Camino a Sudáfrica’10 – Grupo B

El vía crucis del Mesías y la “mano” de D10S

—“La Selección es un Rolls Royce lleno de tierra, hay que limpiarlo.” Diego Armando Maradona, tras ser nombrado DT de Argentina.

ARIEL B. COYA

Si el fútbol es, como postulan algunos, la única religión sin ateos, en Argentina no existe mayor deidad balompédica que Diego Armando Maradona, el Pelusa, el Pibe de Oro, el 10 por antonomasia que, elevado a la categoría de Dios, marcó una época en las canchas del planeta, acaso la de mayor esplendor para la selección de su país.

La fe de la albiceleste en las manos de sus 10.

Tan grande fue su genio como jugador que todos recuerdan aún aquel triunfo en el Mundial de México’86, en el que, con un gol "tramposo" y otro gol fabuloso, dejó a los ingleses alucinando durante varios años.

Tan incontrolable en el terreno como rebelde en sus declaraciones, Maradona ha dicho siempre lo que piensa sin pensar lo que dice, aunque luego lo condenen a la hoguera la Inquisición de los medios y los oligarcas de un deporte devenido cada vez más industria. De ahí que a la obsesión inequívoca por hallarle un sucesor en la escuadra albiceleste se haya sumado la intensa polémica sobre su nombramiento como seleccionador, sin una trayectoria sobresaliente en los banquillos, para reemplazar a Alfio Basile.

No es para menos. La figura del técnico es importante. A veces la gente se pregunta para qué sirve o qué lo hace a uno un buen entrenador. Pues muy sencillo: la capacidad de inspirar y promover un estilo de juego, una filosofía en el campo. Algo como lo que hizo Beckenbauer en Alemania, con Lothar Mathaus ejerciendo como su álter ego en el puesto de líbero de la Manshaft. O como lo que ha hecho Dunga con Brasil, que ahora recuerda en buena medida a aquella selección que él mismo capitaneó en Estados Unidos’94, con tres pivotes defensivos en el centro del campo. No era aquel Brasil, desde luego, el más vistoso que se haya visto, aunque igual terminó proclamándose campeón frente a la Italia de Roberto Baggio y Arrigo Sacchi.

Tampoco es que sea sencillo conseguir que once tipos repitan sobre el césped lo que tú hacías cuando eras jugador —menos aún si fuiste, como Maradona, un genio capaz de lo imposible—, pero algo de eso debe traslucir el equipo.

Esas señas de identidad, sin embargo, todavía no se vislumbran en la Argentina del Pibe de Oro, que más que un elenco voluntarioso y anárquico semeja un titán lobotomizado. Un conjunto que deambula por el campo de noche y con las luces apagadas. No es que juegue mal, no. Es que simplemente no juega. Vence poco y convence menos. Durante las eliminatorias, el Pelusa no dio con la piedra de toque para definir una alineación tipo y para disputar ocho encuentros y un puñado de amistosos convocó a 108 jugadores.

Entre el estupor y la polémica, Argentina transitó de su mano por un auténtico calvario y de endosarle un 4-0 a Venezuela pasó a ser goleada 6-1 por Bolivia. Poco importó que Maradona congregase a sus jugadores en una misa en Ezeiza para restaurar la fe en el equipo. No hubo milagro. Jugando como local en Rosario, la defensa albiceleste se abrió para el ataque de Brasil como las aguas del Mar Rojo para Moisés y terminó aplastada 1-3. Luego perdió 1-0 con Paraguay y se vio al borde del abismo.

Sin otro armador que Verón (tras la renuncia de Riquelme), ni más argumento que su vocación de soltar el bofe en el campo, Argentina venció 2-1 a Perú, bajo un diluvio, con un gol de Martín Palermo en el último segundo. Y luego envió a Uruguay a la repesca, con estreñido triunfo de 1-0, en otro choque de pocos disparos, casi ninguna ocasión clara y en el que los charrúas no bajaron los brazos sino en el final, con el gol de Bolatti, cuando en pie y desangrados no tenían una gota más de sudor que entregar.

Es inaudito, pero real. Tanto trabajo le cuesta a la albiceleste marcar goles, que no parece poseer a muchos de los mejores delanteros del momento en sus filas. Todos ellos, desde Higuaín hasta Tévez, pasando por Diego Milito, Sergio Agüero y Ezequiel Lavezzi, padecen la misma sequía de balones para maniobrar en condiciones de cara a la portería rival.

No obstante, quizá ninguno de ellos sufra más que el futbolista que mejor encaja de momento en el papel del añorado sucesor maradoniano: Lionel Andrés Messi (Rosario, 24 de junio de 1987). O simplemente Leo Messi, otro jugador "diferente", con facha de duende y zurda de oro, que regatea y firma goles con inaudita facilidad, siempre a la máxima velocidad, siempre con el balón cosido al pie.

El mejor jugador del mundo en la actualidad, ganador de todo con el Barcelona, es apenas una caricatura de sí mismo cuando juega con Argentina. No anota, ni desborda. Solo recibe golpes de los rivales y críticas de los fanáticos, cuyos exponentes más acérrimos exhortaron a "nacionalizarlo" porque, dicen, siente menos los colores de su país que los del conjunto catalán. Como si semejante disparate fuera posible.

A LA ESPERA DE LA MAGIA

Aún así, el sorteo pareció ser dadivoso con la albiceleste al ubicarla en el Grupo B, junto a Nigeria, Sudcorea y Grecia, lejos de los rivales más temibles como España y Brasil.

Con casi toda su dinamita arriba, las Águilas nigerianas acudirán a Sudáfrica bajo la batuta del DT sueco Lars Lagerback, quien podrá disponer de un ataque veloz y dinámico, con figuras como Obafemi Martins, Yakubu Aiyegbeni, Peter Odemwingie, Victor Obinna, Ikechukwu Uche y el imborrable Nwankwo Kanú.

En tanto, Sudcorea participará en su séptima incursión mundialista consecutiva, con Park Ji-Sung y compañía apostando a la sorpresa, al igual que el conjunto helénico del veterano DT alemán Otto Rehhagel. Un elenco este último que, después de conquistar increíblemente la Eurocopa de Portugal’04, quiere seguir haciendo historia tras haber superado 1-0 a Ucrania en el repechaje, con el sólido catenaccio de entonces y la dupla ofensiva de Angelos Charisteas y Theofanis Gekas, máximo goleador de la clasificación europea con 10 dianas.

Así pues, solo falta ver si Argentina recupera la magia y la ciencia, la magia de sus delanteros (en especial de Messi) y la ciencia de su juego, consistente en crear fútbol, soñarlo y dibujarlo, pues solo de esa alquimia se puede esperar que llegue lejos. Maradona, mejor que nadie, debería saberlo.

 

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