Se celebraron las elecciones en la mitad del mandato presidencial
en Estados Unidos y con ello se produjo una nueva repartición de
cuotas de poder político entre las fuerzas dominantes de la nación
norteña. Pero la situación social y económica, interna y externa, en
ese país no se ha modificado un ápice.
Lo
único que ha cambiado es el control que cada fuerza ejerce sobre los
mecanismos del poder gubernamental ejecutivo y legislativo en el
ámbito federal y estadual. Se acrecienta la incapacidad de la elite
norteamericana para que uno o varios de esos grupos coaligados
puedan imponer su voluntad. La profundidad y la complejidad de los
asuntos están provocando la parálisis del sistema, debido a las
contradicciones que resultan de las diferencias en las fórmulas con
que se proponen dar solución a los problemas.
Mientras, los ciudadanos, cualquiera que sea su inclinación
política, siguen como hipnotizados por las andanadas encaminadas a
asegurar el condicionamiento mental con que los atacan los medios de
difusión pagados por los intereses de las grandes corporaciones
económicas y los grupos políticos republicanos y demócratas en sus
distintas versiones.
En las elecciones se gastaron a partes prácticamente iguales un
total sin precedentes de 4 000 millones de dólares, proveniente de
tres fuentes principales:
· el dinero anónimo de las grandes corporaciones e instituciones,
tanto empresariales como sociales, gastados a través de agrupaciones
dedicadas a ejercer indirectamente influencia política en apoyo a
sus candidatos favoritos, sean demócratas o republicanos;
· los fondos obtenidos por los aparatos de recaudación de los
partidos políticos;
· el dinero proveniente de la fortuna personal de los propios
candidatos.
Aunque faltan unos pocos escaños por decidir, los resultados
indican una victoria republicana y una derrota demócrata, aunque no
puede afirmarse, como lo hacen algunos de los grandes medios de
difusión norteamericanos, que se haya producido una profunda
transformación del panorama político norteamericano. No estamos ante
un resurgir del proyecto conservador que pasó a mejor vida luego de
las dos desastrosas presidencias de George W. Bush.
Lo que se hace evidente es que Obama y los demócratas han pagado
un alto precio por la inconsistencia, inhabilidad y falta de visión
políticas demostradas durante los dos años de gobierno demócrata.
Por otra parte, a los republicanos les han resultado efectivas las
tácticas empleadas de concentrar sus esfuerzos en aglutinar sus
partidarios en distritos electorales de fuerte base conservadora y
donde la población resulta más afectada por la crisis económica, a
fin de derrotar a los candidatos demócratas más vulnerables.
Sin embargo, los resultados también demuestran que el electorado
de los Estados Unidos sigue la tendencia de agruparse por
territorio, predominando los demócratas en los estados más populosos
y las llamadas megalópolis, mientras los republicanos están más
presentes en las áreas del país de menor densidad de población y
cuya economía tiene su base en la agricultura. Concretamente, los
estados del nordeste, de la franja Atlántica Media y de la costa del
Pacífico (donde se asienta alrededor del 40% de la población del
país y representan el 35% de los votos electorales para la elección
presidencial), siguen eligiendo mayoritariamente a los candidatos
demócratas, mientras que en el sur, el suroeste, las praderas y las
Montañas Rocosas, sigue siendo patente que los republicanos ostentan
el poder político.
Hay un octavo territorio, el Medio Oeste que mezcla las
características de cada una de estas agrupaciones y que es el más
golpeado por la crisis económica, tanto, que frecuentemente se le
identifica como "el cinturón del óxido", donde la preferencia del
electorado oscila entre republicanos y demócratas y ninguno de estos
dos partidos han conseguido mantener un dominio estable. Se perfila
para las elecciones del 2012, como lo fue en las del 2010, como el
"campo de batalla" decisivo. Abarca los estados de Illinois,
Michigan, Ohio, Indiana, Iowa, Minnesota. Wisconsin y Missouri, a
los cuales deben agregarse por sus similitudes socio-políticas a
Pennsylvania, Virginia y West Virginia, estados considerados del
Atlántico Medio, y a Kentucky, que se ubica entre los de la región
sur. Son estados que representan 139 votos electorales o más de la
cuarta parte de los necesarios para ser electo presidente y por esta
razón es el inevitable "campo de batalla" electoral.
En estas regiones la votación se comportó, en líneas generales
con la tendencia que se ha ido consolidando en los últimos 50 años
(desde 1960).
El Medio Oeste ampliado que mencionamos en el párrafo precedente,
fue la región donde teniendo en cuenta que no es un territorio
controlado por los republicanos, los demócratas sufrieron las
principales derrotas: cuatro de los seis senadores; cinco de los
nueve gobernadores netos que perdieron; y 22 de los 60 puestos de
representantes que pasaron a manos republicanas.
Un resultado más favorable obtuvieron los demócratas en la Costa
Este y en el Pacífico. Solo perdieron once escaños de
representantes, seis de ellos en Nueva York, donde mantienen una
cómoda y sólida ventaja en la bancada de ese estado en la Cámara; no
perdieron ningún cargo de senador y mientras recuperaron la
importante gobernación de California, más la de Hawaii, solamente
perdieron el control de la de Rhode Island, pero con la ventaja de
que el triunfador Lincoln Chaffee (ex republicano que compitió como
independiente) es más favorable a los demócratas y a Obama que el
que iba como candidato demócrata y al cual Obama se negó a dar
respaldo.
