Por otro lado, Europa y Estados Unidos afrontan un estancamiento
de hecho, un malestar al estilo japonés y un desempleo tenazmente
altos. El problema en los países avanzados no es una recuperación
sin empleo, sino una recuperación anémica. O peor, la posibilidad de
una recesión de doble caída.
Este mundo de dos pistas plantea algunos riesgos inusuales.
Mientras que la producción económica de Asia es demasiado pequeña
para impulsar el crecimiento en el resto del mundo, puede bastar
para hacer subir los precios de las materias primas.
Mientras tanto, los esfuerzos de parte de Estados Unidos por
estimular su economía a través de la política de alivio cuantitativo
pueden fracasar. Después de todo, en los mercados financieros
globalizados, el dinero busca las mejores perspectivas en todo el
mundo, y estas perspectivas están en Asia, no en Estados Unidos. De
manera que el dinero no irá adonde se lo necesita, y gran parte de
ese dinero terminará donde no se lo quiere, causando mayores
incrementos en los precios de los activos y las materias primas,
especialmente en los mercados emergentes.
Dados los altos niveles de desempleo en Europa y en Estados
Unidos, es poco probable que el alivio cuantitativo suponga un brote
de inflación. Podría, en cambio, aumentar las ansiedades sobre la
futura inflación, derivando en tasas de interés más altas a largo
plazo, precisamente lo contrario del objetivo de la Reserva Federal.
Este no es el único riesgo de impacto negativo, ni siquiera el
más importante, que afronta la economía global. La mayor amenaza
surge de la ola de austeridad que arrasa al mundo, mientras los
gobiernos, particularmente en Europa, afrontan los grandes déficits
originados por la Gran Recesión y mientras la ansiedad sobre la
capacidad de algunos países para cumplir con sus pagos de la deuda
contribuye a la inestabilidad de los mercados financieros.
El resultado de una consolidación fiscal prematura está casi
anunciado: el crecimiento se desacelerará, los ingresos impositivos
disminuirán y la reducción de los déficits será decepcionante. Y, en
nuestro mundo globalmente integrado, la desaceleración en Europa
exacerbará la desaceleración en Estados Unidos, y viceversa.
En una situación en la que Estados Unidos puede pedir prestado a
tipos de interés bajos sin precedentes, y frente a la promesa de
altos beneficios por las inversiones públicas después de una década
de negligencia, resulta claro lo que se debería hacer. Un programa
de inversión pública a gran escala estimularía el empleo a corto
plazo, y el crecimiento a largo plazo, lo que al final redundaría en
una deuda nacional menor. Pero los mercados financieros demostraron
su miopía en los años que precedieron a la crisis, y lo están
volviendo a hacer, al ejercer presión para que se realicen recortes
del gasto, incluso si eso implica reducir marcadamente las
inversiones públicas necesarias.
Es más, el atasco político asegurará que sea poco lo que se haga
al respecto de los otros problemas acuciantes que tiene ante sí la
economía estadounidense: las ejecuciones hipotecarias probablemente
sigan con toda su furia (dejando de lado las complicaciones
legales); es probable que las pequeñas y medianas empresas sigan
privadas de fondos, y es posible que los bancos pequeños y medianos
que tradicionalmente les ofrecen créditos sigan luchando para
sobrevivir.
En Europa, mientras tanto, es poco probable que las cosas vayan
mejor. Europa finalmente logró salir al rescate de Grecia e Irlanda.
En las vísperas de la crisis, ambos países estaban regidos por
gobiernos de derecha marcados por un capitalismo de connivencia o
peor, lo que demostraba una vez más que la economía de libre mercado
no funcionaba en Europa mejor de lo que lo hacía en Estados Unidos.
En Grecia, como en Estados Unidos, la tarea de limpiar el
desorden recayó sobre un nuevo gobierno. Tal vez como era de
esperar, el Gobierno irlandés que alentó un préstamo bancario
imprudente y la creación de una burbuja inmobiliaria, no fue más
apto para manejar la economía después de la crisis que antes.
Dejando la política de lado, las burbujas inmobiliarias dejan
tras de sí un legado de deuda y de sobrecapacidad productiva en el
mercado de bienes raíces que no se puede rectificar fácilmente,
sobre todo cuando bancos políticamente conectados rechazan
reestructurar las hipotecas.
En mi opinión, intentar discernir las perspectivas económicas
para el 2011 no es una cuestión particularmente interesante: la
respuesta es sombría, con escaso potencial alcista y mucho riesgo
bajista. Más importante es: ¿cuánto tiempo les llevará a Europa y a
Estados Unidos recuperarse, y pueden las economías de Asia
aparentemente dependientes de las exportaciones seguir creciendo si
sus mercados históricos languidecen?
Mi mejor apuesta es que estos países mantendrán un crecimiento
rápido en la medida en que viren su foco económico hacia sus
mercados internos, vastos e inexplorados. Esto exigirá una
reestructuración considerable de sus economías, pero tanto China
como India son dinámicas y dieron pruebas de resiliencia en su
respuesta a la Gran Recesión.
No soy tan optimista respecto de Europa y EE.UU. En ambos casos,
el problema subyacente es una demanda total insuficiente. La máxima
ironía es que existen simultáneamente una capacidad productiva
excesiva, vastas necesidades insatisfechas y políticas que podrían
restaurar el crecimiento si usaran esa capacidad para satisfacer las
necesidades.
Tanto Estados Unidos como Europa, por ejemplo, deben adaptar sus
economías para encarar los desafíos del calentamiento global. Hay
políticas factibles que funcionarían en el contexto de limitaciones
presupuestarias de largo plazo. El problema es la política: en
Estados Unidos, el Partido Republicano preferiría ver fracasar al
presidente Barack Obama antes que ser testigo de un éxito económico.
En Europa, 27 países con diferentes intereses y perspectivas tiran
en direcciones diferentes, sin suficiente solidaridad para
compensar. Los paquetes de rescate son, desde esta perspectiva,
logros impresionantes.
Tanto en Europa como en Estados Unidos, la ideología de libre
mercado, que permitió que crecieran las burbujas de activos de
manera descontrolada: los mercados siempre saben más, así que el
gobierno no debe intervenir, ahora les ata las manos a los
responsables de formular las políticas a la hora de articular
respuestas efectivas a la crisis. Uno podría haber pensado que la
crisis en sí misma socavaría la confianza en esa ideología. Por el
contrario, ha vuelto a salir a la superficie para arrastrar a
gobiernos y economías por el sumidero de la austeridad.
Si la política es el problema en Europa y Estados Unidos, solo
cambios políticos probablemente los vuelvan a colocar en el sendero
del crecimiento. De lo contrario, pueden esperar hasta que la
amenaza de sobrecapacidad productiva disminuya, los bienes de
capital se vuelvan obsoletos y las fuerzas restauradoras internas de
la economía pongan a funcionar su mágica gradual. En cualquiera de
los casos, la victoria no está a la vuelta de la esquina. (Tomado
de Rebelión)