Reencuentro con Seguí

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Si se prescinde del dato de las fechas de realización, las imágenes que estarán poblando la Galería Latinoamericana de la Casa de las Américas hasta el 13 de julio parecerían acabadas de hacer.

El ingenio, la ironía, los planteos conceptuales y la actitud iconoclasta de las obras pudieran atribuirse a un joven creador de nuestros días.

Habrá incluso quien piense que una litografía coloreada donde se denuncia el poder depredador de los bancos —con pelos y señales apunta a Wall Street— fue hecha para acompañar al movimiento de indignados norteamericanos que protestan en estos momentos contra los desmanes de la oligarquía financiera. La pieza, sin embargo, data de casi tres décadas atrás.

Estampa de la serie Seguí sin demagogia.

Tal es la actualidad de Antonio Seguí, el maestro argentino que a los 78 años de edad viajó a La Habana el pasado fin de semana para asistir a la inauguración de su muestra personal que marcó el punto de partida del Año de la Nueva Figuración, conjunto de acciones con las cuales la Casa de las Américas valoriza los fondos de su colección que responden a esa corriente artística fundamental en la historia del arte durante la segunda mitad del siglo XX.

La exposición de Seguí se titula Los archivos de la memoria y no es casual: el espectador puede recorrer las diversas estaciones de un creador que desde los años sesenta hasta los ochenta del siglo pasado no solo propuso un lenguaje audaz y pletórico de novedades compositivas sino que las formuló para dar testimonio de su época.

Seguí no apeló a subterfugios ni enmascaró sus dardos. Desmontó, con humor corrosivo y a veces amargo, la hipocresía, la doble moral, las veleidades y la megalomanía de las llamadas clases vivas de la sociedad argentina —crítica extensiva a otras sociedades del mismo corte— y ante el ejercicio dictatorial y represivo de las fuerzas castrenses no calló.

"La obra de Antonio Seguí —nos dice la curadora de la muestra, Silvia Llanes— es la mejor expresión del espíritu inquieto de su creador. Una vez que puede trazarse un mapa de sus recursos artísticos, él cambia, incorpora nuevos personajes, aclara u oscurece la paleta, se mueve de la pintura a la escultura, o bien traduce sus preocupaciones en el grabado, crea personajes citadinos, miembros de la tribu urbana que son una visión, casi siempre caricaturizada de los individuos que acompañan nuestra cotidianeidad, a veces nosotros mismos".

Arte de vocación social definida y, cuando las circunstancias lo exigieron, de clara intención política, Seguí logró expresarse sin caer en el panfleto ni abaratar ni un ápice las propiedades de un lenguaje de fuerte impronta gráfica.

Donde el pop norteamericano y sus grandes cultivadores se detuvieron fascinados por las revelaciones formales que les ofrecía la transfiguración del cómic y los trucos publicitarios, Seguí dio un paso adelante con un desenfado demoledor y una mayor complejidad icónica.

Admirable lección de capacidad asociativa y construcción metafórica, la obra de Seguí no está hecha para el deslumbramiento, sino para la reflexión.

 

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