El
nombre del sabio cubano Carlos Juan Finlay ocupa un lugar prominente
en la relación de figuras universales de la ciencia que por el valor
de sus aportes, son considerados verdaderos benefactores de la
Humanidad.
Nacido en la entonces villa de Puerto Príncipe (actual Camagüey)
el 3 de diciembre de 1833, Finlay se gradúa de médico en el
Jefferson Medical College, de Filadelfia, Estados Unidos. Terminada
la carrera, de-secha varias propuestas para quedarse a trabajar en
la nación norteña y regresa a Cuba.
Pronto muestra dotes naturales como investigador y en 1864
publica un artículo en la Revista Anales titulado Bocio
exoftálmico-observación, considerado por algunos historiadores
el primer caso de hipertiroidismo descrito en Cuba. Ejerció con
éxito la oftalmología, y también fue un notable jugador y
comentarista de partidas de ajedrez.
En julio de 1872 logra ingresar a la Real Academia de Ciencias
Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en la cual atendió
durante catorce años las relaciones internacionales gracias a su
dominio del inglés, el francés y el alemán, además de participar en
debates científicos vinculados con el cólera y la fiebre amarilla.
La completa consagración al estudio de esta última enfermedad,
cuyas epidemias devastaron por años ciudades enteras del Caribe y
Centroamérica, América del Sur, África, Portugal, España, Inglaterra
y los propios Estados Unidos, dejando tras sí un número incalculable
de muertos, lo llevan a realizar sus mayores descubrimientos: la
teoría científica del contagio de las enfermedades a través de un
vector biológico, y la identificación del mosquito denominado hoy
Aedes aegypti, como el agente transmisor de la fiebre amarilla.
Más allá de librar al mundo de tan terrible flagelo con la
prédica de hacer campañas de saneamiento dirigidas a erradicar el
mosquito, Finlay abrió nuevos cauces al desarrollo de la
epidemiología y la entomología médica.
Entre 1905 y 1915 fue nominado al Premio Nobel de Fisiología y
Medicina en varias oportunidades. Según estudiosos del tema, es el
único científico cubano que hasta el presente ha sido propuesto para
merecer ese galardón.
Hombre altruista, modesto, generoso, y trabajador infatigable; al
cumplirse este 20 de agosto el aniversario 95 de su fallecimiento,
el legado de Carlos Juan Finlay adquiere una dimensión permanente
ante las reiteradas validaciones de lo planteado por él hace más de
un siglo.
Como dice su desaparecido biógrafo, el doctor José López Sánchez,
¡qué poco queda de los detractores, o de aquellos que trataron de
apropiarse de su genio para ganar gloria!