
Tras su buró, donde día a día lanza preguntas al Apóstol, un cuadro de Mariano nos muestra tres Martí multicolores, multidimensionales. Una suerte de arte pop donde el Maestro es el protagonista. Diplomas, obras de arte, decenas y decenas de libros nos inundan. El doctor Pedro Pablo Rodríguez López, con la sonrisa que no abandona jamás, no vacila en aceptar la oportunidad de platicar, como suele hacer, sobre el fundador de Patria, La Edad de Oro y el Partido Revolucionario Cubano.
Él, galante, me convida a su oficina, al espacio del Centro de Estudios Martianos, antigua casona de José Francisco Martí Zayas Bazán y su esposa María Teresa Vances. Allí, junto a su equipo, Pedro Pablo ha dado a luz a más de una veintena de volúmenes de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí. Actualmente el número 27 se imprime en España, y trabajan al unísono en los tomos del 28 al 32. Prevén que el total rebase los 40.
Un hombre que ha ofrecido gran parte de su vida, y que planea dedicar el resto al rescate de la obra del Héroe Nacional de Cuba, que no se cansa de regalar sabiduría, que le apasiona contagiarse de juventud, vuelve sobre los pasos de una lealtad arraigada en lo profundo de la esencia cubana: la fidelidad martiana.
—¿Qué es ser martiano?
—Es una actitud ética en un sentido muy amplio, pues significa no solo hacer gala de un conjunto de valores humanos, sino que estos valores deben expresarse en el momento concreto en que vivimos, y en función de los problemas y de la época que tenemos. Ser martiano radica no tanto en conocer y repetir de memoria frases o saberes de la vida de Martí, sino en tener una conducta que siga los principios que él trató constantemente de impulsar para los cubanos de su era, y que incluían la independencia de la Patria; el deseo de una república equilibrada, que trabajase siempre para todas las justicias; la lucha por un país de personas diferentes y cada vez más libres, y con una verdadera actitud solidaria y humanista.
—¿Qué factores influyeron en que se fuera formando esa ética en el Maestro?
—Por un lado estuvo la influencia de la familia, su padre poseía una ética intachable desde los valores de su época. Los padres le inculcaron el sentido del deber, que también le llegó desde la escuela de Rafael María de Mendive. Esto se vinculó con el patriotismo, algo inseparable de su pensamiento y actitud abolicionistas, en busca de la igualdad y de la justicia social. Hubo, además, una voluntad de mantenerse fiel a esos principios.
«Por otro lado, se encuentra en Martí un sentido cristiano de la vida, si tomamos a Cristo como símbolo de entrega para los demás. Notamos una apropiación martiana de ese concepto, no tanto con matiz estrictamente religioso, sino con uno ético. Ir conociendo el mundo, la cárcel, se convirtió en un momento de formación de su carácter, personalidad y sentimientos. Allí aprendió hasta dónde llega la maldad humana, el irrespeto, la injusticia. Y escribió tan joven, no obstante, que en él no había odio. Esto implica una voluntad ética totalmente formada».
—De la vida y de la obra del Poeta, ¿qué pasaje o episodio lo impresiona más?
—Casi todos. Me resulta muy difícil separar su vida física de su pensamiento y obra escrita. Quizá, aunque comprendo que no fue la solución más adecuada del momento, no dejo de admirar a aquel joven que rompió con el plan dirigido por Máximo Gómez en 1884, y que prefirió, de acuerdo con sus ideas, no sumarse a algo en lo que él creía que imperaba una postura caudillista. Eso me da una idea del alcance de su dignidad.
«Otro episodio fue su felicidad al llegar a Cuba en abril de 1895. O la propia decisión de ir al combate de cualquier modo aquel 19 de mayo, no solo para demostrarle a los demás, sino para demostrarse a sí mismo que él era capaz también de pelear y de poner su vida en peligro. Ir descubriéndolo poco a poco me ha hecho admirarlo en casi todas las facetas de su vida».
—En estos tiempos, ¿cómo enseñar a Martí?
—Hay que lograr, sobre todo, que la gente lea a Martí. Cuando lo convierten en discurso oficial, o lo utilizan sin ser congruentes con lo que se dice, es lógico que surja un choque, y que eso tienda a desvalorizar el mismo principio que se está enarbolando. Para que muchos entiendan a Martí habría que ver más claro en nuestra sociedad, cosa que no ocurre, las consecuencias negativas de quienes lo están empleando mentirosamente como lema. El pueblo cubano tiene la suficiente madurez como para que le hablen claro, y se da cuenta de cuando utilizan el símbolo personas que no tienen nada que ver con él.
—Después de tantos años de estudio sobre la obra y la vida martiana, ¿se le puede reprochar algo al Apóstol?
—Nunca me lo había preguntado. Quizá le reprocharía el no haberse arreglado con Gómez en 1884, en el sentido de que la ruptura fue muy fuerte. Aunque con el tiempo la situación cambió, logró entender al Generalísimo.
«Tampoco he entendido la última carta de Martí a su hijo, resulta demasiado dura. Allí le dice que se iba a la guerra y que él no estaba a su lado. Y al final: “Sé justo”». Claro, no tenemos cartas del hijo ni de la madre de ese periodo, no sabemos qué se escribieron entre ellos, no conocemos si ese muchacho le reprochó algo a su padre. Hoy sabemos que el joven estaba en Camagüey haciendo prácticas de tiro, y que rechazó siempre vivir del hecho de ser el hijo de José Martí.
Varias veces quisieron colocarlo en altares políticos y se negó, porque sabía que era por su ascendencia y no quiso convertirse en instrumento de otros. Entonces me he preguntado el porqué de aquella última carta. Hay algún dato escondido que no llega a nosotros.
«Le reprocharía también que no supo llevar muy bien su relación con Carmen Zayas Bazán, porque para mí él estaba enamorado perdidamente de esa mujer. Entonces, ¿por qué no ceder? ¿Por qué se fue ella con el niño para Camagüey? Lo desconocemos. Algunos biógrafos afirman que fue porque descubrió que él tenía algo con Carmen Miyares, cosa de la que tampoco tenemos certeza. Yo no me atrevo a asegurarlo».
—Dicen que todos los cubanos tienen su propio Martí, ¿cuál es el suyo?
—El mío es muy complejo. Tengo un diálogo casi todos los días con él. Leo, le hago preguntas, analizo sus ideas, escribo. Siento que él requería de altas dosis de cariño que no siempre tuvo, o en muchos casos no sabía que lo tenía. Yo percibo que él buscaba el afecto de los demás. También le temía un poco a la fama, al reconocimiento, al liderazgo. Para mí era el hombre más sencillo del mundo, y a la vez el más complicado.
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Miguel Angel dijo:
1
28 de enero de 2017
06:13:49
YARU dijo:
2
28 de enero de 2017
13:17:21
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