Viridiana, 50 años

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Hace unas horas se cumplieron cincuenta años de que el filme español Viridiana pusiera de cabeza al Festival de Cannes con una historia que hizo figurar en el primer párrafo de muchos despachos cablegráficos la palabra "transgresión", pero que vista al paso de los años permite hablar de obra maestra capaz de perturbar los cimientos ideológicos de una época, siempre desde los recursos de la imaginación artística.

Viridiana había llegado tarde al Festival de Cannes y se exhibió el último día, a última hora, cuando ya los premios estaban decididos. Buñuel vivía exiliado en México y el gobierno español, en un intento de mejorar su imagen pública, le extendió una invitación para que filmara "lo que quisiera".

Los censores le echaron una ojeada amable al guión, pero no a las innovaciones que el Maestro hacía en pleno rodaje. El final sí se lo obligaron a cambiar. Era muy fuerte aquello de que la joven novicia (Silvia Pinal) tocara a la puerta del hombre (Paco Rabal) que la pretendía y que en la historia representaba la modernidad, frente al encorsetamiento mental y religioso de ella y de unos tiempos necesitados de transformaciones.

En su lugar, Buñuel puso la más famosa partida de tute de la historia del cine (aunque no se vea su desarrollo): Viridiana se suelta por primera vez el pelo, su mirada se vuelve cómplice y va de los ojos de Rabal a los de la rijosa criada, todos en un silencio de secretas intenciones que hace pensar que el juego no llegará al final.

En Cannes la aplaudieron a rabiar y el jurado corrió a reunirse de nuevo para otorgarle la Palma de Oro. Como Buñuel no se encontraba, el representante de la cinematografía española recogió el premio. La alegría le duró poco. Al día siguiente sería destituido y la película declarada blasfema en España e Italia.

Vuelta a ver, Viridiana luce tan fresca como el primer día y la recreación alegórica y mordaz de la realidad española, con la burguesía a la cabeza refugiándose en el concepto de la caridad cristiana como salvadora del mundo, se funde en una visión realista punteada de humor negro. Y ello, mediante una estética plena de simbolismos e irreverencias que, en sus atmósferas surrealistas, nos sumerge en una fascinante ambigüedad.

Enviadas a la hoguera todas las copias, solo se salvó la Viridiana que compitió en Cannes y que hoy, multiplicada en cientos de reproducciones, sigue prevaleciendo como legado artístico de la humanidad por encima de los irrecordables nombres de aquellos que, comprendiéndola, o no, la condenaron.

 

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