puntos
álgidos en la tragedia diaria, llamó la atención de la prensa
internacional. Sucedió en Tatárszentgyörgy, un pequeño pueblo
húngaro situado a unos 60 kilómetros de Budapest, durante la noche
del 23 de febrero de 2009. Con cócteles molotov atacaron extremistas
de derecha la casa de su hijo Robert. Cuando la familia trató de
huir de las llamas, fue recibida por los disparos de francotiradores
que la esperaban a la salida. Robert murió. Y también el nieto de
Csorba, de cuatro años. Su nieta de seis resultó herida. Su nuera
pudo salvarse con el menor de los niños saltando por la ventana. Los
Csorba son gitanos.
"La situación de la etnia romaní en Hungría es más que mala",
dice Jenö Kaltenbach, director de la delegación húngara del Centro
Europeo de Derechos Romaníes (ERRC). El nivel de desempleo entre
este grupo supera no en pocas ocasiones el 50 %, en otras roza el
100 %. El acceso a la educación de sus miembros es bajo, el índice
de personas sin formación duplica la media. También la mortalidad
infantil es más elevada. Y no solo eso, cuenta Kaltenbach: "la
marginación está muy extendida, aún persisten muchos prejuicios y el
ambiente es del todo antirromaní".
Las encuestas revelan que el 70 % de los húngaros tiene una
opinión negativa de los gitanos, asegura Kaltenbach. Esto le da
cobertura a las palizas, al amedrentamiento y a las olas de
atentados como la vivida entre el 2008 y el 2009. "El problema en
Hungría es grave", reconoce Sandor Orban, de la Red de Europa del
Este para la Profesionalización de los Medios, una organización que
ha puesto en marcha cursos para formar a periodistas romaníes, "pero
no se diferencia demasiado de lo que sucede en países como Bulgaria,
Rumania, Eslovaquia e incluso la República Checa".
Solo el 42 % de los gitanos termina la escuela, mientras que la
media europea es del 97,5%. Pese a que está prohibido, en algunos
colegios húngaros se sigue separando a los niños romaníes del resto
de los alumnos. (AP/Eileen Kovchok)
En toda Europa viven entre 10 y 12 millones de gitanos, un
importante contingente de ellos en la parte oriental del continente.
En Bulgaria compone esta etnia el 10 % de la población, en Rumania
el nueve. En Hungría pertenece a ella el 6 % del censo: unas 600 000
personas, la principal minoría. Las lacras que la lastran no son
ciertamente asunto de una sola nación. De "discriminación
sistemática" y "violaciones de los derechos humanos de dimensiones
insostenibles" habló a principios de este año el Parlamento Europeo,
y eso refiriéndose al conjunto de la UE. Pero, ¿de dónde procede la
violencia húngara? "La raíz hay que buscarla, entre otros factores,
en la historia", apunta Kaltenbach.
La espina que hiere el orgullo nacional húngaro se llama todavía,
casi un siglo después, Tratado de Trianon, el acuerdo que castigaba
al país por su asociación con los vencidos en la I Guerra Mundial.
Por él perdió Hungría más de la mitad del territorio, el 30 % de sus
habitantes y prácticamente todas las regiones ricas en recursos
naturales. El mapa de la "Gran Hungría", el Estado que había marcado
el pulso de los Balcanes y obligado a hacer concesiones a Austria,
se hacía definitivamente pedazos.
El revisionismo unió a alemanes y húngaros durante el periodo de
entreguerras. En 1943, cuando empezaba a perfilarse la derrota nazi,
Budapest hizo un rápido intento de cambio de bando, al que los
germanos respondieron ocupando el país e instaurando un Gobierno
manejable. Más de 400 000 judíos fueron deportados en el transcurso
de solo dos meses. A finales de 1944, los fascistas del Movimiento
Hungarista de la Cruz Flechada se instalaron en el poder y
continuaron desde allí con el genocidio hasta la irrupción del
Ejército Rojo.
El uniforme negro y el pañuelo rojiblanco al cuello de la Guardia
Húngara recuerdan sospechosamente a la vestimenta de los miembros de
la Cruz Flechada. Esta milicia fue fundada en el 2007 y refundada un
año más tarde, entre otros por Gabor Vona, el líder del partido
Jobbik, cuyas siglas corresponden a "Asociación de Jóvenes
Derechistas Húngaros, Movimiento por una Hungría Mejor". En las
elecciones de diciembre del 2010, Jobbik obtuvo casi el 17 % de los
votos y 47 escaños en el Parlamento, solo 12 menos que los
socialistas que habían gobernado durante la pasada década y media.
Contra la "criminalidad gitana" y quienes atacan a la "Gran
Hungría", contra la Unión Europea y la globalización, marchan
milicias como la Guardia Húngara; dan discursos, inauguran
monumentos y reclutan adeptos. (AP/B. S.)
A reconocer los límites del Tratado de Trianon se niegan
personajes como Gabor Vona. De los problemas del país, aquejado de
una grave crisis económica que ha dejado no solo a las arcas del
Estado, sino también a las empresas y a cientos de miles de familias
de clase media al borde de la bancarrota, acusa el derechista a los
partidos establecidos. Y como hasta ellos mismos reconocen que las
dificultades financieras húngaras se han cocinado en casa —a través
de la incompetencia, la corrupción y la no introducción de las
reformas necesarias—, a Jobbik no le cuesta puntuar políticamente
con estos temas.
"La gente en Hungría está cansada, exhausta de los cambios que no
llevan a mejor, frustrada", cuenta Orban. El florín se desplomó a
finales del 2008, convirtiendo en impagables los créditos contraídos
por los húngaros, muchas veces en moneda extranjera. La
productividad del país descendió en más de un 20 %. El déficit
público, ya alto, se disparó. De la noche a la mañana, y sin que
muchos entendieran la razón, Hungría pasó de alumno aventajado en la
transición al capitalismo a último de la clase. La Unión Europea y
el Fondo Monetario Internacional tuvieron que acudir al rescate;
como contrapartida se exigen duros recortes sociales.
"En esta situación", continúa Orban, "se buscan culpables.
Volverse contra las minorías es fácil". Los gitanos son para los
húngaros lo que los inmigrantes para los europeos occidentales,
compara. Un poco de chovinismo y una pizca de antizinganismo pueden
llegar a bastar como receta política. "Los gitanos son cada vez más
criminales", citaba a Gabor Vona el diario alemán taz.de,
"para ellos, robar y maltratar a Hungría no es un delito". Por
suerte, continuaba el líder de Jobbik, "la Guardia Húngara hace acto
de presencia y demuestra su fuerza allí donde la policía no actúa
contra la criminalidad gitana". (Tomado de Rebelión)