"La marea virtual" ha llegado a movilizar, como era previsible, a
ciudadanos, jóvenes en su mayoría, que vienen disintiendo de la
gobernación mundial y local y que están dispuestos a abandonar su
papel de espectadores. Pacíficamente, firmemente, serenamente. Como
corresponde a personas "libres y responsables". Así es como la
Constitución de la UNESCO, en su artículo primero, define a los
seres humanos educados. Liberados del miedo, de la superstición, de
la ignorancia y de la altanería, y responsables, conocedores de la
realidad, para actuar solidariamente con las generaciones presentes
y las venideras, para no dejarse embaucar ni distraer, para
comportarse en virtud de las propias reflexiones. Para ser —debo
insistir en ello— ciudadanos y no súbditos, actores y no solo
testigos.
Pues
bien: desde hace años hemos venido insistiendo en la importancia,
para la consolidación de la democracia, de la participación
ciudadana, de tal manera que, además de ser contados en los comicios
electorales, en las urnas, seamos tenidos en cuenta por los
gobernantes, ya que en esto consiste, precisamente, la genuina
democracia: tener en cuenta constantemente a los ciudadanos y no
solo contarlos por los votos emitidos cada equis años. Votar, votar,
desde luego, para cumplir con un deber cívico esencial y procurar
que los parlamentos y gobiernos reflejen fielmente la voluntad de
los ciudadanos, sin imposiciones partidistas. Pero, sobre todo, ir
construyendo la "nueva ciudadanía", la que opina constantemente a
través del ciberespacio, la que, por fin, puede expresarse sin
cortapisas, abiertamente.
Hacía años que se veía venir, pero todos los avisos han sido,
como ocurre normalmente, desoídos. El impacto de la participación
virtual hubiera debido alertar a los políticos y orientar a la
sociedad civil, que vivía el amanecer del poder ciudadano. Demasiado
preocupados por el acoso del mercado los primeros, y los segundos
distraídos en demasía por el inmenso poder mediático, no se han dado
cuenta del nuevo mundo virtual en el que nos hallamos hasta que la
marea llegó a sus puertas.
Se ha llamado "primavera árabe" o "revuelta democrática árabe" a
lo que, en realidad, era el principio de una "primavera" mundial, de
un nuevo comienzo, que debe ser pacífico, que debe procurar que la
voz ciudadana se escuche a escala municipal, regional, nacional,
mundial. Escucharles, entenderles, atenderles...
Las instituciones democráticas genuinas —todo poder emana del
pueblo— deben alegrarse de esta nueva capacidad de participación, de
tal forma que la vida parlamentaria, la palabra, sea el gran
fundamento del otro mundo posible en el que soñábamos... y que ahora
está convirtiéndose en realidad.
Así mismo, a nivel planetario unas Naciones Unidas refundadas,
con amplia participación popular ("Nosotros, los pueblos...") y unos
Consejos de Seguridad que extiendan sus atribuciones al ámbito
medioambiental y económico, de tal forma que cumplamos el compromiso
supremo intergeneracional, dejando un legado apropiado a nuestros
descendientes.
Marea virtual... "ciudadanos libres y responsables"... evolución
serena pero firme mediante acciones concretas y apremiantes
—eliminación de los grupos plutocráticos (G-8, G-20...), regulación
de los flujos financieros y cancelación inmediata de los paraísos
fiscales; restablecimiento de la acción política solvente, evitando
la prevalencia y acoso de los mercados; justicia social; cambio
radical del modelo energético...—. Todo ello permitirá en breve
plazo superar la crisis sistémica que estamos enfrentando, de tal
modo que —vale la pena repetirlo— no se trate tan solo de una época
de cambio sino de un cambio de época.