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Reconstrucción de transformadores eléctricos:
Cuando enrollar desenrede finanzas
Dilbert Reyes Rodríguez
Para bien de la economía cubana, hay colectivos laborales que aún
siendo pequeños comprenden cabalmente las urgencias del país, y se
convierten en referencias de cómo librar algunos "rollos" actuales.
Mientras
ensambla un transformador, Luis Borrego instruye a los jóvenes Eddy,
Misael y Daniel.
Un ejemplo loable —diametralmente opuesto a la acepción más
popular del término enrollar— es el Taller de Transformadores de la
ciudad de Manzanillo, provincia de Granma, en el cual sus 20
trabajadores, en un año, le ahorran a la nación cerca de 600 000
dólares de importaciones; tributan a la red eléctrica de todo
Oriente, y sacan el tiempo para contribuir al adiestramiento de
técnicos y obreros que necesita la Isla.
Actividad deprimida hace apenas tres almanaques, la
reconstrucción este año de 800 transformadores de distribución
cuadruplicará la entrega del año 2008 y reafirmará al
establecimiento como el más eficiente y el de mayor producción entre
sus similares.
Contar
con un laboratorio de prueba, eleva la garantía de calidad y permite
diversificar los servicios.
Adscrita a la Fábrica de Transformadores Latino, de La Habana, y
perteneciente a la Empresa Nacional de Producciones
Electromecánicas, la instalación de la urbe costera recibe de toda
la región oriental de Cuba los equipos defectuosos, los repara y
luego los envía de vuelta prácticamente nuevos, a un costo que
reduce en tres veces el precio de adquisición en el mercado
internacional.
Al mando de la entidad, el ingeniero Ángel García explica a
Granma que el costo de cada transformador allí oscila entre 341
y 400 pesos convertibles; en tanto la tarifa mundial exige unos 1
100 dólares por unidad.
"Como promedio diario, cinco aparatos están saliendo del taller
pintados, rotulados y listos para funcionar; sin restarle impulso a
la comprobación de medios de protección ni a otros servicios
ofrecidos a varios clientes".
En efecto, la posibilidad de disponer de un laboratorio de prueba
eleva la garantía de calidad de los transformadores —avalada por
rigurosas normas nacionales y foráneas—, y permite diversificar la
producción hacia la comprobación y certificación de accesorios como
guantes, mantas y mangas, fajas, varas, metradores y otros, usados
por los linieros en las redes energizadas; de los cuales más de 1
200 fueron revisados hasta agosto.
PRODUCIR Y REPLICAR EJEMPLOS
Aunque limitados al espacio reducido de una nave y un patio en
vías de mejoras constructivas, el flujo productivo funciona con la
eficiencia de un reloj: primero la recepción, desarme y defectación;
si el daño al núcleo o el enrollado es irreversible, pasa al área de
conformación de bobinas nuevas; luego al ensamblaje, secado en
horno, colocación dentro de la cuba reparada, extracción al vacío de
algún reducto de humedad, habilitación del aceite, y finalmente la
media docena de rigurosas pruebas en el laboratorio.
"De este modo se fabrican aquí transformadores de 10, 15, 25,
37.5, 50, 75 y 100 kilovoltio ampere (kVa), y por pedido, alguno de
250 kVa", detalla el operador de laboratorio Wilfredo Montero.
Ángel García añade que el nivel técnico alcanzado por sus obreros
ha posibilitado la fabricación de transformadores nuevos, incluso,
de 19 000 voltios, para la línea de 33 000.
"A la profesionalidad del trabajo se suman la identificación y
pertenencia demostradas por cada obrero, evidentes en curiosas
inventivas como las enrolladoras, la dobladoras de alambres
rectangulares y los dispensadores para cintas adhesivas, que les
facilitan la labor, multiplican la eficiencia y elevan la
productividad".
Otro detalle plausible en el taller manzanillero es que cada
puesto es un aula y cada obrero un profesor. A la visita de este
diario, recibían adiestramiento Daniel Luis y Eddy Sánchez, alumnos
del cuarto año de nivel medio en Electricidad, del Instituto
Politécnico Jesús Menéndez.
"Rotamos por casi todas las áreas y en cada una aprendemos cosas
sorprendentes. Nos sentimos muy bien atendidos, y cuando uno ve el
producto nuevo, terminado, se alegra y se motiva más, porque
entiende que ser electricista no es solo empatar cables o poner una
lámpara", dijo Eddy.
El ensamblador Luis Gerardo Borrego aplaude la disciplina y el
interés de los muchachos, "porque sientes que no pierdes tiempo
cumpliendo una formalidad; si les gusta de verdad y prestan
atención, entonces cada paso en el ensamblaje es una clase para
ellos".
La efectividad del aula anexa que constituye el taller, ha
pinchado la vocación y el deseo de trabajar allí de algunos, como el
jovencito Misael Fonseca, graduado de obrero calificado y quien
asiste todos los días de manera voluntaria a aprender, ayudar y
finalmente ganarse una plaza.
Ángel confirmó que le place mucho el interés de ese joven: "Su
persistencia nos ha demostrado su valía como obrero y lo vamos a
emplear. Ojalá se vean jóvenes como él más a menudo en las fábricas
y talleres cubanos".
PERSPECTIVAS EN AUMENTO
Al ritmo actual, el singular establecimiento no acumula deudas
con la cantidad, la calidad y la eficiencia de su producción.
Tampoco las tiene con la atención a sus 20 obreros, quienes
debidamente ataviados en overoles, se acercan a los 400 pesos
mensuales más una estimulación en convertibles.
Sus asuntos pendientes están en las ganas de hacer más, en la
posibilidad real de convertirse en fábrica y cubrir el potencial de
1 500 transformadores al año.
Para eso tienen apuro en ver terminadas las áreas —hoy en
construcción— de almacenaje y pintura, así como la reparación
capital de la nave de producción. De igual modo agilizan el montaje
de tres bobinadoras más, que les permitirán aumentar el flujo y el
personal.
Con tal ímpetu, el Taller de Transformadores de Manzanillo habla
el mismo lenguaje de las prioridades actuales, responde
ejemplarmente al llamado a la racionalidad, y demuestra los ajustes
de tuerca que en materia de producción y eficiencia, pueden darle a
la economía nacional las herramientas denominadas trabajo y calidad.
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