En lugar de retirar a sus hombres del país asiático como propuso
en el año 2008, Obama incrementó en 30 000 efectivos los
contingentes de soldados estadounidenses para combatir a las fuerzas
del talibán. Implementando así una "nueva estrategia" para la
pacificación de ese territorio en su supuesta lucha contra el
terrorismo. Pero, "curiosamente" esta maniobra sirvió solo para
extender el número de víctimas civiles y militares, afganas y
extranjeras.
Algunos medios indican que desde el inicio de la intervención
norteamericana, han muerto al menos 125 000 civiles en Afganistán,
un dato que podría estar subestimado. Otras fuentes aseguran que la
espiral belicista dirigida por Washington ha ocasionado unas 40 000
bajas, entre ellas 2 753 efectivos invasores de distintas partes del
mundo. El ejército estadounidense ha perdido 1 801 militares en el
conflicto, o sea, el 65 % del total de fallecidos.
Y, ¿qué hace el ocupante del despacho oval ante estadísticas tan
alarmantes? En su reciente alocución ante la Asamblea General de
Naciones Unidas, Obama justificó —una vez más— la guerra iniciada
diez años atrás por su predecesor George W. Bush, utilizando
prácticamente sus mismos argumentos: culpar al asesinado Bin Laden y
la red Al Qaeda por la sucesiva agresión injustificada contra el
pueblo afgano.
El país centroasiático ha pagado con creces la implantación del
modelo de "democracia y libertad verdadera" importado de Occidente
mediante los fusiles de las tropas norteamericanas y sus aliados de
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Miles de
vidas civiles se han perdido, mientras proliferan las torturas, los
atentados suicidas y el narcotráfico.
En el foro de Naciones Unidas, Obama insistió en que tras el
"fin" de la guerra en Iraq, Estados Unidos comenzaría la proclamada
transición en Afganistán: "a medida que esta nación asuma la
responsabilidad de su futuro, se irán sacando las fuerzas
estadounidenses de allí", recalcó. ¿Ironía, u otra falsa promesa?
No obstante, en su presentación en el foro internacional Obama
obvió que los últimos soldados que han regresado a Estados Unidos,
lo han hecho en cajas de pino envueltas en la bandera nacional. La
guerra petrolera, ¿antiterrorista?, le ha resultado bastante cara.
La progresiva transferencia de competencias de seguridad a las
autoridades afganas debería culminar —según el plan previsto por la
Casa Blanca— con la salida de Estados Unidos del país en el 2014.
Sin embargo, las altas esferas del Pentágono aún se atribuyen el
derecho a determinar si va por buen camino o no la "autonomía" del
Gobierno afgano. Una vez más será la "providencia" norteamericana la
que dicte sentencia.
Incluso, un informe de Naciones Unidas plantea que unos 50 000 de
los actuales 150 000 soldados desplegados en esa República Islámica
permanecerán tras el 2014 en labores de apoyo e instrucción de las
fuerzas militares y policiales afganas. Así, la OTAN consolidará una
asociación a largo plazo con Kabul.
En lo que va del 2011, la violencia en este país ha aumentado en
un 39 %, según la ONU. Durante los primeros seis meses del presente
año murieron unos 1 400 civiles, 15 % más que durante el primer
semestre del 2010. El índice de opinión pública anti-guerra también
ha crecido.
Vale preguntarse entonces si al Premio Nobel de la Paz, Barack
Obama, le convendrá incumplir con su promesa electoral cuando se
acerca el fin de su mandato. El curso de la guerra en Afganistán
podría convertirse en obstáculo para su aspiración de ser reelecto a
la presidencia de Estados Unidos.
En la cita de Naciones Unidas, Obama insistió de forma arrogante
en que "la ola de la guerra se está revirtiendo". Mientras el
mandatario desvirtuaba la realidad de Afganistán ante los gobiernos
del mundo, el fragor de los enfrentamientos y la detonación de
coches bomba aún resonaban en Kabul y otras ciudades del país
asiático.