El
primer recuerdo que tengo de Isaac Martínez Dorta (Baraguá, 1975) es
en los Juegos Panamericanos de Winnipeg, en 1999. Vistiendo el
uniforme de las cuatro letras y con el bate de madera en ristre
—reapareció en la arena internacional tras 22 años con aluminio—
promedió 409 y se ganó un puesto en el Todos Estrellas de la lid.
Patrullero derecho, potente brazo, bateador zurdo, de swing
rápido y compacto, sentó cátedra en tierras canadienses, en un
certamen bien complicado para la generación de los Linares,
Kindelán, Pacheco y compañía.
"Sobresalir entre tantas estrellas fue grandioso. Venía de una
gran campaña, aunque solo tenía tres años de experiencia en primera
categoría. Había comenzado en 1996 y la adaptación no fue sencilla,
pero al final discutí el novato del año, a la postre ganado por el
lanzador Maike Quintero", recuerda el avileño, quien inició su andar
en el béisbol en la comunidad "Los 20", conducido por el profesor de
Educación Física Jesús Hernández.
Isaac, flamante campeón nacional hace una semana tras 16 series
de duro bregar con los Tigres es, sin discusión, uno de los pilares
de la novena comandada por Roger Machado, en la que su papel va
mucho más allá del quinto turno.
"Por la experiencia debo ser ejemplo y tratar de ayudar a los que
defenderán los colores de Ciego y Cuba en los años venideros",
afirma el peligroso zurdo, a quien, según dice, se le hacía muy
complicado conectarle a José Ibar y Faustino Corrales.
"En la década del 90 el pitcheo tenía mucho nivel. Ahora existen
individualidades, pero de forma general no se supera, en cuanto a
calidad y cantidad, a los lanzadores de aquellos campeonatos",
añade.
Como el buen vino, el actual bateador designado de los Tigres,
apenas acusa el paso del tiempo y en la recién concluida justa de
las bolas y los strikes tuvo un por ciento de embasado de 374 —el
cuarto más alto de su escuadra— y remolcó 55 anotaciones en 88
encuentros. "A medida que pasa el tiempo uno utiliza sus mañas para
conectar", afirma.
¿El retiro? "No pienso en colgar los guantes aún. De momento
cumplí un objetivo esencial: ser campeón. No podíamos irnos sin ese
privilegio. Estas experiencias son únicas y mi generación lo
merecía. Me siento muy bien, sobre todo por el pueblo, por todos los
que durante tantos años han llenado el estadio y por lo general se
iban con la derrota a cuestas. Ellos son parte de este título y lo
merecen tanto como los peloteros", concluyó.