ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ilustrativa

No podemos escoger el mundo en que vivimos, y lo hacemos en un entorno geográfico en el que coexistimos con un país que, desde siempre, pretendió someternos. Somos, además, una Isla pequeña, sin grandes recursos naturales y con escasa población, por lo que nuestra capacidad de modificar ese entorno es reducida.

Como consecuencia, hemos tenido que mantener nuestra independencia y soberanía, con el temple de Maceo, en un medio preponderantemente hostil y con un bloqueo que nos ha costado y sigue costando centenares de miles de millones de dólares que, al considerar lo que hubiéramos podido hacer con esos dineros, el «lucro cesante», serían billones.

Pero, desde la independencia formal, vivimos en un mundo que pasó del liberalismo económico –que colapsó con la crisis de 1929– al capitalismo regulado (el keynesianismo), que también fracasó. Fue sustituido luego por el neoliberalismo con Reagan, Margaret Tatcher y el «Consenso de Washington» en los años 80, y que imperó, casi hasta ayer, y hoy por casi todos criticado (menos Trump, Johnson, Bolsonaro y otros como  aquellos que Martí llamara «aldeanos vanidosos»).

Liberalismo y neoliberalismo suponen que la actividad humana libre, basada en el egoísmo, hace óptima la economía y maximiza los beneficios de cada individuo y de la sociedad. ¿En algo se parece a los que nos recomiendan soluciones «de allá para acá»?

Y esos supuestos condicionan las medidas:

  • garantizar el libre juego de las fuerzas del mercado (eliminación de subsidios a productos y empresas ineficientes, liberación de precios y «libre competencia»).
  • recortar los gastos públicos (salud, educación, asistencia y seguridad social, posible mediante las privatizaciones).
  • aprovechar las llamadas «ventajas comparativas» de los países (para alcanzar mayor especialización y eficiencia económica).
  • liberalizar el comercio exterior (elimina la producción nacional ineficiente).
  • redimensionar el Estado (reducir los empleados públicos y sus funciones).
  • aumentar la participación del sector privado en la economía (el Estado solo crea condiciones para el funcionamiento del sector privado, elimina empresas públicas y monopolios estatales).
  • sanear la situación financiera (interna y externa). El mecanismo: contraer la masa de dinero en circulación para que solo permanezcan en el mercado las empresas más eficientes.

Y los resultados:                              

El fortalecimiento transitorio del capitalismo global, que sometió –todavía más– a países y continentes, creó condiciones para que, entre 2002 y 2007, la economía mundial tuviera el mejor comportamiento –de considerar solo las cifras– y con los menores niveles de inflación desde los 60, y hasta declinaran la pobreza y aumentaran las clases medias –en buena medida por la influencia de China e India– en países donde no existían con anterioridad.

La influencia del pensamiento único «desregularizó» las economías, privatizó buena parte de las grandes empresas estatales y paraestatales, desmanteló los sistemas de protección laboral, arruinó a los competidores locales, impulsó bloques de integración asimétrica e instauró la era de las operaciones especulativas realizadas a escala planetaria. La economía mundial se transnacionalizó y se puso bajo el control de unas 200 empresas transnacionales (ETNS)  encabezadas  por megacorporaciones como Exxon Mobil, British Petroleum, General Motors, Ford Motors, Goldman Sachs, Bank of America, Citigroup y Morgan Stanley, por citar solo algunas.

Hasta que llegó la crisis de 2007-2008 y el «equilibrio del terror financiero», que entonces señalara el exsecretario del Tesoro norteamericano, Larry Summers, el derrumbe del mercado inmobiliario   que arrastrara a las gigantes paraestatales norteamericanas Fannie Mae y Freddie Mac, la crisis bancaria (que incluyó a gigantes como Bear Stearns, Citigroup, jp Morgan y Merrill Lynch de ee. uu., Northern Rock de Inglaterra, ubs de Suiza y la Societé Generale de Francia. La crisis bursátil y la solución encontrada entonces al desastre:  la inyección por los bancos centrales de decenas de miles de millones de dólares para aumentar la liquidez, la baja de las tasas de interés en ee. uu. y otras acciones del mismo tenor que no lograron resolver lo que se llamó «crisis de iliquidez» y que Alan Greenspan, el mismo que promoviera el desastre, y ya para entonces expresidente de la Reserva Federal de ee. uu., llamara «la más angustiosa en el último medio siglo y posiblemente en más tiempo». (¿Comparable con lo que hoy sucede?).

