Retrato de la pintura

NELSON HERRERA YSLA

Deudor de ciertas expresiones del saber y el conocimiento provenientes en grado sumo del Lejano Oriente, y ávido por construirse un entorno íntimo, equilibrado, pleno de devociones, amores y honestidades, el pintor y grabador Rigoberto Mena habita hoy uno de esos altos estadios propios de quienes se proponen renovar el universo de la abstracción en Cuba. Eso ha quedado demostrado en sus 13 grandes telas, que con el título Hablando en lenguas, el Museo Nacional de Bellas Artes cierra este verano caliente en La Habana y abre simbólicamente la temporada invernal, pues permanecerá abierta hasta el próximo mes de noviembre en la sala transitoria del tercer piso de la institución.

En esta exposición, bajo la curadoría de Elsa Vega, podemos apreciar transformaciones germinadas en largos procesos de búsqueda y experimentación por quien es hoy uno de los más caros exponentes del género, filtrados inteligentemente por el tiempo y la distancia.

Girasoles para Van Gogh (2011), de Rigoberto Mena.

En estas obras de gran formato comienza a desdibujarse lo arquitectónico y urbano tantas veces expresado por Mena en etapas anteriores —y por lo que ha sido reconocido en la escena artística nacional y fuera de esta— aunque no deja de asombrarnos la persistencia de algunos de sus rasgos constitutivos. Así, la ciudad se va alejando cada vez más del controvertido universo de sus obsesiones mientras se abre paso un cosmos inédito, un firmamento decorado con mucho más misterio y estrellas, más cercano a la inmensidad del cielo que a la materialidad de la tierra, más dado a la levedad del aire que a los obligados encontronazos de la piedra.

Estos nuevos lienzos de Mena actúan como mensajeros de una libertad inherente a toda existencia humana. Su primordial interés apunta con fuerza al hallazgo de cuanto ha de alimentar la creación misma, y en ese apasionante recorrido por la vida material y espiritual del hombre llega hasta el fondo de muchas de sus unidades primigenias, básicas, ordenadoras en última instancia del funcionamiento del cuerpo.

Mena ha ido de lo macro urbano a lo micro anatómico, de las sólidas racionalidades arquitectónicas a la mutabilidad de lo gestual sin necesidad de desgarramientos, fisuras, traumas. Este viaje —este viraje también podría decir— es el resultado de introspecciones y meditaciones constantes, diarias, alejadas del mundanal ruido que hoy amenaza no solo la convivencia ciudadana sino también la creación en su sentido general.

Tampoco se somete a los dictados de una búsqueda afanosa del color, como podría esperarse quizás de un pintor cubano subordinado a las intensidades de la luz en esta parte del planeta. De su instrumental expresivo surgen constantemente otras gamas, en especial grises, negros, sepias, tierras, e infinitud de variaciones. Ello lo emparenta de algún modo con las delicadas y minuciosas tintas del extraordinario Raúl Milián, ese para quien el mundo, el verdadero mundo de las emociones y sentimientos humanos, podía abstenerse en realidad de estridencias cromáticas. Aun cuando la escala diminuta de las cartulinas y papeles de Milián nada tienen en común con el gigantismo actual de los lienzos de Mena, ambos proyectan una imagen agraciada de lo que podría considerarse un artista universal, libre, consagrado por entero al arte sin apellidos.

Estos grandes formatos que Mena exhibe ahora son una respuesta sensata, deliberada, a los amplios registros espaciales del Museo Nacional de Bellas Artes, cuyas paredes y pisos están poblados por más de mil obras de historia del arte cubano y donde no es fácil abrirse un camino entre tantas virtudes y cualidades sorprendentes de lo visual autóctono. En esas grandes telas podemos identificar, a la vez, pequeños núcleos donde el artista examina texturas, manchas, profundidad, trazos, letras, palabras, y al mismo tiempo entresacar significados y alusiones de toda naturaleza y rango. Tales núcleos conforman una totalidad coherente, unitaria, apta para el disfrute de lo particular y lo general, al modo de esas obras maestras construidas desde la Edad Media, el Renacimiento, el Barroco, hasta finales del siglo XIX. Por ello, no le interesa establecer un foco específico de atención, una fracción dominante dentro de la obra. Para él todas y cada una de las partes son importantes, y todas contribuyen a la conformación de esa atmósfera general liberada de estratificación y jerarquizaciones: es la plenitud de lo específico pictórico, de la deificación de la pintura como expresión más alta de lo genuino y sobrecogedor, sin alianzas lingüísticas tan a la usanza hoy.

Es la pintura en toda su desnudez, expuesta sin prejuicios, sin artimañas ni falsas construcciones ideoestéticas, sin redundancia discursiva ni apoyatura teórica. Es, para decirlo de manera más simple: pintura.

Recorrer cada una de sus obras, de un lado a otro, sin principio ni fin, abierta y libremente, es acrecentar la fluidez que ellas en sí contienen. Si bien en sus obras anteriores la lectura era frontal, global, de golpe, ahora nos dejamos llevar por el fluir de la mano, del gesto, del color: estamos tentados de volver una y otra vez sobre la superficie de la tela cuando nos asalta la duda de haberla disfrutado cabalmente.

Es un imaginario que discurre ante nuestros ojos —enemigo, entre otras cosas, del impacto de la luz— trasvestido en la "forma sin forma", como se lee en uno de los cuadros.

Y los llamo ahora cuadros —palabra desusada en tiempos postmodernos y pos-postmodernos— aunque también podría llamarlos retratos de la pintura porque eso son para mí. Mena ha captado la esencia, las claves históricas de la pintura. Las ha "retratado" desde el interior de ella y de él mismo, consciente de su tradición e historia en esta segunda década del siglo XXI.

¿Pintar en el siglo de la telefonía móvil, de la internet, del 3D, de la televisión digital, de los viajes espaciales, de la nanotecnología, de las redes sociales? Pues sí, nos lo confirma Mena sin sobresalto alguno y con una alta dosis de placer, deseoso de contribuir al esplendor de una de las expresiones más lúcidas y penetrantes de la cultura visual cubana.

 

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