El estadio en silencio, la ciudad en silencio. Miles frente a los televisores. El fluido eléctrico esta vez fue más benévolo y permitió ver las imágenes del juego final entre los Tigres de Ciego de Ávila y los Leñadores de Las Tunas, un conjunto que dio guerra en el terreno.
Perder en cuatro partidos no complació a su afición, no lo esperó casi nadie, como tampoco que Ciego de Ávila fuera el campeón de la III Liga Élite del Beisbol en Cuba. Así es el deporte de «bolas redondas que vienen en cajas cuadradas», como suelen decir.
Era el último minuto, el suspiro final de un partido que había sido batalla y drama. Y entonces, como en las fábulas que merecen ser contadas, llegó la victoria merecida y la ciudad, que estaba en silencio, estalló de alegría, como hace nueve años, cuando los Tigres ganaron el último de los tres campeonatos que tienen en sus vitrinas.
Es la misma ciudad que este jueves, sobre la 1:00 de la tarde, recibió al equipo campeón, en unión de las máximas autoridades de la provincia.
Cuando el ómnibus asomó, la multitud ensordeció. Jugadores miraban por las ventanas, algunos con lágrimas, otros riendo incrédulos. Dany Miranda, el mentor triunfador, levantó la mano derecha y dejó ver los dedos índices y del medio, en señal de victoria.
A Denis Laza, el valioso jardinero, con cuatro jonrones en los cuatro juegos de la final, se le veía sonriente. Motivos le sobraban porque jamás había experimentado un triunfo así, en el que se erigió como uno de los principales protagonistas.
Luis Raúl Castillo, el pelotero avileño que más mejoró de una temporada a otra, llegaba con sonrisa amplia. Fernando de la Paz, el receptor que «paró» todo detrás del plato ante los envíos endemoniados de cuantos serpentineros se encaramaron en la colina de los lanzamientos.
Los guantanameros (Leonelkis Escalante, el lanzador Leonardo Moreira y Robert Luis Delgado) y Yordanys Samón, a ritmo de conga oriental, bailaron entre avileños. Frederich Cepeda, más pausado, casi como un asceta, con la alegría en el rostro; junto al pueblo el
pitcher zurdo Ariel Zerquera, los derechos Yunier Batista, Kevin Soto; Jonathan Bridón Sanduy, Rodolexis Moreno; en fin, una manada que se convirtió en familia, y trajo el cuarto trofeo de campeones nacionales del beisbol.
Muchos encontraron en los Tigres y en su guarida, el estadio José Ramón Cepero, no solo pasión, sino también amor y comunidad, porque los Tigres, con su actuación, vuelven a tallar el nombre del equipo en la memoria colectiva.
Dany, que es de poco hablar, que prefiere el silencio a las explicaciones, se le veía tranquilo, pausado, en un mundo beisbolero en el que las palabras suelen ser moneda corriente, pero en esta ocasión «la imagen de pueblo lo dice todo».
Quienes lo conocen saben que, detrás de ese mutismo, hay una mente obsesionada con la perfección, como trató de actuar desde su puesto de timonel.
Desde el banco sus indicaciones son escasas, pero precisas. Un gesto con la mano, un leve movimiento de cejas, o simplemente en la mano pasada por encima de la gorra hay un código descifrable para los suyos. «Ganar el juego de hoy, mañana veremos», parece ser su lema.
Al caer el sol, la fiesta siguió en la Avenida de las Flores y en los alrededores del estadio José Ramón Cepero, escenarios de épicas batallas ganadas, menos esta vez, en que lo hicieron en terreno del contrario.
Y la ciudad, como un personaje más, celebró no solo el éxito en un deporte que es cultura, que es identidad.
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