"Los
estadounidenses hemos estado observando las protestas contra
regímenes opresivos en países donde una elite reducida concentra
fabulosas fortunas. Sin embargo, en nuestra democracia, el uno por
ciento de la población dispone de la cuarta parte de los ingresos de
la nación, una desigualdad que hasta los más ricos acabarán por
lamentar".
Así lo advierte el Premio Nobel de Economía 2001, profesor y muy
difundido analista económico estadounidense Joseph E. Stiglitz en un
artículo que tituló "Desigualdad del 1 %, por el 1 %, para el 1 %",
publicado en la revista Vanity Fair el 13 de abril. En nuestro país,
el 1 % de la población obtiene el 25 % de los ingresos y controla el
40 % de la riqueza del país. Ese 1 % disfruta de lo mejor en
viviendas, educación y estilo de vida, ignorando que su suerte está
ligada a cómo vive el otro 99 %, dice Stiglitz.
Hace 25 años, ese 1 % percibía el 12 % de los ingresos y
controlaba el 33 % de la riqueza. Esta elite ha incrementado sus
ingresos en un 18 % durante la pasada década y en igual medida se ha
deteriorado la situación de las personas con un nivel medio de
ingresos.
Según Stiglitz, mientras más dividida esté una sociedad en
términos de riqueza, más rechazan los ricos gastar dinero en
necesidades comunes.
Los ricos no necesitan depender del gobierno para parques,
educación, atención médica o seguridad personal. Ellos pueden
comprar todas estas cosas para sí. Y en este proceso, se distancian
de la gente común y se pierde cualquier empatía si alguna vez
existiera. Los ricos rechazan la idea de que haya un gobierno
fuerte, capaz de usar sus poderes para redistribuir la riqueza y
hacer las inversiones requeridas para el bienestar de todos.
Los economistas no logran explicar coherentemente el motivo del
crecimiento de las desigualdades en Estados Unidos. Notan que la
globalización crea un mercado laboral mundial que perjudica a los
obreros no calificados del país frente a los peor pagados de otros
países. A juicio de Stiglitz, la dinámica oferta-demanda influye en
ello porque las tecnologías que ahorran mano de obra reducen la
demanda de trabajadores de clase media, de cuello y corbata. Pero
así mismo contribuye al problema la reducción del papel de los
sindicatos, que alguna vez representaron a un tercio de los obreros
de la nación y ahora apenas incluyen al 12 % de estos.
En última instancia, la razón básica es que tal es la voluntad de
la elite, deduce el destacado economista, quien cita el ejemplo de
la política impositiva, en la que la reducción de impuestos sobre
los beneficios del capital, vía por la que los ricos reciben la
mayor parte de sus ingresos, es una manera de privilegiar a los más
adinerados.
Los monopolios y los casi monopolios han sido siempre fuente de
poder económico, desde John D. Rockefeller hasta Bill Gates, asegura
Stiglitz. El pobre ejercicio de las leyes anti-trust, en especial
durante las administraciones republicanas, ha sido una bendición
para la elite.
Muchas de las desigualdades de hoy nacen de la manipulación del
sistema financiero propiciada por cambios en sus reglas que han sido
comprados y pagados por la industria financiera, que en ello ha
hecho sus inversiones más efectivas de todos los tiempos. El
gobierno presta dinero a las instituciones financieras casi al 0 %
de interés y cuando fracasan les facilita generosos salvamentos.
Nadie se sorprende porque una ley de impuestos no pueda pasar por
el Congreso sin que incluya recortes para los ricos, si se conoce
que las compañías farmacéuticas recientemente recibieron un regalo
billonario por medio de una legislación que prohíbe al gobierno,
principal comprador de medicamentos, discutir siquiera los precios
de estos.
Dice Stiglitz que virtualmente todos los senadores y la mayoría
de los representantes en el Congreso integran el 1 % al comenzar, se
mantienen con los aportes del 1 %, y saben que si sirven bien a la
elite serán recompensados por el 1 % cuando dejen sus escaños.
En la rama ejecutiva, los principales diseñadores de políticas
comerciales y económicas son igualmente miembros de la elite. Las
desigualdades en Estados Unidos distorsionan la sociedad en todas
las formas concebibles: provocan que las personas fuera de la elite
practiquen un estilo de vida que sobrepasa sus medios; los miembros
de la elite y sus familias rara vez sirven en el ejército porque es
"voluntario" y lo que paga no atrae a los hijos del 1 %.
A la elite no le preocupan las aventuras de guerra ya que, para
las corporaciones y los contratistas, estas solo significan
ganancias.
Según Stiglitz, de los males que a la sociedad estadounidense le
son impuestos por el 1 %, quizás sea el mayor la erosión que provoca
en el sentido de identidad en un país que ha presumido de ser una
sociedad justa, con iguales oportunidades de desarrollo para todos y
las estadísticas actuales revelan lo contrario.
Es esta percepción de que se vive en un sistema injusto y sin
oportunidades, donde la riqueza crea poder y el poder crea más
riqueza, la misma que ha provocado las conflagraciones en el Medio
Oriente y puede provocarlas en otras partes del mundo.