Dicen
que nuestra lengua "nació" en el territorio de la antigua Hispania
en el siglo XI, al menos de esa fecha datan las glosas que se
encontraron en el Monasterio de San Millán de la Cogolla en La
Rioja. El castellano o español, como el francés, el italiano, el
gallego, el portugués, el catalán, el rumano, son lenguas romances
que surgieron de la mezcla del latín hablado por los conquistadores
romanos y las lenguas que hablaban las poblaciones autóctonas de los
territorios ocupados, como el árabe.
En 1492, unos pocos meses antes del Descubrimiento de América por
Cristóbal Colón, Elio Antonio de Lebrija publicó la primera
gramática de la lengua castellana, que fue también la primera de las
gramáticas de una lengua romance. Todavía nuestros abuelos ordeñaban
vacas en Galicia y Asturias, cultivaban espinacas en tierras
catalanas o recogían aceitunas en Andalucía.
La lengua española que arribó a América, no fue la lengua que se
hablaba en la Corte de Toledo o Madrid, sino la lengua hablada en su
inmensa mayoría por andaluces y canarios de orígenes humildes.
Del Caribe, que fue a las primeras tierras a las que llegó el
castellano y se mezcló con las lenguas de los indoantillanos, se
extendió hacia el resto de América para fusionarse con otras lenguas
y culturas indoamericanas. Poco tiempo después, con la llegada de
los africanos, inmigrantes involuntarios que fueron cazados en sus
países de origen, trasladados por la fuerza y encadenados para
explotarlos como esclavos, entraría en contacto con nuevas culturas
y lenguas, para convertirse definitivamente en español, como le
llamamos en Cuba y en casi todos los países de América. Su
estructura gramatical, es decir, su morfología y sintaxis, su
ortografía, se mantuvo y ha mantenido sin grandes cambios, pero su
léxico se ha enriquecido notablemente.
Hoy, el español es la segunda lengua más hablada en el mundo con
casi 500 millones de hablantes, precedida por el chino mandarín. Es
lengua oficial y nacional de 21 países en Europa, América, África y
Oceanía y también la lengua internacional de varios organismos
internacionales. A pesar de todo eso, en los últimos años ha dejado
de ser una de las lenguas oficiales de importantes organismos
internacionales, los cuales escudándose en "problemas económicos"
han ido reduciendo el número de las lenguas oficiales y de trabajo
en sus reuniones a dos: el inglés y el francés, y en no pocas
ocasiones a una sola, el inglés. No porque unas lenguas sean mejores
o peores que otras o más ricas, pues todas las lenguas son
potencialmente aptas para expresarlo todo, sino porque la decisión
de que una lengua sea nacional o internacional no es una decisión
lingüística, sino eminentemente política y muchas veces depende del
poder económico de los países que las hablan.
A qué viene todo esto. Pues a que en las últimas semanas, sobre
todo, a partir del inicio de la transmisión de la controvertida
telenovela Aquí estamos, las cuestiones del lenguaje y de
cómo hablamos los cubanos, el uso de la lengua en los medios de
difusión están en la picota pública. La forma de hablar de los
personajes que aparecen en la pantalla, en su inmensa mayoría
jóvenes, pero también adultos, ha sido motivo de fuertes debates en
reuniones de la Asociación de Cine, Radio y TV de la UNEAC.
Locutores, actores, actrices, directores, funcionarios del ICRT,
escritores, periodistas, pedagogos, sociólogos, lingüistas,
participan en los debates, y es que, sin duda, se trata de un asunto
muy sensible para nuestra sociedad. La misma que dio acceso a la
educación y a la cultura a todos sus ciudadanos.
