Más
que las revelaciones de una autobiografía convencional, los
Diarios de José Lezama Lima (Ed. Unión), compilados y anotados
por Ciro Bianchi Ross, son confesiones intelectuales, cuya mayor
utilidad es el acercamiento que nos permite al entendimiento del
sistema poético del autor de Paradiso, esa novela monumental
del siglo XX cubano.
Como expresa en el prólogo Bianchi Ross, la publicación de estos
Diarios comprendidos en las etapas de 1939-1949 y de
1956-1958, forman parte del empeño por acercar al lector a un Lezama
total.
Encontrados en la papelería inédita que, hasta su muerte,
custodió María Luisa Bautista Treviño, viuda del escritor, se
sospecha que quizás falta en ellos alguna que otra página suprimida
por voluntad de la albacea, pero ello no impedirá al lector de este
volumen extraer inquietudes y reflexiones de rotundo interés,
acercarnos a un pensamiento y una forma de vivir poco frecuentes en
la historia de la literatura cubana, por lo general, mucho más
apegada en sus fuentes a lo vivencial y a un realismo fundamentado
en su testimonio.
En la entrevista que sirve de apéndice al libro titulado
Asedio a Lezama, el entrevistador Ciro Bianchi pregunta a su
autor si Paradiso es una novela autobiográfica. "Hasta el
punto en que toda novela es autobiográfica, Paradiso es una
novela autobiográfica", responde el interrogado.
Sin embargo, quienes se hayan acercado a su lectura, sabrán que
este texto solo puede ser interpretado como un acápite de un todo y
que, más que acontecimientos, la obra resume una sucesión de
imágenes y personajes que, sobre todo, se expresan a partir de sus
ideas y no de sus actos.
Por eso no resulta extraño que los Diarios de Lezama
reflejen las impresiones que le producen sus lecturas, la audición
de ciertas piezas musicales o la contemplación de obras pictóricas y
que, aun cuando se mencione en ellos a importantes figuras de las
letras y las artes con las que mantuvo una profunda amistad, los
apuntes carezcan de incidencias relacionadas con experiencias
vitales, entendidas estas últimas en un sentido que podríamos
denominar hemingweyano, para ilustrar mejor una concepción de la
existencia basada en la relación entre el hombre y su entorno
físico.
En la citada entrevista, Lezama define su novela como una
summa, "una totalidad en la que aparecen lo muy cercano e
inmediato, el caos y el Eros de la lejanía". Pero resulta muy
evidente que el mundo intelectual sobrepasa y protagoniza el núcleo
de una obra donde la imagen es el recurso expresivo preponderante.
Lo mismo sucede con estos Diarios. No encontraremos en
ellos peripecias ni confesiones sentimentales, sino ejercicios del
intelecto superior que pugna por convertir al hombre en instrumento
de su mente, relacionando e interpretando más que disfrutando
hedonistamente de los placeres sensoriales.
Si bien los Diarios compilados por Bianchi Ross son apenas
esbozos, apuntes aleatorios, no dejan de resultar interesantes para
entender a un hombre cuyas claves pueden resumirse en esta
confesión: "El mucho leer y la muerte de mi padre, el 19 de enero de
1929, me alucinaron de tal forma que me fueron preparando para
escribir. El ejercicio de la lectura fue completado por la
alucinación. Mis alucinaciones se apoderaban de la imagen y me
retaban y provocarían mi mundo de madurez, si es que tengo alguno".
Junto con sus ensayos, sus poemas y su narrativa, los diarios de
Lezama nos revelan a un escritor muy diferente al característico de
nuestra Isla que se alimenta, fundamentalmente, de la vitalidad y no
del intelecto. Es por eso que la epopeya lezamiana resulta tan
universal y a la vez tan cubana.