Veinticinco
millones —más que la población combinada de Guatemala, El Salvador y
Costa Rica; más que la población de Australia— no tienen trabajo de
tiempo completo en Estados Unidos.
No es que sean ignorados: cada día en los medios se habla de los
desempleados y subempleados, de cómo la tasa de desempleo se
mantiene alta, de que es raro que esta recuperación esté generando
tan poco empleo. Pero, como afirma el ensayista e intelectual Lewis
Lapham, el tema se trata casi igual como si en una cena de ricos se
hablara del problema de los sirvientes.
Los políticos han logrado hablar del tema sin hacer casi nada
para resolverlo. Desde el presidente a los alcaldes en todo el país,
y sus múltiples voceros, expertos, comentaristas y analistas, lo
registran. El tema político central no es el empleo ni los
trabajadores, sino déficits presupuestales, impuestos y la deuda;
las propuestas a debate son cuántos desempleados más y recortes en
programas sociales se requieren para resolver esos problemas. Lo de
los sirvientes, perdón, los humanos, es asunto secundario aunque sí,
a veces, se lamentan estas consecuencias desafortunadas de la
crisis.
La tasa de desempleo se ha mantenido en niveles históricamente
altos durante más de dos años; hoy es de 9,1 % (y sería de más del
10 % si se contara a los que ya se dieron por vencidos en encontrar
trabajo). Según cálculos y análisis de datos oficiales hechos por el
Instituto de Política Económica (EPI por sus siglas en inglés), en
Washington, la tasa de subempleo, una medida más amplia que incluye
tanto a los oficialmente desempleados como a los que se vieron
obligados a tomar un empleo de tiempo parcial, pero desean uno de
tiempo completo, y los que han abandonado el intento de encontrarlo,
ha llegado al 15,8 %, cifra que equivale a 24,6 millones de
personas.
Se han generado tan pocos empleos que ahora en este país hay 4,6
desempleados para cada nuevo empleo disponible, o sea, para 3 de
cada 4 trabajadores no existe la posibilidad de un empleo.
Mientras tanto, el desempleo afecta de manera mucho más dramática
a los jóvenes y a las minorías. En mayo, la tasa de desempleo era
del 17,3 % en trabajadores de entre 16 y 24 años de edad (casi el
doble de la tasa general del 9,1 %). En trabajadores
afroestadounidenses la medida de desempleo en mayo era del 16,2 %, y
en latinos, del 11,9 %.
Datos, cifras y análisis de todo tipo ofrecen un panorama
desolador para los trabajadores. Pero esto no solo se refleja en el
desempleo, sino en lo que implica, y por supuesto, también revela a
quién beneficia.
Los salarios se han mantenido casi estancados durante más de 30
años a pesar de enormes avances en productividad. Para los ricos es
otra historia: la riqueza que se ha generado a lo largo de estas
últimas décadas se ha concentrado cada vez más en un reducido número
de super ricos.
Entre 1979 y el 2005, la quinta parte de los hogares más pobres
de la escala de ingresos percibieron un crecimiento promedio en
términos reales de solo 200 dólares en total. Para el 0,1 % de los
hogares más ricos del país, el ingreso promedio en esos mismos 26
años fue de un total de casi 6 millones de dólares, calcula EPI.
Con semejante tendencia no debe sorprender que ahora (según datos
del 2009), el 5 % más rico controlaba el 63,5 % de la riqueza del
país. El 80 % de abajo controlaba solo el 12,8 % de la riqueza en
Estados Unidos.
Pero esta prosperidad entre ricos no es un fenómeno solo
estadounidense. Recientemente, el Wall Street Journal reportó que un
nuevo informe del Boston Consulting Group registra que los
millonarios del mundo, 0,9 % de la población del planeta, controlan
el 39 % de la riqueza mundial. Su riqueza acumulativa, que puede ser
empleada para inversiones es ahora de 47,4 billones de dólares. El
número de familias millonarias se incrementó un 12,2 % en el 2010,
para alcanzar un total de 12 millones 500 mil. Estados Unidos
permanece como la sede principal de millonarios en el mundo, con 5,2
millones de hogares de millonarios, seguido por Japón, con 1,5
millones; China, con 1,1 millones y el Reino Unido, con 570 mil.
¿Y cómo es posible que esta desigualdad continúe a la vista de
todos? El economista Paul Krugman, columnista del New York Times,
dice que es resultado de un gobierno de rentistas. Solo así se
explica que a pesar de que el desempleado estadounidense promedio
ahora ha estado sin laborar durante casi 40 semanas, "no hay
voluntad política para hacer algo sobre la situación. Lejos de estar
dispuestos a gastar más en generar empleos, ambos partidos están de
acuerdo en que es momento de reducir el gasto —destruyendo empleos
en el proceso—, con una mínima diferencia entre ellos". Las recetas
políticas que se promueven, agrega, tienen un elemento en común:
protegen los intereses de los acreedores, sin importar el costo, y
estos son los banqueros y los ricos: los que gozan de mayor acceso a
los formuladores de política en este país.
Enmarcar el problema del desempleo del país como una metástasis
desafortunada del problema de los sirvientes, no debería sorprender.
El país está en manos de una oligarquía acaudalada, contenta con la
lectura de Voltaire sobre sus derechos, escribe Lapham en su
maravillosa revista Lapham’s Quarterly. Dice que ante toda la
atención dedicada al desempleo entre políticos y en los medios, me
fijo en que no tiene mucho que ver con seres humanos, y mucho menos
con el entendimiento del trabajo de un hombre como el significado de
su vida o la libertad de su mente.
Sí, solo es un problema para decenas de millones de trabajadores
y sus familias que en apariencia deben agradecer que, de vez en
cuando, los más afortunados (o sea, con fortunas) hablen de los
problemas de los sirvientes en tonos muy educados y hasta decorados
con expresiones de simpatía. La comodidad de los ricos depende de
una oferta abundante de pobres, afirmaba Voltaire (recuerda Lapham).