
París.–Ninguna edición de los Juegos Olímpicos escapa al misterio de cómo se encenderá el pebetero con el fuego sagrado que, desde la convocatoria de Berlín-1936, viaja desde Olimpia hasta la ciudad sede. París-2024 no solo no fue la excepción, sino que también se dio espacio para innovar.
La primera pira de los Juegos de la era moderna fue la de Ámsterdam, durante la reunión multideportiva mundial de 1928. Entonces, en la cima de una torre de 40 metros, aledaña al estadio, ardió el fuego que no fue encendido por un atleta, sino por un obrero de una compañía de gas.
Desde la antigua Grecia nos llega el fuego olímpico. Allí se prendía una llama eterna frente a las principales edificaciones; en Olimpia, sede de las competencias, en el santuario dedicado a Hestia, y en los templos de Zeus y Hera.
El suspenso de cómo cobra vida la pira, si bien siempre es tema de los seguidores del deporte, creció después de que Antonio Rebollo, cuando nadie lo esperaba, disparó su flecha hasta unos 90 metros, a fin de encender, de la manera más sencilla y cautivante, el fuego de la inolvidable Barcelona-1992.
En la capital francesa, el fuego, además de cumplir con la tradición, homenajeó la rica historia de esta nación. Ha destacado la prensa parisina que Mathieu Lehanneur, el diseñador del pebetero, se inspiró en los pioneros franceses del globo aerostático, al hacer que se encendiera una gran llama, por primera vez, 100 % eléctrica.

El fuego aerostático se eleva cada noche, con la puesta de sol, hasta los 60 metros de altura. Durante el día se puede ver en el Jardín de las Tullerías, donde los visitantes tienen la oportunidad de contemplar la auténtica llama olímpica, que se conserva dentro de una urna.
Su creador rindió tributo a los hermanos Montgolfier, iniciadores aquí del globo aerostático. Jacques-Étienne y Joseph-Michel hicieron su primera demostración pública el 4 de junio de 1873. Subieron una bolsa esférica de lino, forrada de papel, con 11 metros de diámetro, 800 m3 y un peso de unos 226 kilogramos, llena de aire caliente, en un vuelo que recorrió dos kilómetros en diez minutos, a una altura entre 1 600 y 2 000 metros.
Aquí, Lehanneur los honró con una creación única en la historia de los Juegos Olímpicos: una llama que se eleva en el aire y que, además, es sostenible, no usa combustible fósil.
Utilizó una combinación de luz y agua para un efecto sorprendente y ecológico, con 40 luces led que iluminan una nube de vapor de agua que sale a través de 200 boquillas de alta presión, creando el efecto de humo, reseñó el sitio 20minutos.es.
La ubicación del pebetero, en el Jardín de las Tullerías y frente a la Pirámide del Louvre, refleja el deseo de los organizadores de situar los Juegos y sus símbolos en el centro de la vida de la capital, haciendo que la llama olímpica sea visible para todos desde ese pulmón verde de París.
Para elevar el homenaje a las mismísimas alturas del globo pebetero, lo encendieron dos sellos del deporte francés: la atleta Marie-José Perec, tres veces campeona olímpica, dos medallas de oro en campeonatos mundiales y titular de Europa, palmarés que firmó en 200 y 400 metros, y en los relevos 4x400; y el judoca Teddy Riner, con cuatro diademas olímpicas, una de ellas por equipo; 11 coronas mundiales y cinco europeas, toda una ofrenda al fuego sagrado.
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