Fue Eduardo Robreño (La Habana, 23 de septiembre de 1911) un
cronista de pura cepa, viva estampa de la cubanía. Como se diría en
jerga beisbolera —una de sus grandes pasiones—, transpiraba
identidad de la gorra a los spikes. Lisandro Otero lo calificó como
"el enciclopedista de nuestros hechos cotidianos" y alguna vez
Eusebio Leal lo presentó como "el contertulio ideal".
Hombre
de teatro, nacido y criado en la escena, no es posible obviar su
colaboración con el maestro Gonzalo Roig en la obra Quiéreme
mucho, ni su asociación con Rodrigo Prats y Enrique Núñez
Rodríguez en la dirección de la compañía Jorge Anckermann para
insuflar de nuevos bríos el teatro Martí, donde se representaron con
éxito sus piezas Siempre en mi corazón y Recuerdos del
Alhambra.
Pero el Robreño más cercano a mi generación fue el de la palabra
sazonada con sabiduría e ingenio, el de los giros coloquiales
redondos, el que hizo de la conversación una estancia cómplice.
Robreño memorioso y memorable, entre las volutas de una breva, el
fulgor dorado del añejo, y el bastón que empuñaba como un cetro.
Discurría sobre Candita Quintana y Alicia Rico, piedras angulares
del teatro vernáculo como lo fueron también sus entrañables Ramón
Espigul, Carlos Pous y Américo Castellanos; admiraba a Rita Montaner
y Bola de Nieve; revelaba los acentos de Benny Moré, Ignacio Piñeiro
y Miguel Matamoros; le sabía un mundo a la historia de cada rincón
habanero; deshojaba datos asombrosos acerca del uso de los tranvías,
la ubicación de las fondas, las tramas subterráneas de Pajarito y
San Isidro, el trajín de las lavanderías chinas; filosofaba
anécdotas de Adolfo Luque, Martín Dihigo y Alejandro Oms, mitos del
béisbol; aireaba los trapos sucios de la corruptela republicana, y
podía disertar hasta el infinito acerca de las luchas obreras.
Transitó de la conversación a la página impresa y viceversa. Ahí
están sus crónicas ejemplares en las revistas Bohemia y Verde Olivo
y sus libros Cualquier tiempo pasado fue... (1978), Como
me lo contaron te lo cuento (1981) y Como lo pienso, lo digo
(1965), y su presencia junto a Manuel Villar en el programa
radiofónico Memorias, de Radio Rebelde, sus pláticas
costumbristas en Radio Taíno y su presencia en el antológico espacio
de la TV Cubana, Qué república era aquella.
Genio y figura, a cien años de su nacimiento nos parece que
Eduardo Robreño va a regresar dueño de la palabra en cualquier
momento delante del micrófono, frente a la página en blanco, o en la
Acera del Louvre o El Hurón Azul de la UNEAC, para contarnos a viva
voz un suceso de ayer o de hoy.