Gilberto Frómeta (La Habana, 1946) ha andado por muchos caminos, pero tengo la certeza de que sus pasos van en una sola dirección.
Al ver una y otra vez las obras que despliega este marzo en la galería Villa Manuela, de la UNEAC, bajo el criollísimo título No perder la tabla, es posible advertir el replanteo de antiguas obsesiones de un artista que no hace concesiones a la moda ni le importa que lo comparen con otros ni consigo mismo.
Una primera aproximación a este reciente trayecto de su creación, enmarcada en el último trienio, nos hará decir: Frómeta sigue fiel a la abstracción. En sentido general es así, pero la percepción rebasa esa etiqueta. Más bien habría que ubicar las búsquedas no figurativas de Frómeta en un espacio en que las tensiones entre el gesto pictórico y la realidad material cobran una identidad expresiva de fuertes acentos y compleja resolución.
A la tela añade, en la mayoría de los casos, fragmentos de madera, papel, otras telas, para la realización de acertados “collages”. Si en otro momento, allá por los años 90, lo abstracto se contaminaba con la escritura, ahora, persigue texturas y asperezas que hagan intuir al espectador la existencia de otros significantes.
Incluso hay piezas en que lo instalativo se intuye aunque no acaba de concretarse, pues el artista juega a desacralizar el proceso de recepción de la obra, sin abandonar las convenciones de la pintura.
El uso del color es aquí tan importante como la estructura de los cuadros: fuerte, desinhibido, intenso. Aunque, como para compensar, haya ciertas opacidades y áreas despejadas.
Se hace perceptible, por demás, una deuda con un oficio cultivado por el artista en su etapa de iniciación, el diseño gráfico. Esto se advierte en el sentido del equilibrio y la disposición de franjas cromáticas orgánicamente estratificadas. Y, por encima de todo, en el control de la factura de la imagen: ninguna composición deja margen al azar.
Vale, entonces, este reencuentro con Frómeta, quien durante los últimos años desarrolló parte de su obra en China. Su vitalidad artística se nos hace necesaria.
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