Anette Delgado dejó muy en claro su clase al protagonizar el
doble papel de Odette-Odile donde pudo apreciarse una interpretación
de altos quilates. Ella dibujó cada arabesque, mantuvo su
cuerpo flexible y siempre suave el port de bras. Balances
prolongados, musicalidad, refinamiento definieron el desarrollo
escénico. El lírico matiz de Odette se transformó en tajante acento
cuando encarnó a Odile, cisne negro. Durante la variación vimos que
pasaba —¿tres, cuatro, cuántas veces?— en serie de limpios giros.
Después la coda, inolvidables fouettés y pirouettes,
el desplazamiento en ¡arabesque sauté!, más los vertiginosos
piqués.
Junto a ella, primero Dani Hernández fue un príncipe Sigfrido
elegante, y Osiel Gounod atrapó al auditorio por su cuidadoso
trabajo de interpretación y esa técnica que desplegó, montado en sus
grand-jetés, y giros, con mayor fuerza en la coda del tercer
acto donde mostró toda su bravura. Bárbara García, como Odette-Odile
realizó una inmensa faena y demostró que es una fiel heredera de la
Escuela Cubana de Ballet. Estilo, pasión, organicidad, técnica, son
calificativos que conjugó en la función. Digno de destacar el fraseo
armónico de pareja que mantuvieron los protagónicos. Ernesto Álvarez
realizó un príncipe Sigfrido refinado, siempre en un equilibrado
nivel sobre todo en la proyección del personaje.
Sadaise Arencibia-Alejandro Virreyes acercaron un dúo de alto
vuelo estético en los papeles principales. Ella ha madurado el
personaje, el acto blanco es de una belleza extrema, resaltando ese
trabajo con los brazos que alcanzó el éxtasis en la despedida. Él
fue creciendo en logros a lo largo del ballet. Con saltos seguros y
limpios, giros, fue un excelente Sigfrido.
El pas de trois no brilló siempre del todo, y se
destacaron, en cada función, algunos integrantes. El hechicero fue
bien encarnado por Leandro Pérez y Alfredo Ibáñez. Mientras que
tanto Serafín Castro como Maikel Hernández regalaron un bufón bien
elaborado técnica e interpretativamente. Nota de colorido aportaron
en las funciones los cuatro cisnes (Amanda Fuentes, Maureen Gil,
Mercedes Piedra y Annie Ruiz). No así el muy juvenil cuerpo de
baile, que, especialmente en el segundo acto, adoleció de la
homogeneidad que siempre lo caracteriza. La Reina Madre de Ivette
González merece una mención aparte por la calidad de su quehacer
escénico. La Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana,
conducida por el maestro Giovanni Duarte, realizó un loable empeño,
aunque se escucharon algunas disonancias.