Cesados los estímulos de la «expansión cuantitativa» iniciada en 2008 y que habían provocado una lenta y magra recuperación de la economía (la «ficticia», en particular en las bolsas), resultado de su financierización (Trump se vanagloriaba de ella y la llamó «la más larga y exitosa de la historia de ee. uu.»), ya desde 2018 y principalmente desde finales de 2019 se  hacía evidente una mayor ralentización de la economía global visualizada tanto por la plutocracia de las reuniones de Davos, por los ceos de las grandes empresas transnacionales que ya en su «Mesa redonda», hipócritamente, situaban como último de los objetivos de las corporaciones la ganancia, por revistas como Fortune y diarios como The New York Times, y también por los más lúcidos teóricos de la economía «oficial» como los premios Nobel Stiglitz y Krugman, entre muchos otros.

Surge, en estas condiciones, un «cisne negro» –metáfora que se utiliza para describir los sucesos inesperados de gran impacto en la economía y la sociedad–: el nuevo coronavirus, al que se trata de responsabilizar hoy con el fracaso del capitalismo, cuando en realidad, en su corona, solo aparecen los clavos del ataúd del capitalismo y el neoliberalismo, ese que los que «teorizan» y no tienen voz «allá» pretenden darnos lecciones para que lo revivamos, nosotros, los de «acá».

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ismael dijo:

1

31 de marzo de 2020

10:08:05


Muy bueno el enfoque y pregunto¿ donde queda el modelo chino? saludos

Carlos Luque dijo:

2

31 de marzo de 2020

10:23:26


Y una de las consecuencias más nefastas: las políticas de la austeridad. No he leído hasta el momento una explicación convincente de su necesidad, al no ser lo conveniente que es a las élites de supermillonarios y su ejército de gerentes y políticos. ¿Si ambos, el neoliberalismo y la austeridad recortan el consumo al imponer políticas fiscales, cómo se explica, si lo que el capital necesita es que se realicen sus mercancías? Para salvar al capitalismo de las crisis periódicas, Keynes, para reflotar al capitalismo durante la Gran Depresión, propuso potenciar el consumo, el gasto público, elevar la demanda agregada, esperando que ello conllevara más producción, por lo tanto, más empleo e la inversión. Pero esa política fue abandonada después de la llamada época del Bienestar, que los analistas caracterizan como una concesión que el Capital se vería obligado a otorgar a sus sociedades, para hacerle frente mediático y muro de contención al campo socialista y a la URSS durante la guerra fría. Pero ese fue el verdadero Muro que se derrumbó. Porque apenas disuelta la URSS, y en cadena los sistemas políticos del Este, el Capital mostró su rostro verdadero, y comenzaron a desmontar el engañoso Bienestar europeo, que se ha venido abajo desde entonces con la terrible consecuencia de que hoy no puedan gestionar exitosamente una Pandemia. No escapa que una de las razones sería oponer un muro de contención a la importancia que venía adquiriendo la economía real y su fuerza de trabajo organizada, la fuerza y organización que podía seguir adquiriendo el movimiento obrero en los países “desarrollados”. Junto al objetivo de aumentar la cuota de ganancia del Capital, que como se sabe desde Marx, tiene curva descendente. Toma singular fuerza entonces la financierización de la economía, que comenzó a subsumir a la economía real y a garantizar las burbujeantes ganancias ficticias, a la vez que tiraba de las riendas, a su favor, las tensiones del conflicto con el Trabajo. Los que exigen, de buena fe, poner gran parte de las esperanzas del socialismo en la asimilación de la propiedad privada y el uso del mercado, sin tener en cuenta esta historia desde sus orígenes y sus actuales consecuencias, deben meditarla muy seriamente. Algunos confunden el concepto del mercado como espacio de las operaciones económicas, la compraventa, etc., con el concepto del Mercado, y las relaciones que obliga a establecer a los seres humanos en determinada estructuración de la propiedad como institución económica y política de un sistema de vida que no es el objetivo del socialismo. Así, no es poco frecuente que no sólo las personas que podríamos llamar comunes, es decir, sin ninguna especialización afín a estos temas, como este comentarista, sino que incluso gente de mayor formación, se hagan eco de la idea de que el mercado y las relaciones que conlleva, han existido siempre, como un modo de legitimar su naturaleza inmodificable, ínsita y natural a las sociedades de todos los tiempos. Y no es así. Eso está bien estudiado en La Gran Transformación, de Polanyi y en la obra de su hija, Kari Polanyi-Levitt.

