La mayoría de las industrias no logra recuperarse aún de los
graves estragos que les causó la recesión del 2007. Pero existen
sectores que, a pesar de la crisis, han florecido en estos años como
si Estados Unidos estuviera en jauja.
Por
ejemplo, el de las empresas privadas que operan centros de detención
y cárceles. Estas compañías han crecido de manera impresionante
gracias a que los políticos no han tenido empacho alguno en aprobar
cada vez más fondos para encarcelar a todos aquellos que
supuestamente son una amenaza para la sociedad.
Estados Unidos se ha convertido así en el país que tiene la tasa
más alta de encarcelamiento en el mundo, con 2,3 millones de
personas tras las rejas.
Muchos consideran justificada la cifra en nombre de la seguridad
pública. Pero desde hace años, los grupos de derechos civiles han
denunciado y demostrado que la mayoría de los encarcelados lo han
sido por delitos menores, como posesión de droga.
También han denunciado que los latinos y los afroamericanos son
detenidos y procesados de manera desproporcionada en comparación con
los blancos, no porque sean más proclives a cometer delitos, sino
por las fallas en el sistema de justicia que permiten la
discriminación hacia las minorías, generalmente sin recursos para
pagar por una buena defensa.
Recientemente, las autoridades han enfocado sus baterías hacia
otro grupo aún más indefenso: el de los indocumentados. La ola
antinmigrante que recorre el país de norte a sur ha fomentado la
aprobación de medidas como la SB1070 en Arizona, que detiene y
encarcela a las personas sin papeles antes de deportarlas.
El resultado de esta política ha sido un crecimiento desmedido de
las compañías privadas que operan los centros de detención y las
cárceles para los indocumentados.
Grupos como la Coalición de Derechos Humanos de Arizona indican
que, por el encarcelamiento de indocumentados, el gobierno de ese
estado paga la significativa cantidad de 13 a 15 millones de dólares
a las compañías privadas.
Según organizaciones civiles como The Detention Watch Network (DWN),
que analiza el impacto y la influencia del sector privado en el
sistema de detenciones de inmigración en Estados Unidos, las
compañías que operan cárceles gastaron más de 20 millones de dólares
en cabildeo entre 1999 y el 2009 para que el Congreso apruebe más
medidas antinmigrantes.
Poco o nada les importa a los políticos que aprueban estas leyes,
así como a los que manejan las prisiones, el sufrimiento de los
indocumentados. Estos han dejado de ser personas para convertirse
simplemente en números que representan grandes ganancias.
La situación, sin embargo, podría cambiar. No porque de repente
estos señores se hayan tocado el corazón, sino porque, ante los
elevados costos de mantener llenas las cárceles, finalmente muchos
contribuyentes han comenzado a protestar.
Ojalá también se dieran cuenta, antes de que sea demasiado tarde,
que el país está condenado al fracaso si continúa con la política de
gastar más en prisiones que en construir escuelas.