El resto de las pérdidas demócratas se produjeron en territorio
sólidamente republicano, lo cual refleja el carácter selectivo de la
ofensiva republicana, poniendo como objetivos a derrotar aquellos
candidatos demócratas más vulnerables por tener su sede en distritos
o estados que apoyaron mayoritariamente a McCain en el 2008 o en
regiones muy golpeadas por la crisis económica.
Hay una interesante consecuencia de esa táctica republicana que
puede contribuir a dar más homogeneidad a lo que resta de la bancada
demócrata en la Cámara. Algo más de la mitad de la cincuentena de
representantes demócratas integrantes de la conservadora Coalición
de los Perros Azules (Blue Dogs Coalition) perdieron sus contiendas.
Es decir, que este grupo, con mucha frecuencia enfrentado a las
iniciativas de Obama ha perdido una considerable parte de su empuje
político y legislativo dentro de las filas demócratas. Además, este
resultado contradice el criterio del alza conservadora.
Y hablando de conservadores, el movimiento Tea Party se convirtió
en una "bendición" a medias para los republicanos debido a sus
posiciones extremas que lo llevaron hasta enfrentarse a figuras
republicanas por considerarlas no confiables desde el punto de vista
político. Sin poner en duda su capacidad movilizadora en la base,
los resultados fueron una mezcla de éxito y de fracaso. Ejemplos son
la batalla exitosa que libró el líder de la mayoría demócrata en el
Senado, Harry Reid, para defender su cargo de senador frente a la
candidatura de Sharron Angle, una "estrella" del movimiento Tea
Party. Otro, el éxito que aparentemente ha logrado la senadora
republicana y ahora independiente de Alaska, Lisa Murkowski en su
enfrentamiento con el candidato republicano Joe Miller, apoyado por
la "reina" del Tea Party, la ex gobernadora Sarah Palin. Murkowsi
lanzó una campaña para un voto personal por ella (write-in). La
votación ha resultado muy reñida; el 3 de noviembre, revisadas el
99% de las urnas el voto personal (o libre) que Murkowski ha
promovido recibió el 41% de los sufragios, mientras que Miller
cuenta con 34% y su contrincante demócrata un 24%. Ahora hay que
contar todos los votos personales, operación que comenzará el 10 de
noviembre para decidir quién es el ganador, que bien pudiera ser
Murkowski. El resultado de la elección en California es también otro
ejemplo de las debilidades del Tea Party, aunque no se puede negar
que este movimiento ha sido el factor más dinámico en estas
elecciones y ha ejercido mucha influencia en cambiar las reglas de
juego.
En realidad, el Tea Party es un conglomerado de personas, que con
un nuevo ropaje ha venido a asumir el papel de la corriente
conservadora extremista y fanática que anteriormente fue jugado por
la llamada derecha evangélica.
Los sondeos de boca de urna durante las elecciones fijaban para
el Tea Party el mismo patrón de voto que el que funcionó para la
derecha evangélica: más del 90% de los votantes Tea Party es anti-Obama;
cerca del 90% de los que apoyan a Obama son anti-Tea Party. Más del
50% de aquellos con ingresos superiores a 100 000 dólares apoyan al
Tea Party, mientras que la mayor parte de los que reciben ingresos
de menos de 50 000 dólares anuales apoya a Obama.
Las elecciones recién concluidas marcan el hito de partida del
proceso eleccionario hasta la toma de posesión del nuevo presidente
norteamericano en enero del 2013. Dos son los elementos esenciales
de esta jornada. Uno, la capacidad que tenga el presidente Obama de
aglutinar suficientes fuerzas para llevar a cabo un efectivo
programa de gobierno (que resuelva problemas, aunque sea de manera
parcial), más allá o más acá de promesas electorales. Otro, la
definición de las coaliciones políticas republicanas y demócratas
alrededor de sus respectivos candidatos presidenciales, que en el
caso demócrata girará alrededor de la designación de Barack Obama,
mientras que en el republicano se presenta un panorama totalmente
abierto.
Para lograr ser designado como candidato a la reelección, Obama
tendrá que lidiar en lo que resta de su gestión presidencial con la
crisis económica que afecta el país, mientras procura gobernar de
forma consecuente con las aspiraciones de la población, en lo cual
deberá derrotar los intentos republicanos de dar marcha atrás a la
reforma del sistema de salud, de las regulaciones a las entidades
financieras y para eliminar los impuestos federales a las personas
de altos ingresos y reducir los gastos fiscales.
En cuanto al panorama internacional, el reto principal para Obama
es evitar una conflagración nuclear y, en lo particular, tratar de
salir del pantano en que se encuentra atascado en Afganistán, por
citar solamente dos de los asuntos más peliagudos.
En las próximas semanas podrá comenzar la confrontación con la
necesidad que tiene Obama de obtener la aprobación del Congreso para
subir el tope autorizado para la deuda pública del país.