Hace
unas horas se cumplieron cincuenta años de que el filme español
Viridiana pusiera de cabeza al Festival de Cannes con una
historia que hizo figurar en el primer párrafo de muchos despachos
cablegráficos la palabra "transgresión", pero que vista al paso de
los años permite hablar de obra maestra capaz de perturbar los
cimientos ideológicos de una época, siempre desde los recursos de la
imaginación artística.
Viridiana había llegado tarde al Festival de Cannes y se
exhibió el último día, a última hora, cuando ya los premios estaban
decididos. Buñuel vivía exiliado en México y el gobierno español, en
un intento de mejorar su imagen pública, le extendió una invitación
para que filmara "lo que quisiera".
Los censores le echaron una ojeada amable al guión, pero no a las
innovaciones que el Maestro hacía en pleno rodaje. El final sí se lo
obligaron a cambiar. Era muy fuerte aquello de que la joven novicia
(Silvia Pinal) tocara a la puerta del hombre (Paco Rabal) que la
pretendía y que en la historia representaba la modernidad, frente al
encorsetamiento mental y religioso de ella y de unos tiempos
necesitados de transformaciones.
En su lugar, Buñuel puso la más famosa partida de tute de la
historia del cine (aunque no se vea su desarrollo): Viridiana se
suelta por primera vez el pelo, su mirada se vuelve cómplice y va de
los ojos de Rabal a los de la rijosa criada, todos en un silencio de
secretas intenciones que hace pensar que el juego no llegará al
final.
En Cannes la aplaudieron a rabiar y el jurado corrió a reunirse
de nuevo para otorgarle la Palma de Oro. Como Buñuel no se
encontraba, el representante de la cinematografía española recogió
el premio. La alegría le duró poco. Al día siguiente sería
destituido y la película declarada blasfema en España e Italia.
Vuelta a ver, Viridiana luce tan fresca como el primer día
y la recreación alegórica y mordaz de la realidad española, con la
burguesía a la cabeza refugiándose en el concepto de la caridad
cristiana como salvadora del mundo, se funde en una visión realista
punteada de humor negro. Y ello, mediante una estética plena de
simbolismos e irreverencias que, en sus atmósferas surrealistas, nos
sumerge en una fascinante ambigüedad.
Enviadas a la hoguera todas las copias, solo se salvó la
Viridiana que compitió en Cannes y que hoy, multiplicada en
cientos de reproducciones, sigue prevaleciendo como legado artístico
de la humanidad por encima de los irrecordables nombres de aquellos
que, comprendiéndola, o no, la condenaron.