Nos comemos las eses, otras veces las decimos donde no van,
cambiamos la r por la l, no pronunciamos la d entre vocales, es "complicao",
ni al final de palabra, "¿verdá?". Todo ahora es normal, y el vale
peninsular, ha sustituido al okey norteamericano que tanto ha
durado. Y qué decir de las muletillas que nos taladran el oído como
más menos, o sea, ¿me entiendes? ¿me explico?, ¿no?, ¿verdá?, entre
otras. Las formas de vestir, o de no vestir, para asistir a lugares
públicos, centros culturales, incluso educacionales; el uso y abuso
de las llamadas malas palabras y los gestos chabacanos y estridentes
se propagan y son expresión de problemas de conducta social que se
expresan a través del lenguaje. Recordemos que la lengua no es solo
gramática, es también identidad, cultura; es conducta.
Sin embargo, a pesar de todo, lo que más nos preocupa es la
pobreza léxica que observamos en muchos de nuestros jóvenes y
adultos. Es decir la escasez de vocabulario. La reiteración de las
mismas palabras porque no se conocen otras, y la mala dicción.
Nuestra variante cubana de la lengua española es un ajiaco donde
se han mezclado, entre otras, lo español, lo indoantillano, y lo
africano de origen yoruba, bantú o carabalí, para hablar de solo
tres fuentes lingüísticas africanas, ante las cuales también debemos
asumir una posición objetiva, no vergonzante, ni discriminatoria. El
vocablo "chévere", cubanísimo, se usa hoy en muchísimos países de
América, adonde llegó a través de la música cubana, sin embargo, en
Cuba ya casi no se usa. Asere y ecobio, también de raíces africanas,
se han extendido como formas de tratamiento, sobre todo la primera,
entre nuestros jóvenes a partir de los años sesenta del pasado
siglo. Su uso hoy es habitual en el vocabulario del cubano y no
necesariamente del cubano marginal. Son aportes de otras lenguas que
se han incorporado al español de Cuba y que forman parte de nuestra
cultura. Palabras originadas en sistemas religiosos o sociedades de
fraternidad y ayuda mutua como la Sociedad Abakuá, pero que han
adquirido un nuevo valor semántico, según quienes la emplean y la
intención con que lo hacen.
Entre todos hemos ido elaborando este rico ajiaco en un largo
proceso de cocción que nos identifica como comunidad lingüística
cubana. No estamos defendiendo el uso o abuso de palabras
vernáculas, porque "lo cubano" no es solamente lo popular, lo
pintoresco, lo vulgar; esa es una concepción no solo muy estrecha,
sino errada. Lo cubano es también lo culto, lo más elaborado.
Tampoco aspiramos a una oralidad de pretenciosa facundia. Sino a un
equilibrio que dignifique nuestra manera de hablar, de expresarnos.
El mundo de las palabras crea el mundo de los valores y de las
cosas. Y es el espejo donde obligatoriamente nos miramos a diario y
también desde donde nos miran.
La cornucopia nacional tiene un emblema: LA LENGUA QUE HABLAMOS.
¿Dónde radica la cuestión? En mi opinión está en la educación
elemental cuyo cetro lo lleva sobre todo la figura del Maestro y la
enseñanza de la lengua materna por la importante función que esta
cumple, tanto para el desarrollo mental del ciudadano como para su
formación integral en cualquier campo de la ciencia, de la técnica y
de la cultura.
La jerga de los jóvenes es propia de la edad y no de la cultura,
porque los hablantes a medida que maduran abandonan el lenguaje
juvenil característico en todas las sociedades y lenguas del mundo.
Celebro la voluntad del Ministerio de Educación de brindar una
mayor atención en nuestras escuelas a la enseñanza de la ortografía,
pero a la vez abogo por que acometamos con rigor el de la enseñanza
del léxico y el de la redacción. La gramática y la ortografía se
pueden aprender en 7 u 8 años de enseñanza, pero el léxico se
aprende durante toda la vida, porque cada día surgen nuevas
palabras. Nuestros jóvenes hablan con lo que han aprendido en el
hogar, en el barrio y, por supuesto, en la escuela. Y también con lo
que no han aprendido. Por eso, no los culpemos. Ellos son el
resultado de nuestras flaquezas. El que se sienta culpable que
rectifique, el que no, que tire la primera piedra.