una medida que me afecta en lo personal ya que gracias a las posibilidades que se han abierto a un público más amplio y no tan elitista como era antaño había logrado hacer nacer en mi pequeña un gusto por el ballet que la llevo a matricular en el Taller Vocacional de la Cátedra de Danza del Ballet Nacional de Cuba. No me las doy de conocedora porque sencillamente no lo soy. Soy capaz de apreciar lo que veo y si bien no puedo hablar de fouettés ni piqués (supongo que ya hablaré con más conocimiento si mi hija sigue estudiando ballet, pero allá llegaremos) sí puedo decir qué me gusta y que no. Lo que si no estoy en condiciones de decir es como los padres de más de cien pequeños futuros bailarines del Taller que aún están en preparatoria y en las edades entre cinco y seis años van a explicarles que no pueden ir al Teatro (el Palacio de las Princesas, lo llama mi hija) a ver a los que con justa razón se han convertido en sus héroes y heroínas, en los modelos que desean emular en su adultez, tan solo porque la gente grande decidió “botar la parte menos mala del sofá”.