|
Entre Shrek y una columna dórica
Una de las más inquietantes exposiciones de la Oncena
Bienal de La Habana es La caza del éxito, curada por Nelson Herrera
Ysla en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales
PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu
Hace algún tiempo, Helmo Hernández reunió en la sede de la
Fundación Ludwig de Cuba una serie de objetos nacidos de la
inventiva popular en los años más difíciles del llamado periodo
especial.
La
fauna de la fábrica Disney forma parte de la decoración de jardines
y casas.
Aunque el origen de algunos se remonta a plazos anteriores, sin
lugar a dudas, la paternidad de la mayoría se acreditaba sobre la
base de la urgencia por resolver necesidades domésticas perentorias
o hacer viables prácticas cotidianas en medio de una precaria
situación material, como se sabe, derivada de la caída del campo
socialista en Europa y el recrudecimiento del bloqueo norteamericano
contra la Isla.
Fondos de botellas como vasos, percheros confeccionados con
cables eléctricos, sacos de arroz cosidos como cortinas de baño,
envases de latón transformados en lámparas de querosén, latas de
cerveza convertidas en ceniceros o centros de mesa se complementaban
con chicharrones de pastas de trigo, lonjas de toronjas aderezadas
como filetes y brebajes alcohólicos bautizados con nombres
delirantes: saltapatrá o chispaetrén.
Cabía entonces hablar de una estética de la resistencia.
Las transformaciones económicas y sociales operadas en el país
desde mediados de los noventa hasta hoy han producido otras
estéticas al margen tanto de los cánones convencionales como del
discurso de las vanguardias.
Guardan relación con el desarrollo del turismo, los ingresos de
quienes trabajan en ese sector y otros emergentes, los espacios
ganados en determinados momentos por la economía subterránea, el
incremento del flujo migratorio hacia el exterior y el recibo de
remesas familiares, la globalización mediática y en los últimos años
con el auge del cuentapropismo.
Del
comic al costumbrismo insular: operación para cierto mercado
turístico.
Estamos, sin lugar a dudas, ante el surgimiento (¿y
consolidación?) de una visualidad sustentada en razones subjetivas
que tienen que ver con la reapertura de brechas sociales y la
adopción de un modus vivendi donde los valores individuales
coexisten, y no pocas veces se contraponen a los de la colectividad.
Rejas y balaustradas en las fachadas aunque no vengan a cuento,
macetas de cemento, lozas empotradas con diseños florales,
incongruentes columnas dóricas, colores estridentes (transpolación
del McDonald al Burgui y de este a la casa), forman parte de esa
nueva arquitectura vernácula que se prolonga hacia jardines y
canteros poblados por gnomos, flamencos, personajes de las
historietas de la fábrica Disney (desde Shrek al Pato Donald) y toma
posesión de las salas de estar y habitaciones.
Todo ello en correspondencia con la más rampante lógica del
mercado. Capacidad de consumo que exige una producción que a su vez
crea nuevas apetencias de consumo y ostentación. Más que estética,
cabría ahora hablar de la entronización de una ética del éxito.
Un muestrario de la producción de elementos arquitectónicos y
ornamentales que se insertan en esa órbita —a la que se añade otro
tipo de producción que pretende fomentar una nueva cultura del
souvenir para turistas (aunque también es posible verla en
espacios habitacionales del país)— es el que se puede observar en la
exposición La caza del éxito, que el poeta, crítico y
arquitecto Nelson Herrera Ysla organizó para el Centro de Desarrollo
de las Artes Visuales, en la Plaza Vieja del centro histórico
habanero, como parte de la Oncena Bienal de La Habana.
Herrera Ysla no toma partido: ni legitima ni deslegitima esas
expresiones que desbordan lo que en otro tiempo hubiéramos llamado
la estética del kitsch o la era de los adornos de yeso.
Pero incita a la reflexión sobre un fenómeno cuya expansión es un
hecho, pues son manifestaciones que "sin proclamas ni manifiestos,
sin sustentación teórica alguna, sin representar tendencias o
movimientos significativos pernean la sensibilidad y la formación
estética de numerosos ciudadanos de cualquier parte de nuestro país
y del mundo".
Y nos recuerda que "adquieren diferentes rostros, desde una
insignificante señalización para anunciar un servicio público a
nivel de la calle, hasta una vivienda de dos o tres plantas
enclavada en el centro de la ciudad o en los suburbios; no requieren
promotores para la óptima eficacia de su gestión, como tampoco de
programas ni proyectos a corto o largo plazos (¼
) y se ubican en el horizonte cultural de cualquier territorio
humano, pues están llamadas a ocupar el espacio vacío que la llamada
alta cultura no puede llenar por su limitado radio de acción y su
escasa influencia a nivel masivo, pese a contar, como en Cuba, con
pleno respaldo oficial". |