Cuando los guardias norteamericanos de la cárcel en la ilegal
base naval de Guantánamo encontraron a Inayatullah, un afgano de 37
años, este ya mostraba la muerte en el rostro. El reo, con supuestos
vínculos con la red extremista Al Qaeda, es el octavo de los
fallecidos por suicidio desde el 2002 en el centro de detención y
tortura que mantiene Estados Unidos en la Isla.
A
finales de abril, el diario The New York Times publicó un artículo
en el que advertía sobre el creciente riesgo de suicidio entre los
detenidos, quienes permanecen en un limbo legal hace años pese a las
continuas denuncias internacionales de las organizaciones de
derechos humanos, de acuerdo con el reporte.
Durante su campaña, el presidente estadounidense Barack Obama
prometió cerrar ese centro penitenciario. Sin embargo, el suicidio
es hoy la salida que han encontrado los prisioneros para acabar con
el presente tortuoso que se vive en esa cárcel en el territorio
ilegalmente ocupado.
Ante tal realidad ¿dónde está la reacción de protesta por parte
de la Unión Europea, o del mercenario, "El Camaján" y el resto de
sus socios?
Al parecer, lo acordado para estos casos es el silencio cómplice,
sin exigir investigaciones sobre el respeto a los derechos humanos,
ni emprender acción alguna contra la brutalidad, que es la regla
allí.