A
riesgo de parecer impresionista — al fin y al cabo todo juicio de
valor sobre la música comienza por la impresión que deja en el oído
el hecho sonoro—, se me ocurre que pocas veces el título de un disco
guarda tan estrecha correspondencia con su contenido como el que
acaba de presentar el dúo Accord en un fonograma del catálogo de
Producciones Colibrí: Tarde en La Habana.
En
efecto, se me antoja la música interpretada por el clarinetista
Vicente Monterrey y la pianista Marita Rodríguez, en una producción
espléndidamente consumada por Ulises Hernández, como una posibilidad
cierta para acompañar el crepúsculo de una ciudad que carece de
brumas, donde la melancolía que en otra geografía suele identificar
el tránsito hacia la noche se desvanece ante una sugerencia danzante
y el soplo cálido que viene del mar.
Si esto es así, no se debe al azar. El repertorio serpentea por
obras que expresan desde diversos lenguajes los estados de gracia de
la vespertina insularidad. Unas piezas, las menos, concebidas para
el formato dual; otras aclimatadas mediante arreglos que no solo
apuntan hacia la traslación fiel de los originales, sino también a
las sobresalientes cualidades de los intérpretes.
Cada compositor ha inscrito su leyenda en la creación
contemporánea y esta ha sido plenamente revelada en la ejecución de
Marita y Monterrey: los aires neorrománticos de José María Vitier,
la geometría armónica del Capricho no. 2, del maestro Alfredo
Diez Nieto; la sutileza paródica de Roberto Valera en su Son a
Tina; el despliegue de imágenes de la Sonata, de Andrés
Alén; las referencias criollas de Jorge López Marín, la fluidez
melódica de Beatriz Corona y la tangencial apuesta lírica de Eduardo
Morales.
Son bienvenidas las contribuciones de dos autores que provienen
del jazz: Javier Zalba y Jorge Luis Triana. El primero entregó a
Monterrey un monólogo en el que se funden de una y otra parte el
dominio del registro expresivo más íntimo del instrumento; Triana
nos asombra cada vez más por su manera de conjugar metáforas sonoras
dinámicamente contrastantes con una férrea voluntad de estilo.
Marita y Monterrey responden a todas las exigencias. Acople es un
término reivindicado por un ejercicio para nada retórico. Lo
trascendente es la atmósfera.