Tan grande fue su genio como jugador que todos recuerdan aún
aquel triunfo en el Mundial de México’86, en el que, con un gol
"tramposo" y otro gol fabuloso, dejó a los ingleses alucinando
durante varios años.
Tan incontrolable en el terreno como rebelde en sus
declaraciones, Maradona ha dicho siempre lo que piensa sin pensar lo
que dice, aunque luego lo condenen a la hoguera la Inquisición de
los medios y los oligarcas de un deporte devenido cada vez más
industria. De ahí que a la obsesión inequívoca por hallarle un
sucesor en la escuadra albiceleste se haya sumado la intensa
polémica sobre su nombramiento como seleccionador, sin una
trayectoria sobresaliente en los banquillos, para reemplazar a Alfio
Basile.
No es para menos. La figura del técnico es importante. A veces la
gente se pregunta para qué sirve o qué lo hace a uno un buen
entrenador. Pues muy sencillo: la capacidad de inspirar y promover
un estilo de juego, una filosofía en el campo. Algo como lo que hizo
Beckenbauer en Alemania, con Lothar Mathaus ejerciendo como su álter
ego en el puesto de líbero de la Manshaft. O como lo que ha hecho
Dunga con Brasil, que ahora recuerda en buena medida a aquella
selección que él mismo capitaneó en Estados Unidos’94, con tres
pivotes defensivos en el centro del campo. No era aquel Brasil,
desde luego, el más vistoso que se haya visto, aunque igual terminó
proclamándose campeón frente a la Italia de Roberto Baggio y Arrigo
Sacchi.
Tampoco es que sea sencillo conseguir que once tipos repitan
sobre el césped lo que tú hacías cuando eras jugador —menos aún si
fuiste, como Maradona, un genio capaz de lo imposible—, pero algo de
eso debe traslucir el equipo.
Esas señas de identidad, sin embargo, todavía no se vislumbran en
la Argentina del Pibe de Oro, que más que un elenco voluntarioso y
anárquico semeja un titán lobotomizado. Un conjunto que deambula por
el campo de noche y con las luces apagadas. No es que juegue mal,
no. Es que simplemente no juega. Vence poco y convence menos.
Durante las eliminatorias, el Pelusa no dio con la piedra de toque
para definir una alineación tipo y para disputar ocho encuentros y
un puñado de amistosos convocó a 108 jugadores.
Entre el estupor y la polémica, Argentina transitó de su mano por
un auténtico calvario y de endosarle un 4-0 a Venezuela pasó a ser
goleada 6-1 por Bolivia. Poco importó que Maradona congregase a sus
jugadores en una misa en Ezeiza para restaurar la fe en el equipo.
No hubo milagro. Jugando como local en Rosario, la defensa
albiceleste se abrió para el ataque de Brasil como las aguas del Mar
Rojo para Moisés y terminó aplastada 1-3. Luego perdió 1-0 con
Paraguay y se vio al borde del abismo.
Sin otro armador que Verón (tras la renuncia de Riquelme), ni más
argumento que su vocación de soltar el bofe en el campo, Argentina
venció 2-1 a Perú, bajo un diluvio, con un gol de Martín Palermo en
el último segundo. Y luego envió a Uruguay a la repesca, con
estreñido triunfo de 1-0, en otro choque de pocos disparos, casi
ninguna ocasión clara y en el que los charrúas no bajaron los brazos
sino en el final, con el gol de Bolatti, cuando en pie y desangrados
no tenían una gota más de sudor que entregar.
Es inaudito, pero real. Tanto trabajo le cuesta a la albiceleste
marcar goles, que no parece poseer a muchos de los mejores
delanteros del momento en sus filas. Todos ellos, desde Higuaín
hasta Tévez, pasando por Diego Milito, Sergio Agüero y Ezequiel
Lavezzi, padecen la misma sequía de balones para maniobrar en
condiciones de cara a la portería rival.
No obstante, quizá ninguno de ellos sufra más que el futbolista
que mejor encaja de momento en el papel del añorado sucesor
maradoniano: Lionel Andrés Messi (Rosario, 24 de junio de 1987). O
simplemente Leo Messi, otro jugador "diferente", con facha de duende
y zurda de oro, que regatea y firma goles con inaudita facilidad,
siempre a la máxima velocidad, siempre con el balón cosido al pie.
El mejor jugador del mundo en la actualidad, ganador de todo con
el Barcelona, es apenas una caricatura de sí mismo cuando juega con
Argentina. No anota, ni desborda. Solo recibe golpes de los rivales
y críticas de los fanáticos, cuyos exponentes más acérrimos
exhortaron a "nacionalizarlo" porque, dicen, siente menos los
colores de su país que los del conjunto catalán. Como si semejante
disparate fuera posible.
Aún así, el sorteo pareció ser dadivoso con la albiceleste al
ubicarla en el Grupo B, junto a Nigeria, Sudcorea y Grecia, lejos de
los rivales más temibles como España y Brasil.
Con casi toda su dinamita arriba, las Águilas nigerianas acudirán
a Sudáfrica bajo la batuta del DT sueco Lars Lagerback, quien podrá
disponer de un ataque veloz y dinámico, con figuras como Obafemi
Martins, Yakubu Aiyegbeni, Peter Odemwingie, Victor Obinna,
Ikechukwu Uche y el imborrable Nwankwo Kanú.
En tanto, Sudcorea participará en su séptima incursión
mundialista consecutiva, con Park Ji-Sung y compañía apostando a la
sorpresa, al igual que el conjunto helénico del veterano DT alemán
Otto Rehhagel. Un elenco este último que, después de conquistar
increíblemente la Eurocopa de Portugal’04, quiere seguir haciendo
historia tras haber superado 1-0 a Ucrania en el repechaje, con el
sólido catenaccio de entonces y la dupla ofensiva de Angelos
Charisteas y Theofanis Gekas, máximo goleador de la clasificación
europea con 10 dianas.
Así pues, solo falta ver si Argentina recupera la magia y la
ciencia, la magia de sus delanteros (en especial de Messi) y la
ciencia de su juego, consistente en crear fútbol, soñarlo y
dibujarlo, pues solo de esa alquimia se puede esperar que llegue
lejos. Maradona, mejor que nadie, debería saberlo.