Varios de los filmes que participan en este 35 Festival
corroboran lo que no hace mucho se anunció como una verdad
inobjetable: el desarrollo de las nuevas tecnologías traería
aparejado un fervoroso deseo de hacer cine, ya sin los lastres de
los grandes equipos y presupuestos, ni las presiones de los
productores para resultar competitivos en los parámetros de una
industria viciada.
Tal democratización hace que salten al ruedo proyectos de todas
las especies, desde el que narra claro y preciso, y a tono con los
consejos aristotélicos, hasta el que subvierte las reglas
establecidas sin que al final logre convencer, por mucho que sean
sus argumentos de "creatividad".
Son dos situaciones extremas, aunque queda claro que en el camino
hay un montón de variantes en las que siempre decidirá el talento.
Pero lo cierto es que están abundando las cintas que dejan ver
que el guion se ha ido construyendo sobre la marcha, y los actores,
que a veces no son actores, improvisan (puede que bien, puede que de
forma insustancial y sin que se les entienda), y la dramaturgia nada
tiene que ver con lo que una vez aprendimos, y los planos se alargan
dos o tres minutos para impaciencia de los espectadores y gozo del
realizador, que piensa estar en lo último de la vanguardia.
Unas cuantas películas creciendo entonces sobre recursos
expresivos recurrentes y pocas las que llegan a alcanzar estatura.
Llama la atención que Jirafas, que bien pudiera
considerarse el mejor filme de Enrique Álvarez, ha-ya sido concebida
a partir de algunos de los postulados "urgentes" antes mencionados,
y ello para hablar de "la temática cubana", desde una visión
distinta a lo visto últimamente y que quizá, sin pretenderlo el
director, resulte universal a partir de los tres personajes sin casa
que se refugian en una vivienda de donde, tarde o temprano, tendrán
que salir porque están ilegales.
Mejor filme del director teniendo en cuenta también aspectos tan
decisivos como la fotografía, la ambientación y las actuaciones. Una
historia de angustias y lucha de sexos, lecho de por medio, que no
obstante hacerse predecible do-blando por la media mitad del
me-traje, se sostiene en su trascendencia dramática y en la
veracidad de los actores que deben moverse en espacios cerrados,
delante de una cámara atenta a cada detalle y, por lo tanto, capaz
de exaltar o de hundir.
Hay en Jirafas buenas pinceladas de humor para evitar
sobrecargas emocionales y también otros aspectos discutibles, como
las palabrotas intensas en boca de una de las protagonistas, que
lejos de ser representativas de lo "natural cubano", más bien
resultan atentatorias contra el tono íntimo de la historia, e
igualmente un nudismo indispensable, cierto, pero con excesos que,
aun siendo diferente —porque la situación es otra— permite recordar
a Bertolucci haciendo pasear desnuda a Maria Scheneider delante de
Brando.
Todo lo anterior no quita para que Jirafas sea considerado
un filme intelectualmente elegante, de ahí que también sería
debatible la escena en que la esposa del joven ilegal, trabajando en
un restaurante chino, se desliza por de-bajo de la mesa para ganarse
unos dólares satisfaciéndole un capricho sexual a un turista. Quizá
en otro filme... pero aquí, otra vez, un ruido alterando el buen
tono de la película.
Sorprendente Edith Massola en su papel de maquilladora en el
corto de ficción cubano La Trucha, de Luis Ernesto Oña, una
historia prometedora al principio y que luego deja el sabor de un
final entre lo impreciso y lo gratuitamente vulgarizado.
Señoritas, de la colombiana Lina Rodríguez (ópera prima), se
inserta en el quehacer de esos filmes a los que antes hicimos
referencia, con largos planos captando conversaciones improvisadas
que ofrecen el día a día de una muchacha inmersa solo en las
relaciones con sus amigos, conversar con su madre, la ropa que se
pondrá y la autosatisfacción sexual a la que acude, aunque la otra
no le falte. Suma de monotonías y de transitar la protagonista
caminos sin rumbos para ofrecer un retrato verídico y narrativamente
poco convencional, que algunos espectadores no resisten por la
morosidad de los tiempos y que, sin embargo, tiene valores
innegables.