Combinando
sabiamente los terrenos de la música clásica y el jazz, Ernán López
Nussa ofreció el pasado fin de semana un concierto en la Basílica de
San Francisco de Asís con obras de su reciente disco titulado
Sacrilegios. Pero realmente de lo último hubo muy poco en su
regreso a los escenarios, pues el pianista, acompañado del baterista
Enrique Plá y el contrabajista Gastón Joya, se despachó a gusto con
un programa en el que brindó una relectura muy particular de sus
afluentes sonoros y rubricó los componentes más originales de su
obra.
No
sorprendió que entregara la mejor lectura de sí mismo al correr el
riesgo de escribir su propia idea de cómo debe ser el mundo
(musical), en este caso un sitio donde el repertorio clásico, el
jazz y el acento cubano de los ritmos populares se den la mano con
la mayor naturalidad. Así, dejó caer piezas como Madre Scarlatti,
Reviere, y Vals, inspiradas, respectivamente, en obras
de Domenico Scarlatti, Robert Schumann y Federico Chopin.
La estética detallista y la lectura personal que esbozó en el
despliegue de estas obras merecen mención especial. Moviéndose con
total libertad entre diversos territorios sonoros, el músico supo
enfatizar cada instante de su interpretación y explorar hasta el más
mínimo recurso expresivo de cada pieza. Encima, lo hizo con una fina
transparencia estilística y una depurada técnica que puso en pie la
esencia de su virtuosismo y transmitió, en cada momento, una energía
muy positiva al público (algo que siempre se agradece... y mucho).
En su discurso musical sobresalió igualmente la estrecha
comunicación que establece con los integrantes de su grupo. Los
instrumentistas, sin demasiada dificultad, como si se tratara solo
de un ejercicio académico, mantuvieron una inconfundible complicidad
entre ellos y pusieron en juego continuos diálogos sonoros para
enfatizar las múltiples posibilidades que gravitan en un proyecto de
esta naturaleza. Algo que también pusieron de relieve en títulos
como Los cuatrocientos golpes, basada en Los tres golpes,
de Ignacio Cervantes y A la antigua, que toma como rampa de
lanzamiento la danza homónima de Ernesto Lecuona.
Para la mitad del concierto dejó traslucir otro de los rasgos de
su personalidad creativa, cuando compartió en vivo algunas claves de
sus recursos estilísticos con el pianista Harold Merino Bonet. Poco
antes el joven instrumentista había confirmado sus credenciales con
una sentida interpretación que agradeció el público y confirmó, como
si hiciera falta, el magisterio del creador de Bruma de otoño
y El blues de Wendy.