Habrá incluso quien piense que una litografía coloreada donde se
denuncia el poder depredador de los bancos —con pelos y señales
apunta a Wall Street— fue hecha para acompañar al movimiento de
indignados norteamericanos que protestan en estos momentos contra
los desmanes de la oligarquía financiera. La pieza, sin embargo,
data de casi tres décadas atrás.
Estampa
de la serie Seguí sin demagogia.
Tal es la actualidad de Antonio Seguí, el maestro argentino que a
los 78 años de edad viajó a La Habana el pasado fin de semana para
asistir a la inauguración de su muestra personal que marcó el punto
de partida del Año de la Nueva Figuración, conjunto de acciones con
las cuales la Casa de las Américas valoriza los fondos de su
colección que responden a esa corriente artística fundamental en la
historia del arte durante la segunda mitad del siglo XX.
La exposición de Seguí se titula Los archivos de la memoria
y no es casual: el espectador puede recorrer las diversas estaciones
de un creador que desde los años sesenta hasta los ochenta del siglo
pasado no solo propuso un lenguaje audaz y pletórico de novedades
compositivas sino que las formuló para dar testimonio de su época.
Seguí no apeló a subterfugios ni enmascaró sus dardos. Desmontó,
con humor corrosivo y a veces amargo, la hipocresía, la doble moral,
las veleidades y la megalomanía de las llamadas clases vivas de la
sociedad argentina —crítica extensiva a otras sociedades del mismo
corte— y ante el ejercicio dictatorial y represivo de las fuerzas
castrenses no calló.
"La obra de Antonio Seguí —nos dice la curadora de la muestra,
Silvia Llanes— es la mejor expresión del espíritu inquieto de su
creador. Una vez que puede trazarse un mapa de sus recursos
artísticos, él cambia, incorpora nuevos personajes, aclara u
oscurece la paleta, se mueve de la pintura a la escultura, o bien
traduce sus preocupaciones en el grabado, crea personajes citadinos,
miembros de la tribu urbana que son una visión, casi siempre
caricaturizada de los individuos que acompañan nuestra
cotidianeidad, a veces nosotros mismos".
Arte de vocación social definida y, cuando las circunstancias lo
exigieron, de clara intención política, Seguí logró expresarse sin
caer en el panfleto ni abaratar ni un ápice las propiedades de un
lenguaje de fuerte impronta gráfica.
Donde el pop norteamericano y sus grandes cultivadores se
detuvieron fascinados por las revelaciones formales que les ofrecía
la transfiguración del cómic y los trucos publicitarios, Seguí dio
un paso adelante con un desenfado demoledor y una mayor complejidad
icónica.
Admirable lección de capacidad asociativa y construcción
metafórica, la obra de Seguí no está hecha para el deslumbramiento,
sino para la reflexión.