El
próximo domingo 11 de diciembre el fútbol cubano celebra su
centenario, y tanto se hablará por estos días de aquel partido
germinal en el campo Palatino entre los equipos Hatuey y Rovers —que
este último ganó con un solitario gol de su capitán Jack Orr—, que
ya ni les cuento.
Lo siento, pero soy de los que piensan que el pasado más que nada
sirve para comprender los entuertos del presente y quizá, con un
poco de sentido común, hacer mejor las cosas en el futuro; así que
no suelo otorgarle mayor importancia al almanaque. Y redoblo mi
disculpa, porque viendo lo que ha dado de sí en estos cien años el
fútbol en Cuba, la verdad es que resulta difícil celebrarlo con el
ánimo que se merece.
Y puede sonar crudo, pero es real. En Cuba, ya saben, ahora mismo
se ve, se habla y se consume más fútbol que nunca antes. Pero el
fútbol nacional, ese que se practica en nuestros contornos, apenas
se conoce. Su tradición, su historia, su liturgia y sus
protagonistas perviven más cerca del olvido y el anonimato que de
otra cosa.
En ello algo de culpa tenemos la prensa, cierto. Porque muchas
veces no atendemos como deberíamos el acaecer de nuestro fútbol.
Existen otras causas, sin embargo, que escapan de nuestra
responsabilidad. Como el deficiente acceso a la información, por
ejemplo. O cosas que se podrían hacer mejor, de entrada, en la
organización del fútbol, empezando por su Campeonato Nacional, que
en ningún caso debería quedar en un certamen burocrático ni en una
competencia fantasma.
No debe ocurrir que si su calendario se trasplanta de fecha, para
evitar el parón que solía haber durante los meses de diciembre y
enero, la última edición se haya visto interrumpida no ya una, sino
dos veces. O que ni siquiera su final se transmita por TV.
En ningún caso objetamos que durante la semana se emitan hasta
cuatro programas dedicados al fútbol internacional. Todo lo
contrario, porque gracias a espacios como Gol, en parte hoy el
fútbol goza en Cuba de una popularidad sin precedentes. Pero si Cuba
compite en un torneo de selecciones como la Copa de Oro, no debe
ocurrir que no se transmita, pese a que el desempeño de nuestra
selección ronde lo gris con pespuntes negros. Y tampoco debería
suceder que las fechas FIFA continúen siendo feriados para nuestros
jugadores —amén de nuestras limitaciones económicas—, porque hace
falta topar más con el fútbol de afuera para medir nuestra fuerza y
saber dónde pisamos, antes de desayunarnos luego otro batacazo.
Un dato revelador, en ese sentido, es que no enfrentamos a una
selección europea desde que en 1988 empatamos sin goles con Albania
y que desde ese entonces solo hemos jugado cinco veces con equipos
pertenecientes a una confederación diferente a la CONCACAF: vs.
Camerún (1997), Sudcorea (2002), y Venezuela y Chile (2007).
En realidad, hace falta capacitar mejor los recursos humanos con
que contamos y tal vez la cuestión no radique en contratar un
técnico extranjero para gestar un resultado de la noche a la mañana,
sino en aprovechar mejor las amistades que tenemos en el mundo
dispuestas a ayudarnos —que no son pocas—, para que nos transmitan
sus experiencias en el día a día de los entrenamientos, mejor que en
conferencias o seminarios. O más aun, en el trabajo con la cantera.
La masividad, que espontáneamente surge en las calles y placeres,
si no se organiza y aprovecha mejor, se desperdicia. Y el trabajo en
la base es fundamental porque el fútbol no se gesta, ni podrá
gestarse nunca, en un laboratorio. Es un deporte de equipo, en el
que sobresalen las individualidades, pero en primer lugar se
requiere que 11 personas funcionen como un todo.
Talento tenemos, como quedó demostrado hace algunas semanas en
los Panamericanos de Guadalajara, pero hay que saber potenciarlo y
hay que saber, sobre todo, salirlo a buscar a la calle donde tantos
niños juegan, pues nunca debemos olvidar que a Maradona, como a
tantos a otros genios, lo descubrieron jugando semidescalzo en un
potrero.
Hay que saber también que aun sorteando estos baches, los éxitos
no llegarán enseguida, porque aun haciendo las cosas bien hará falta
tiempo para que esa labor rinda sus frutos, así que es preciso
desprenderse del "resultadismo" y tener paciencia, pero sobre todo
trabajar con precisión y ahínco.
De paso sería bueno también que se desecharan ya algunos mitos,
como que el fútbol no florece en países beisboleros. O que los
cubanos no lo llevamos en la sangre¼ Por
favor. Si es que la madre de Santiago Bernabeu, artífice del
legendario Real Madrid de los años ’60, fue camagüeyana.
Ninguno de los planteamientos que aquí hemos expuesto es nuevo.
Pero quizá por eso mismo tampoco anden errados del todo. De ahí que
sería provechoso que alguno colara entre los tres palos para ver si
nuestro fútbol se quita de una buena vez los pañales y echa por fin
a correr. El pitazo inicial, ya lo saben, sonó hace un siglo.