
Más allá de ser el escenario de las gestas independentistas que condujeron a la liberación del dominio colonial español, el siglo XIX en Cuba estuvo marcado también por la ocurrencia de un grupo de acontecimientos científicos de notable relevancia.
Desde el punto de vista cronológico habría que mencionar en primer lugar el inicio de la vacunación contra la viruela bajo la guía del doctor Tomás Romay Chacón en febrero de 1804 (para muchos historiadores su difusión por el mundo es vista como el primer gran éxito de la medicina moderna en la cura o prevención de una enfermedad), y la posterior introducción por Félix Varela de la física moderna y de la experimentación como método para el estudio de las ciencias, en el desempeño de su labor educativa en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
Mucho menos conocido es la creación en octubre de 1823 del Museo Nacional de Anatomía Descriptiva de La Habana. Además de desempeñar un papel fundamental en el aprendizaje de la anatomía y la cirugía, su director, el doctor Francisco Alonso, incorporó la enseñanza de la obstetricia con lecciones prácticas en modelos de cera, incorporando el uso de instrumental quirúrgico nunca antes empleado en el país.
Siguiendo con los aportes vinculados a la medicina es justo mencionar la aplicación de la anestesia basada en compuestos químicos, a cargo del destacado cirujano Vicente Antonio de Castro Bermúdez en marzo de 1847, apenas cinco meses después de haberse utilizado por primera vez a nivel mundial dicho procedimiento en los Estados Unidos; así como del cloroformo, descubierto por el médico británico James Simpson en ese propio año, e introducido en Cuba a principios de 1848 por el doctor Nicolás José Gutiérrez, fundador y presidente durante 30 años de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, surgida el 19 de mayo de 1861.
Este renombrado galeno trajo al país, además, los entonces modernos métodos de la auscultación y el uso del estetoscopio. Asimismo, aprendió en Francia un conjunto de técnicas operatorias que igualmente introdujo en la Mayor de las Antillas, mientras en 1840 fundó la primera revista médica cubana denominada Repertorio Médico Habanero.
Verdadero hito constituyó lo planteado por el sabio cubano Carlos Juan Finlay el 14 de agosto de 1881, cuando en la sede de la mencionada Academia de Ciencias expuso su hipótesis de que el agente transmisor de la fiebre amarilla debía ser un mosquito, y que probablemente se tratara del hoy conocido como Aedes aegypti.
Lo anterior representó un momento de ruptura radical con las concepciones epidemiológicas vigentes, pues ninguna había planteado la transmisión de enfermedades de persona a persona a través de un vector biológico.
LEGADO PERENNE
Como manifiesta a Granma el doctor Pedro Marino Pruna, reconocido historiador de la ciencia en nuestro país, una de las instituciones emblemáticas de la segunda mitad del siglo XIX lo fue el Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica de La Habana, inaugurado formalmente el 8 de mayo de 1887.
“Su principal promotor fue el médico oftalmólogo Juan Santos Fernández, quien interesado por aplicar en Cuba los métodos y descubrimientos del científico francés Luis Pasteur, en particular la vacuna contra la rabia, envió a París a los doctores Diego Tamayo, Francisco Vildósola y Pedro Albarrán, para entrenarse y familiarizarse con tan modernos procedimientos.
“Una vez que regresaron —precisó—, se llevó a cabo la apertura del centro, que radicó en la Quinta de Toca, en la avenida de Carlos III, lugar de residencia de Santos Fernández. Este sufragó los gastos y el posterior mantenimiento de la entidad. El laboratorio fue de suma importancia para el desarrollo de las ciencias médicas cubanas, y la enseñanza de la bacteriología. Antes que en ningún otro país de América aquí se produjo el suero antirrábico en 1887, vacuna que era gratis para los pobres y cuya aplicación redujo de manera significativa la mortalidad por la enfermedad”.
Refiere el doctor Pruna que en marzo de 1894 un equipo de especialistas de la institución dirigido por Juan Nicolás Dávalos y Enrique Acosta, obtuvo la vacuna contra la difteria, seis meses después de haber sido dada a conocer públicamente por Emile Roux, el principal discípulo de Pasteur, en Francia. Se cuenta que el propio Roux elogió la calidad de la lograda en Cuba.
Dentro de las secciones con que contaba la instalación, estaba la de histología, donde además de realizarse los diagnósticos bacteriológicos de diversas enfermedades que atacaban al hombre y a los animales, se practicaban exámenes de histología normal y patológica, eran respondidas consultas judiciales de medicina legal, y recibían clases aquellos médicos jóvenes que lo solicitaban.
Entre las dolencias investigadas en el laboratorio figuraban la fiebre amarilla, el cólera asiático, la bácera (una manifestación de carbunco o ántrax), y la pintadilla de los cerdos. Es oportuno mencionar también los estudios desarrollados por Tomás Vicente Coronado, referidos a la patogenia de la gripe, y el relacionado con la fermentación del tabaco, a cargo del doctor Juan Nicolás Dávalos.
Igualmente salieron de sus instalaciones otros resultados científicos de interés, como el suero contra el tétanos, la fiebre tifoidea y el antiestreptocócico. Varios de los productos citados merecieron premios en distintas exposiciones internacionales.
Con toda justeza es considerado el primer instituto de investigaciones biomédicas de Cuba, y el pionero de toda América en hacer vacunas eficaces obtenidas mediante la vía experimental, un rico legado que asume hoy la pujante industria biotecnológica nacional.
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Esebio dijo:
1
4 de noviembre de 2014
08:52:40
Cecilia gonzalez dijo:
2
16 de marzo de 2017
09:45:20
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