Lucía, Amada... Eslinda

MIGUEL BARNET

Tuvo la sabia paciencia de esperar. El Premio Nacional de Cine era para ella solo un eslabón más de su larga carrera artística. Y ella estaba convencida de que lo iba alcanzar con la misma sencillez y modestia que la convirtió en una de las más enigmáticas y seductoras actrices de nuestro tiempo.

Foto: Yander ZamoraCon la imagen, sin embargo, de una muchacha de provincia que no se ha despojado nunca de su uniforme escolar, Eslinda Nuñez llegó al celuloide muy joven. Un poco más tarde Humberto Solás la consagró en Lucía convirtiéndola en una de sus musas predilectas. Poseída de la más profunda y auténtica personalidad su mirada lánguida y cómplice a la vez ha marcado su extensa carrera. Detrás de su hermosa envoltura carnal y de su talento artístico vive un ser excepcional, que ostenta una galanura de fina y cáustica sensibilidad. Sus ojos negros que se crecen en la pantalla son sin lugar a dudas los ojos más bellos del cine cubano.

Ha sido ella, no me cabe duda, la protagonista de los sueños de muchas mujeres que hubieran querido ser la amorosa e irreverente Lucía o la Amada de Miguel de Carrión, uno de sus más logrados personajes. Pero en la vida real ella es tanto o más que los papeles que ha encarnado. Es la amiga a prueba de fuego, la madre hipertélica, la mujer que coloca todos sus atributos y afeites en el ámbito familiar con el discernimiento ejemplar de saber separar el grano de la paja.

Su histrionismo, eso sí, sus muchos talentos parecen haber nacido para todos los tiempos, para todas las circunstancias. Su gesticulación contenida expresa un dramatismo hondo, sus ojos han bastado para desnudarla. Ellos son el don más preciado de su admirable fotogenia, que la provee a su vez de una ductilidad sabiamente aprovechada por la cámara. Glamour, esa apoteósis de los sentidos que se revela en su mirada y que marca el semblante, corre por todo su cuerpo como un ánima indescifrable y es otro don que posee Eslinda Núñez y que la coloca en el templo del Cine Latinoamericano con la mexicana Dolores del Río. Solo que ella, que es la antítesis de la vampiresa descalza porque tiene los pies bien puestos en la tierra, rechaza el exotismo y es una cubana de hoy. Culta y versátil ha incursionado en múltiples registros actorales; desde la joven inocente de Memorias del subdesarrollo, la Santa Camila zafia y sensual de José Brene y los papeles recientes de mujer madura no exenta de encantos eróticos. Más viva que nunca en el proscenio de la vida artística del país, diligente y certera en los predios de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, donde encandila a la Presidencia con los mismos ojos que ha deslumbrado a los públicos del continente, Eslinda Núñez supo esperar con paciencia el juicio aquilatado de sus contemporáneos.

Enhorabuena, Lucía; que digo, Amada; perdón, Eslinda.

 

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