Ciego de Ávila.–Con 26 o sin él, de todos modos, la recuperación de la Playa de Cunagua (como se le conoce desde siempre) sería un hecho.
Dicho sea de paso, para algunas fuentes, Cunagua es una palabra aborigen que significa flor de agua; otros, por extensión asociativa, la interpretan como cuna de agua; mientras se afirma que en la elevación homónima hubo un cacique indígena llamado así.
Lo cierto es que, asentado en un apacible tramo del litoral norte avileño, el criollo balneario deviene vértice en el que confluyen miles de personas, verano tras verano.
Si bien muchas de ellas lo hacen con fines de pasadía, cientos de familias se trasladan a tiempo completo para disfrutar la temporada en el curioso caserío, de construcciones rústicas, predominantemente de madera, que parecen aguardar durante todo el calendario la llegada de julio y agosto, cuando se tornan verdadero hormiguero humano bañado por la brisa y por las olas del mar.
Un incendio de grandes proporciones, sin embargo, redujo a cenizas y escombros 209 viviendas de descanso, o facilidades para alojamiento temporal, en el atardecer del pasado 21 de marzo.
Propietarios de los veraniegos inmuebles no recuerdan un siniestro igual. La llamada «brisa del norte», dejó muy poco margen a la salvación, a pesar de la rápida actuación de bomberos y carros cisternas, procedentes de Bolivia, Primero de Enero y Morón.
EL LLAMADO DEL MAR
Junio de 2025. Como mismo vuelve a germinar, reverdecido, el césped en el que el fuego lo incineró todo, así se empina un grupo de viviendas de las que las llamas no dejaron nada.
«La de mi familia fue una de ellas –me dice el joven Héctor Manuel Zulueta Hurtado. No quiero ni recordarlo. Fue muy duro. Hubo quienes hasta perdieron pertenencias que tenían dentro de las casas. Pero bueno… aquí estamos algunos, levantándolas otra vez».
En efecto, desafiando el sol que en contubernio con la sal marina se empeña en quemar la piel, varias personas, predominantemente hombres, fijan horcones, estructuran caballetes, clavan paredes, techan…
Explica Osiel Carrillo Vera, viceintendente del Gobierno en el municipio, que los trabajos transcurren, fundamentalmente, por esfuerzo propio de los damnificados.
No obstante, el territorio no se desentiende de ellos. La primera evidencia asociada al lamentable suceso fue la rápida presencia de las autoridades políticas y gubernamentales, mientras las llamas pasaban triste factura. Otras realidades son bien conocidas: el servicio de recogida de desechos sólidos durante el verano, la electricidad, el transporte, el agua, la gastronomía, el orden público, el consultorio médico…
La identificación de cada propietario de inmueble calcinado fue uno de los primeros pasos, en correspondencia con la claridad y la legalidad a que debe estar sujeto un proceso de recuperación en el cual la unidad empresarial de base (UEB) Agroforestal resulta determinante en la entrega de recursos propios de las construcciones en ese lugar: madera, tablas, guano…
Afortunadamente, casuarina, pino, eucalipto, yarey o cana son especies comunes en la zona, explica Roberto Domínguez Fuentes, director de la UEB.
«Conocemos la situación que atraviesa el país –añade–, y por eso hemos tratado de ajustar la venta a precios que resulten lo más módicos posibles. Por ejemplo, una penca de guano sale en 6.70 pesos. Lo más importante es que la gente pueda resolver, levantar de nuevo su casita y disfrutar el verano en esa playa que es el corazón de Bolivia».
POR AQUÍ SE ROMPE EL COROJO
No pudo el fuego abrasador impedir que –como cada año– el disparo del inicio del verano se deje escuchar desde este lugar al que acceden libremente infinidad de bañistas.
Por ello, la decisión de reparar el legendario muelle; el ranchón que alivia penas y preferencias gastronómicas, o esa pequeña área infantil cuyos aparatos la sal ha corroído sin compasión, se insertan entre las acciones que merece «la playa de todos» –como la definen muchos avileños, con sano y evidente orgullo.
No sé si, finalmente, la totalidad de viviendas calcinadas volverá a ocupar merecido espacio. Lo ¿indudable es que moradores de esas y de las que no fueron alcanzadas por el fuego, deberán de extremar las precauciones para que a nadie suceda lo ocurrido aquel triste atardecer de marzo, cuando un ciudadano se distrajo, dejó a solas el fogón de leña en el que cocinaba, tal vez fue a dar «una vueltecita» y, al regresar, ya no vio más que llamas allí donde el resto era cenizas.
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