crónica de un espectador

Jirafas, La Trucha y Señoritas

Rolando Pérez Betancourt

Varios de los filmes que participan en este 35 Festival corroboran lo que no hace mucho se anunció como una verdad inobjetable: el desarrollo de las nuevas tecnologías traería aparejado un fervoroso deseo de hacer cine, ya sin los lastres de los grandes equipos y presupuestos, ni las presiones de los productores para resultar competitivos en los parámetros de una industria viciada.

Tal democratización hace que salten al ruedo proyectos de todas las especies, desde el que narra claro y preciso, y a tono con los consejos aristotélicos, hasta el que subvierte las reglas establecidas sin que al final logre convencer, por mucho que sean sus argumentos de "creatividad".

Son dos situaciones extremas, aunque queda claro que en el camino hay un montón de variantes en las que siempre decidirá el talento.

Pero lo cierto es que están abundando las cintas que dejan ver que el guion se ha ido construyendo sobre la marcha, y los actores, que a veces no son actores, improvisan (puede que bien, puede que de forma insustancial y sin que se les entienda), y la dramaturgia nada tiene que ver con lo que una vez aprendimos, y los planos se alargan dos o tres minutos para impaciencia de los espectadores y gozo del realizador, que piensa estar en lo último de la vanguardia.

Unas cuantas películas creciendo entonces sobre recursos expresivos recurrentes y pocas las que llegan a alcanzar estatura.

Llama la atención que Jirafas, que bien pudiera considerarse el mejor filme de Enrique Álvarez, ha-ya sido concebida a partir de algunos de los postulados "urgentes" antes mencionados, y ello para hablar de "la temática cubana", desde una visión distinta a lo visto últimamente y que quizá, sin pretenderlo el director, resulte universal a partir de los tres personajes sin casa que se refugian en una vivienda de donde, tarde o temprano, tendrán que salir porque están ilegales.

Mejor filme del director teniendo en cuenta también aspectos tan decisivos como la fotografía, la ambientación y las actuaciones. Una historia de angustias y lucha de sexos, lecho de por medio, que no obstante hacerse predecible do-blando por la media mitad del me-traje, se sostiene en su trascendencia dramática y en la veracidad de los actores que deben moverse en espacios cerrados, delante de una cámara atenta a cada detalle y, por lo tanto, capaz de exaltar o de hundir.

Hay en Jirafas buenas pinceladas de humor para evitar sobrecargas emocionales y también otros aspectos discutibles, como las palabrotas intensas en boca de una de las protagonistas, que lejos de ser representativas de lo "natural cubano", más bien resultan atentatorias contra el tono íntimo de la historia, e igualmente un nudismo indispensable, cierto, pero con excesos que, aun siendo diferente —porque la situación es otra— permite recordar a Bertolucci haciendo pasear desnuda a Maria Scheneider delante de Brando.

Todo lo anterior no quita para que Jirafas sea considerado un filme intelectualmente elegante, de ahí que también sería debatible la escena en que la esposa del joven ilegal, trabajando en un restaurante chino, se desliza por de-bajo de la mesa para ganarse unos dólares satisfaciéndole un capricho sexual a un turista. Quizá en otro filme... pero aquí, otra vez, un ruido alterando el buen tono de la película.

Sorprendente Edith Massola en su papel de maquilladora en el corto de ficción cubano La Trucha, de Luis Ernesto Oña, una historia prometedora al principio y que luego deja el sabor de un final entre lo impreciso y lo gratuitamente vulgarizado.

Señoritas, de la colombiana Lina Rodríguez (ópera prima), se inserta en el quehacer de esos filmes a los que antes hicimos referencia, con largos planos captando conversaciones improvisadas que ofrecen el día a día de una muchacha inmersa solo en las relaciones con sus amigos, conversar con su madre, la ropa que se pondrá y la autosatisfacción sexual a la que acude, aunque la otra no le falte. Suma de monotonías y de transitar la protagonista caminos sin rumbos para ofrecer un retrato verídico y narrativamente poco convencional, que algunos espectadores no resisten por la morosidad de los tiempos y que, sin embargo, tiene valores innegables.

 

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