En
contraste con la tendencia global al deterioro ambiental, Cuba es
una de esas naciones que propugnan con fuerza un viraje radical en
la actitud humana para con la naturaleza, y en su extensión insular
los ejemplos favorables son palpables.
De la Red Nacional de Jardines Botánicos, agrupación que es
paradigma de las buenas prácticas, el de la oriental provincia de
Granma destaca por ser un verdadero vergel de singularidades.
A la altura de 30 años cumplidos a finales del 2011, el Cupaynicú
—como se llama, en virtud del arroyo homónimo que lo atraviesa— ha
ganado mucho en el manejo integral de sus 105 hectáreas de
vegetación; mientras en la ampliación de las opciones al visitante,
también se consolida como preferencia recreativa y magnífica entidad
de ciencia.
Ubicado a 17 kilómetros de la ciudad de Bayamo y en dirección a
la cabecera municipal de Guisa, el jardín es el único del país que
en su interior tiene un significativo segmento de vegetación
endémica; pues la localización en la precordillera cársica de la
Sierra Maestra, le permite mostrar más de 50 hectáreas de un bosque
de ejemplares autóctonos, algunos robustos, otros raros, y varios
declarados amenazados, que lo avalan como Área Protegida y Reserva
Florística Manejada.
El arroyo natural que atraviesa el jardín también lo distingue de
sus similares cubanos, y ha sido básico para que en sus márgenes
crezca un bosque de galería con mayores requerimientos de humedad.
La bióloga Yolennis Rodríguez, directora del Cupaynicú, señala a
Granma los atractivos que más llaman al visitante: el "bosque
de los gigantes", con árboles de hasta 200 años, como el aceitillo,
el manajú, el granadillo, el moruro rojo, el ocuje, la ceiba; la
colección de palmas; el montículo rocoso de los cactus; las parcelas
de jardinería; los umbráculos de orquídeas y otras plantas exóticas;
hasta completar 15 áreas botánicas donde viven 1 661 especies
vegetales de 153 familias.
A esto se agrega, acota la especialista Tatiana Mojena, la
posibilidad de encontrar en los bosques animales en peligro de
extinción, como la jutía conga; por no hablar de los innumerables
reptiles, insectos y aves, de estas últimas el 60 % endémicas y
otras que no habitan cerca del hombre, "pero aquí llegan porque el
paisaje les parece virgen".
Aunque en los días fundacionales de 1981 el Cupaynicú no abrió
directamente al público, en virtud de prepararle las condiciones
óptimas; la ciencia practicada con profundidad y esmero en el
paradisíaco jardín, rápidamente lo convirtió en referente nacional,
y hoy es el laboratorio preferido de un Doctor en Ciencias, cinco
especialistas y tres técnicos, además de ser el centro laboral de
otros 60 obreros.
Merecer un premio especial de la Academia de Ciencias de Cuba y
otros reconocimientos importantes, así como ser sede de talleres
internacionales sobre manejo de plantas amenazadas, dice mucho del
potencial y los resultados científicos de la instalación; también
seleccionada como aula por alumnos de la Universidad de Granma, el
Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov y
coleccionistas de todo el país, explica la joven directora.
Sin embargo, que ya no haya un día sin recibir visitantes dice
mucho más de la preferencia popular por el singular paraje. Amén de
la inexistencia de un transporte permanente —solo garantizado de
modo intermitente en el verano—, la gente acude por grupos al
Cupaynicú para diferentes fines.
"La apertura de un restaurante de guano, una cafetería, y la
venta de plantas ornamentales y medicinales —existen más de 300
especies curativas muy demandadas—, semillas, cáscaras, sustratos¼
han sido sin duda ganchos magníficos para miles de personas que
aprecian la naturaleza como una forma sana de recreación", afirma
Rodríguez.
Entonces, al calor de estos tiempos, también cabría razonar que
la abundancia de atributos demuestra una cantidad mayor de reservas
por explotar, incluso, a favor de la economía; para que la
institución deje de ser subvencionada y aporte al presupuesto del
Estado.
¿Por qué no valorar con agilidad la posibilidad de concretar el
deseo manifiesto de varios turoperadores nacionales para
incorporarlo a un paquete turístico; o que el bosque endémico se
abra por fin, previa licencia ambiental, al senderismo; o que,
cuando haya posibilidades, exista de una vez el transporte fijo
desde Bayamo, que asegure la afluencia constante de público y le
sume garantías a la solvencia?
En definitiva, si el paraíso granmense del Cupaynicú ya vence en
sí mismo el compromiso con la naturaleza y es uno de esos lugares
por donde el planeta respira aún la esperanza del equilibrio
ambiental; la oferta de sus placeres con mejores iniciativas
económicas, también ayudaría a aleccionar al mundo sobre las
urgencias ecológicas de hoy.