Desde la Segunda Guerra Mundial nunca había estado el mundo tan
revuelto como en estos tiempos.
Tenemos una guerra en Afganistán, otra contra Libia, apenas
concluyó a duras penas la de Iraq cuando surgieron varios conflictos
internos en Medio Oriente, África, Asia, y sin olvidar los países
como México que sufren los embates del narcotráfico.
El desempleo se ha convertido en una epidemia internacional. En
España supera el 20 % mientras que en Estados Unidos no logran
bajarlo del 10 %.
Los precios del petróleo viven una escalada impresionante con
efectos desastrosos para los ciudadanos que consumen gasolina y para
los sectores industrial, comercial y turístico. Los metales como el
oro y la plata han llegado este año a cotizaciones históricas ante
la incertidumbre que priva por doquier. Como en el pasado, los
inversionistas prefieren la seguridad de los metales preciosos a la
inestabilidad del dólar, el euro y otras monedas.
El gobierno de Estados Unidos enfrenta el mayor endeudamiento del
que se tenga memoria con riesgos impredecibles para su economía y
para el mundo entero.
Además, vivimos desde hace tres años una contracción económica
internacional que a pesar de esfuerzos y más esfuerzos no ha sido
posible superar. Al contrario, en algunos países y sectores la
crisis económica se ha agudizado al grado de transformarse en
movilizaciones sociales y políticas.
Ahí tenemos el caso español y ni qué decir de los países árabes
en donde dictadores fueron derrocados por las protestas populares
como en Egipto con su presidente Hoshni Mubarak.
Agregue usted a este agitado coctel las tragedias naturales que
se suceden día tras día con pérdidas humanas y materiales
irreparables. Ayer fue Haití, luego Japón, hoy es Misisipi y mañana
será Tabasco, China o Italia. La comunicación inmediata vía
Internet, celulares y las llamadas redes sociales, han permitido que
más gente en menos tiempo se entere de lo que está pasando en
cualquier rincón del mundo por lejano que se encuentre.
Pero además, la interdependencia ha crecido vertiginosamente. La
quiebra de un banco en Grecia afecta a los mercados de Asia, Estados
Unidos y Brasil. Una helada en Europa puede disparar de inmediato
los productos agrícolas a nivel internacional.
Viene todo a cuento porque resulta preocupante que los jefes de
Estado más importantes de este planeta estén pensando solo en
beneficio de sus intereses sin importarles el incierto futuro y el
sentir preocupante de la humanidad en estos tiempos tan críticos.
Barack Obama y David Cameron, máximos líderes de Estados Unidos y
el Reino Unido, respectivamente, hablaron de mantener la supremacía
mundial y de no permitir a países como China, India y Brasil, asumir
un papel de liderazgo.
Lanzan fuertes amenazas contra Libia y su presidente Muammar al
Gaddafi a quien desean derrocar a la brevedad posible al tiempo que
trazan una línea dura para todo aquel que ose desafiar el liderazgo
y la alianza casi sagrada de norteamericanos e ingleses. Pero poco
hablan de buscar soluciones pacíficas ni de diálogo con quienes no
están de acuerdo con el sistema económico neoliberal que ha
resultado un fracaso en las naciones subdesarrolladas en donde día a
día avanzan la miseria y la marginación.
Lo mismo parece ocurrir en México en donde la consigna es acabar
con el enemigo del narcotráfico pero sin construir condiciones para
más empleos y seguridad a los más necesitados.
Será preocupante llegar al 2012 en este ambiente de
autoritarismo. Tanto México como Estados Unidos coincidirán en
elecciones presidenciales cuando sus líderes políticos están
demasiado ocupados en aplastar a sus enemigos y rivales. En México
son los narcos y la oposición, en Norteamérica los inmigrantes y los
musulmanes radicales.
Nadie habla de democracia, tampoco de diálogo y menos de
conciliación. Como que ese discurso pasó de moda y quedó enterrado
en el siglo XX.