Con
uno de los pocos fines de semana largos que tiene el calendario
estadounidense, el Día de los Caídos o Memorial Day marcó el
inicio del verano y el homenaje a sus muertos en guerras. La
inclusión de los soldados latinos en la historia oficial de esta
fecha aún combate su propia batalla, aunque casi 4 000 apellidos en
español estén inscritos en The Wall, una gigantesca pared de
mármol negro que recuerda en Washington a los soldados muertos en
Vietnam.
Con la ilusión de ser héroes o con la certeza de que pocos
caminos conducen a vivir dignamente en la tierra que habitan desde
pequeños, en modo creciente, jóvenes latinos están optando por
enrolarse en el servicio militar de Estados Unidos.
Con más de 50 millones de personas, según el último Censo
Nacional, los latinos constituyen la minoría más importante de
Estados Unidos. En un país de más de 300 millones de personas, 1 de
cada 6 se identifica étnicamente como latino o hispanic
(término demográfico inventado por el gobierno estadounidense para
identificar a quienes hablan español, nacidos o con familiares en
Sudamérica o cuyo legado cultural proviene de los antiguos
territorios mexicanos).
Este "país latino" no es solo la minoría más importante de
Estados Unidos, sino también uno de los países de habla hispana más
numerosos del mundo, con una identidad tan diversa como compleja.
Sin embargo, su representación numérica no es acompañada, aún, por
su equivalente poder político, administrativo o financiero.
Su crecimiento como fuerza laboral y poblacional se va reflejando
en su enrolamiento en las fuerzas armadas estadounidenses. Las
razones de la incorporación de jóvenes latinos son diversas. Nacidos
en el exterior o en el país, en familias cuyos padres son
indocumentados, o en familias de antiguo legado cultural mexicano,
la mayoría comparte una condición: son pobres.
Así, por razones de ciudadanía combinadas con la pobreza, el
servicio militar voluntario se convierte para los jóvenes en un,
aparente, camino corto hacia el logro de metas básicas: educación
—particularmente universitaria—, la obtención de la ciudadanía, o
quizás, un reconocimiento social largamente denegado.
Arturo Lemos, un veterano de la guerra de Iraq, con solo 23 años
ya cuenta con 5 años de servicio militar en el cuerpo de Marines.
Sus padres, mexicanos del estado de Chihuahua, no pudieron creerlo
cuando su hijo, a la edad de 17 años, optó por este camino. "La
primera reacción de mi madre fue darme una bofetada. Y fue casi como
si, con mi decisión, la ofendiera en su orgullo de mexicana" (www.kunm.org,
Raíces, 30/5/2011). Sin embargo, la otra opción que tenía Arturo
para poder seguir la carrera de Biología que deseaba y acceder a la
universidad, era hundirse a largo plazo —y con él, a su familia— en
un mar de deudas para poder pagar la matrícula de su educación
(educación pública, pero a todos costos, lucrativa para el sistema).
Su decisión fue "bastante fácil", dijo, "para llegar a ser
alguien y un hombre exitoso" tenía que, simplemente, arriesgar su
vida. Arriesgó, volvió vivo y estudió Biología asegurando que,
después de tan impactante experiencia, ahora es un placer dedicar 10
horas por día para dar un examen. Pero no todos sobreviven como
Arturo; el riesgo de muerte para los latinos es un 20 % más alto que
para los no-latinos, probablemente debido al tipo de tareas
encomendadas en los frentes (Washington Post, 26/8/2006).
Por otra parte, el reclutamiento voluntario al servicio militar
se nutre de una de las mayores necesidades de la población latina:
obtener un documento estadounidense para poder vivir legalmente en
el país. En la actualidad, más de 39 000 soldados indocumentados
están en frentes de guerra por Estados Unidos (Fuente: NBC
Chicago, 30/5/2010). Obtener la propia ciudadanía y las de los
familiares inmediatos, es uno de los anzuelos que el mismo Servicio
de Migraciones del país ofrece (www.uscis.gov/military).
Vivos o muertos, en el sueño de ser héroes, los jóvenes pueden
beneficiar a su familia a través de dejarle la "herencia" de un
documento estadounidense.
A los soldados que no son ciudadanos estadounidenses se les
obliga a cumplir con todos los deberes pero, al mismo tiempo, se les
deniegan derechos, tales como: el ascenso en la jerarquía interna
hacia el rango de oficiales u obtener el reconocimiento de honor
debido a los beneficios que les acompañen. Uno de los casos latinos
más resonantes es el del sargento Rafael Peralta, mexicano que
obtuviera finalmente su ciudadanía durante la guerra de Iraq. Muere
en combate a los 25 años porque, voluntariamente, cubrió una granada
con su cuerpo para salvar a sus compañeros de la explosión. De las
siete nominaciones para Medalla de Honor elevadas a la Secretaría de
Defensa, solo la de Peralta fue denegada, a pesar del renombrado
reconocimiento por sus pares y superiores inmediatos.
El mexicano-americano Rafael Peralta logró ser ciudadano, héroe
de sus compañeros, pero no sobrevivió para contarlo. Arturo Lemos no
es más el adolescente de 17 años que se fue a la guerra y sobrevivió
al impacto. Ahora abre muy grandes sus ojos y reflexiona: "Vietnam o
Iraq siguen siendo guerras de hombres pobres". Guerras que usan a
los hombres pobres para alimentar, con sus cuerpos y sus vidas, los
negocios de los ricos más ricos y quebrantar más vidas y sociedades.
(APE)
Cristina Baccin es periodista. Exdecana de la Facultad de
Ciencias Sociales, UNICEN.