JAIME ATILIO RODRÍGUEZ dijo:

3

31 de marzo de 2020

14:02:01


Gracias compañeros cubanos. Uds. Son enseñanza para todo los pueblos de América y para el mundo entero, se puede vivir sin el imperio, se puede negar el imperio, están pagando un alto precio por el bloqueo genocida, pero es y será siempre más grande su dignidad. La razón siempre prevalece y el imperio caerá.

Carlos Luque dijo:

4

31 de marzo de 2020

15:26:43


Y una de las consecuencias más nefastas: las políticas de la austeridad. No he leído hasta el momento una explicación convincente de su necesidad, al no ser lo conveniente que es a las élites de supermillonarios y su ejército de gerentes y políticos. ¿Si ambos, el neoliberalismo y la austeridad recortan el consumo al imponer políticas fiscales, cómo se explica, si lo que el capital necesita es que se realicen sus mercancías? Para salvar al capitalismo de las crisis periódicas, Keynes, para reflotar al capitalismo durante la Gran Depresión, propuso potenciar el consumo, el gasto público, elevar la demanda agregada, esperando que ello conllevara más producción, por lo tanto, más empleo e la inversión. Pero esa política fue abandonada después de la llamada época del Bienestar, que los analistas caracterizan como una concesión que el Capital se vería obligado a otorgar a sus sociedades, para hacerle frente mediático y muro de contención al campo socialista y a la URSS durante la guerra fría. Pero ese fue el verdadero Muro que se derrumbó. Porque apenas disuelta la URSS, y en cadena los sistemas políticos del Este, el Capital mostró su rostro verdadero, y comenzaron a desmontar el engañoso Bienestar europeo, que se ha venido abajo desde entonces con la terrible consecuencia de que hoy no puedan gestionar exitosamente una Pandemia. No escapa que una de las razones sería oponer un muro de contención a la importancia que venía adquiriendo la economía real y su fuerza de trabajo organizada, la fuerza y organización que podía seguir adquiriendo el movimiento obrero en los países “desarrollados”. Junto al objetivo de aumentar la cuota de ganancia del Capital, que como se sabe desde Marx, tiene curva descendente. Toma singular fuerza entonces la financierización de la economía, que comenzó a subsumir a la economía real y a garantizar las burbujeantes ganancias ficticias, a la vez que tiraba de las riendas, a su favor, las tensiones del conflicto con el Trabajo. Los que exigen, de buena fe, poner gran parte de las esperanzas del socialismo en la asimilación de la propiedad privada y el uso del mercado, sin tener en cuenta esta historia desde sus orígenes y sus actuales consecuencias, deben meditarla muy seriamente. Algunos confunden el concepto del mercado como espacio de las operaciones económicas, la compraventa, etc., con el concepto del Mercado, y las relaciones que obliga a establecer a los seres humanos en determinada estructuración de la propiedad como institución económica y política de un sistema de vida que no es el objetivo del socialismo. Así, no es poco frecuente que no sólo las personas que podríamos llamar comunes, es decir, sin ninguna especialización afín a estos temas, como este comentarista, sino que incluso gente de mayor formación, se hagan eco de la idea de que el mercado y las relaciones que conlleva, han existido siempre, como un modo de legitimar su naturaleza inmodificable, ínsita y natural a las sociedades de todos los tiempos. Y no es así. Eso está bien estudiado en La Gran Transformación, de Polanyi y en la obra de su hija, Kari Polanyi-Levitt.