Crónica de viernes

Estaturas

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Como todo en la vida, los espectadores de cine también tienen una estatura.

Muñequitos, comedias y filmes de acción se encuentran en el origen de todo crecimiento, lo que no quita para que tales géneros, bien concebidos, sigan gustando hasta el último parpadeo.

Hay espectadores que, luego de ese primer acercamiento, apenas crecen y más bien se pasman entre las urdimbres del espectáculo banal: pueden ver trescientos filmes donde aparezcan las mismas escenas de ametrallamientos, o choques de carro y, sin embargo, nunca les faltará el eufórico ¡ñooooo, qué bárbaro!

El espectador que en el choque veinticinco, o posiblemente antes, se dé cuenta de que le están repitiendo la misma cucharada fílmica, e incluso, llegue a aburrirse, traspone los umbrales de una nueva estatura.

Allí podrá permanecer de por vida ("lo mío es una cierta complejidad de la trama, pero nada que me haga pensar demasiado") o, por lo contrario, dispararse en pos de la próxima talla.

Una nueva dimensión del gusto y del placer estético que —contrario a lo que algún que otro lector pueda estar pensando— no la determina el ver solo "la creme de la creme", esos filmes de un alto valor intelectual signados por el riesgo artístico.

La máxima estatura en el cine la decide el poder dictaminar lo que se está viendo en cada momento y ajustarse, o no, a la propuesta que hace el director sin caer en sus trampas —a veces muy bien elaboradas— de fácil consumo, o, por lo contrario, de pretensión intelectual detrás de la cual no hay absolutamente nada.

Comparando y pensando, uno puede relajarse y hasta disfrutar cualquier filme, aunque sea para criticar (o reírse) de sus defectos, o reprocharle al director haber perdido una buena oportunidad argumental en aras de satisfacer una amplia taquilla internacional, conformada por espectadores que nunca terminaron de crecer, entre otras cosas porque el consumo manipulado y la publicidad se lo impidieron.

Lo que sería igual a decir que uno crece viendo películas, pero no dejando el cerebro junto a los zapatos que a ratos se quita para estar más cómodo.

 

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