Nacido en un barrio popular de la ciudad de Chicago, Estados Unidos, en 1950, el hoy reconocido investigador Pedro Valdés Sosa manifiesta que su padre (el médico Pedro A. Valdés Vivó) desempeñó un notable protagonismo en la educación y formación de valores en él y su hermano gemelo Mitchell.
“Mi papá tenía dos grandes pasiones, la ciencia y la medicina por un lado, y sus firmes convicciones políticas por el otro, lo cual hizo que convirtiera a nuestra casa en un sitio donde se respiraba la justa causa del Movimiento 26 de Julio”.
Aquel ambiente de lucha revolucionaria por derrocar a la dictadura de Batista y el amor a Cuba lo marcó desde pequeño. Así cuando en 1961 la familia regresa a La Habana, Peter, como le llaman sus amigos y compañeros de trabajo, se incorpora por entero a las actividades emprendidas por la juventud de la época e ingresa en la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), devenida luego en Unión de Jóvenes Comunistas.
Hace el preuniversitario en solo dieciocho meses, y en 1966 ingresa en la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana, con apenas 16 años de edad. Junto con su hermano Mitchell y Agustín Lage, forman parte del grupo de fundadores del movimiento científico estudiantil en esa casa de altos estudios.
“Al comenzar el segundo año, me vinculo al Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), específicamente al Laboratorio de Neurofisiología, donde conocí a quienes serían mis mentores, los profesores Thalía Harmony, una mexicana que vino a enseñar y hacer ciencia en Cuba por solidaridad con la Revolución, y Erwin Roy John, de la Universidad de Nueva York, quien estuvo muy vinculado a la creación de la primera microcomputadora cubana CID-201”.
Como recuerda Peter, con ese prototipo aprendió a programar métodos de análisis de la actividad eléctrica cerebral, naciendo su definitiva vocación por las neurociencias. Asimismo, aquella singular experiencia contribuyó a que comprendiera la importancia de usar la ciencia más avanzada posible en función de resolver los problemas del país y de otros pueblos.
Permaneció en el CNIC hasta graduarse de médico en 1972 y fue ubicado en esa propia institución, en la cual se mantuvo siempre dedicado a las investigaciones en la mencionada disciplina, hasta que surge con carácter independiente el Centro de Neurociencias de Cuba (CNEURO) en 1990.
CON LOS OJOS EN EL CEREBRO
Actual vicedirector de Investigaciones de CNEURO, y miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba y de la Academia Latinoamericana de Ciencias, el doctor en Ciencias Pedro Valdés Sosa contribuyó al desarrollo de métodos para el diagnóstico por computadora de enfermedades del cerebro, siendo uno de los creadores de la tomografía eléctrica cerebral (una de sus patentes).
Igualmente, tuvo un aporte significativo en el diseño y desarrollo de la familia de equipos Medicid, así como del software empleado en ellos. Además, es cofundador de la Red Nacional de Laboratorios de Neurofisiología Clínica, surgida en 1982, uno de los iniciadores del programa de pesquisaje auditivo en nuestro país (1983), y miembro del comité científico que supervisó los estudios completos de población con discapacidad en Cuba y Venezuela.
Tutor de nueve tesis de doctorado y más de veinte de maestría, Peter ha publicado más de 210 artículos originales, y es editor de las revistas Audiology and Neuro-Otology, Neuroimage, PLOS One y Frontiers in Brain Imaging Methods.
Su fructífera trayectoria profesional incluye haber sido catedrático invitado del Instituto de Matemática Estadística y del Instituto RIKEN, de Tokio, Japón, y ser el director extranjero del Proyecto 111 de Neuroinformación, del Ministerio de Educación de China, con sede en la Universidad de Ciencia Electrónica y Tecnología de Chengdu.
Por encargo del Ministerio de Salud Pública dirige el Proyecto Cubano de Mapeo Cerebral, que entre otros objetivos, se propone desarrollar herramientas diagnósticas para la detección temprana de enfermedades neurológicas y psiquiátricas, y entender mejor cómo funciona ese vital órgano.
“Nuestro proyecto sostiene fuertes vínculos de intercambio y colaboración con los restantes que se llevan a cabo en el mundo, y en determinadas áreas de este esfuerzo hemos alcanzado una posición reconocida que debemos mantener”.
“Dentro de los principales resultados logramos caracterizar para un rango de edades de 15 a 60 años, el grosor cortical y las conexiones cerebrales del cubano típico, información que será de suma utilidad práctica en el estudio de pacientes con epilepsia, trastornos del lenguaje, conductas violentas, esquizofrenia y varias enfermedades neuropsiquiátricas y neurodegenerativas”.
El científico manifestó a Granma que el progreso acelerado de las neuroimágenes y la neuroinformática abren esperanzadores caminos para comprender cuál es el papel que desempeña cada región del cerebro en los procesos mentales, por qué unos individuos aprenden más rápido que otros, los cambios estructurales que avizoran el padecer trastornos específicos, y la búsqueda de las probables influencias de factores ambientales sobre su funcionamiento.
Resaltó que Cuba fue elegida como miembro de la directiva de la Organización Mundial para el Mapeo Cerebral Humano (sus congresos anuales convocan a más de tres mil especialistas), donde nuestra posición ha sido que no se puede pensar solo en la ciencia de primer nivel, sino en ver cómo esa ciencia puede llevarse a los sistemas de salud pública de todo el mundo.
De estatura alta y portador de una tupida barba, Peter aboga por enfrentar el envejecimiento de nuestra población desde el punto de vista de los estudios sobre el cerebro, tomando en cuenta que según las proyecciones dentro de unos 20 años tendremos alrededor de 300 000 personas con la demencia de Alzheimer, si no hacemos nada que contribuya a atenuar tan preocupante vaticinio.
“Cuba tiene condiciones excepcionales para realizar investigaciones destinadas al hallazgo temprano de algunas alteraciones que pudieran sugerir la aparición futura de esa terrible dolencia, además de disponer de un sistema de salud capaz de garantizar el acceso de todos los pacientes a cualquier avance que se logre al respecto”, enfatizó.
En opinión del doctor Pedro Valdés, la vida del investigador es un sacerdocio por el que se debe estar dispuesto a luchar hasta el último aliento, una práctica donde el verdadero sentido de la vida radica en convertir la búsqueda de conocimientos en una fuente inagotable de bienestar para el pueblo.








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Maura Clavelles dijo:
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16 de agosto de 2014
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sanguili dijo:
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julio kiamy pomares dijo:
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