El encanto no proviene de tramoyas lujosas; hay pocas luces y un
set simple, con los adornos necesarios y simbólicos como los de
cualquier sala de hogar. El anfitrión evita la rimbombancia y el
pavoneo. Modera su tiempo. Su palabra se limita a provocar, pero no
se desluce ante el invitado porque sabe que para una buena
respuesta, además de un interlocutor perspicaz, son imprescindibles
la confrontación amistosa, el duelo, el asalto oportuno, el sondeo
del resquicio que ha provocado la pregunta anterior, el temor a la
que vendrá.
No existe el coqueteo artificioso y pedestre, puesto de moda por
las "estrellas" nacientes como culto a la necedad. Hay humor sano y
reflexiones profundas, hay rescate de la memoria y, lo más
importante, hay complicidad con el televidente.
Quiero pensar que Amaury Pérez ha descubierto las claves para
lograr que lo que pudiera parecer una estricta conversación de
amigos, el martes por la noche, se transforme en un programa seguido
y comentado por muchos que de manera frecuente (y por temor a morir
de aburrimiento) no consumen productos televisivos de un perfil
similar (y es prudente colocar un punto en esta frase para así, por
ahora, guardarme los ejemplos).
Aburridos por las entrevistas superficiales, melosas e
improvisadas, por la tibieza o el delirio excesivo de los
interlocutores o la imitación falsamente "criolla" de lo peor que
puede bajar desde los satélites o viajar desde las antenas foráneas,
Con dos que se quieran, por su factura excelente, no puede
pasar inadvertido. Habiendo visto los ocho primeros programas es
posible hacer comparaciones y establecer similitudes y diferencias,
para encontrar aquellos detalles que nos convidan a sentarnos todas
las semanas frente al televisor para descubrir, aprender y disfrutar
cuanto de común albergan los seres excepcionales, de ahí que la
reverencia, el saludo, el abrazo de Amaury, sin adulaciones, a la
personalidad que tiene delante lleve en sí el respeto profundo por
el ser humano, así como el reconocimiento de una verdad
incuestionable: la notoriedad o la gloria no provienen del acaso,
sino de la constancia en el trabajo y la fe en el ser humano. Una
lección suficiente.
Pero el éxito del interlocutor radica en que pregunta con astucia
y conocimiento profundo y no como quien se atiene a un guión
inviolable que alguien, al pasar, le dejó caer en las manos casi por
accidente. Sin revelar cuánto hubo de jornadas de lecturas, de
ejercicio y de apresto para encontrar el modo de obtener una
anécdota dolorosa o jovial, o una confesión sabrosa.
Con dos que se quieran coloca nuevas luces y reabre un camino
para nuevas propuestas que cambien el modo de proyectar y dar a
conocer a los más ilustres intelectuales cubanos de nuestros
tiempos. Hace tiempo que el público televidente necesitaba de
iniciativas como estas.