Con dos que se quieran

ERNESTO PÉREZ CHANG

El encanto no proviene de tramoyas lujosas; hay pocas luces y un set simple, con los adornos necesarios y simbólicos como los de cualquier sala de hogar. El anfitrión evita la rimbombancia y el pavoneo. Modera su tiempo. Su palabra se limita a provocar, pero no se desluce ante el invitado porque sabe que para una buena respuesta, además de un interlocutor perspicaz, son imprescindibles la confrontación amistosa, el duelo, el asalto oportuno, el sondeo del resquicio que ha provocado la pregunta anterior, el temor a la que vendrá.

No existe el coqueteo artificioso y pedestre, puesto de moda por las "estrellas" nacientes como culto a la necedad. Hay humor sano y reflexiones profundas, hay rescate de la memoria y, lo más importante, hay complicidad con el televidente.

Quiero pensar que Amaury Pérez ha descubierto las claves para lograr que lo que pudiera parecer una estricta conversación de amigos, el martes por la noche, se transforme en un programa seguido y comentado por muchos que de manera frecuente (y por temor a morir de aburrimiento) no consumen productos televisivos de un perfil similar (y es prudente colocar un punto en esta frase para así, por ahora, guardarme los ejemplos).

Aburridos por las entrevistas superficiales, melosas e improvisadas, por la tibieza o el delirio excesivo de los interlocutores o la imitación falsamente "criolla" de lo peor que puede bajar desde los satélites o viajar desde las antenas foráneas, Con dos que se quieran, por su factura excelente, no puede pasar inadvertido. Habiendo visto los ocho primeros programas es posible hacer comparaciones y establecer similitudes y diferencias, para encontrar aquellos detalles que nos convidan a sentarnos todas las semanas frente al televisor para descubrir, aprender y disfrutar cuanto de común albergan los seres excepcionales, de ahí que la reverencia, el saludo, el abrazo de Amaury, sin adulaciones, a la personalidad que tiene delante lleve en sí el respeto profundo por el ser humano, así como el reconocimiento de una verdad incuestionable: la notoriedad o la gloria no provienen del acaso, sino de la constancia en el trabajo y la fe en el ser humano. Una lección suficiente.

Pero el éxito del interlocutor radica en que pregunta con astucia y conocimiento profundo y no como quien se atiene a un guión inviolable que alguien, al pasar, le dejó caer en las manos casi por accidente. Sin revelar cuánto hubo de jornadas de lecturas, de ejercicio y de apresto para encontrar el modo de obtener una anécdota dolorosa o jovial, o una confesión sabrosa.

Con dos que se quieran coloca nuevas luces y reabre un camino para nuevas propuestas que cambien el modo de proyectar y dar a conocer a los más ilustres intelectuales cubanos de nuestros tiempos. Hace tiempo que el público televidente necesitaba de iniciativas como estas.

 

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