En
las últimas semanas, los enemigos de las ideas y la obra de Cuba la
han estado atacando en la prensa con una furia inusual. La escalada
tiene como propósito dañar la imagen de la Revolución para hacer más
fácil el viejo y fracasado sueño de poner de rodillas a su pueblo y
torcerle el camino que escogió.
En esta nueva ofensiva, sobre todo en Europa, se ha hecho un
enorme despliegue en la prensa escrita y los medios electrónicos,
controlados por gigantescas empresas periodísticas pertenecientes a
su vez al poder económico.
En medio de una verdadera histeria de la derecha, el Parlamento
Europeo adoptó un acuerdo de condena a nuestro país que ha indignado
al pueblo cubano por la intromisión grosera en los asuntos internos
de Cuba y por expresar una política desesperada en la que se unen
reminiscencias del pensamiento colonial y la estrategia imperialista
de dominación mundial.
Alguien medianamente informado de cómo operan los medios, la
política y los intereses hegemónicos en el mundo, no puede pensar
que la causa de todo ese escándalo es la muerte voluntaria de un
recluso común, pues en los tiempos que corren no son nada raro, por
ejemplo, los muertos en cárceles europeas, las huelgas de hambre
como la de los maestros peruanos en reclamo de trabajo, o la cifra
preocupante de los suicidios de médicos cada año en México.
¿Será que los cubanos han invadido a otro país, utilizado aviones
sin piloto y asesinado impunemente a la población civil? ¿Habrán
quitado dinero a los pobres para salvar a unos pocos banqueros?
¿Decidió el Gobierno cubano matar a haitianos en lugar de curarlos,
lanzar gases para disciplinar a desempleados o reprimir a
inmigrantes? ¿En algún lugar habrá instalado bases militares con el
pretexto de alfabetizar o extirpar las cataratas? ¿Estará la pequeña
isla haciendo sufrir a otro pueblo con un bloqueo inmisericorde?
¿Robó atletas a otras naciones? ¿Dinamitó en el aire algún avión con
pasajeros?
Esas y muchas otras preguntas se hace toda persona honrada ante
esa avalancha cargada de cinismo, mentira y tergiversación, en la
que el país víctima es presentado como victimario.
Basta leer para descubrir sin mucho esfuerzo el carácter
concertado de la campaña. En estos días de proceso electoral se
ataca al sistema político que se han dado los cubanos por decisión
propia.
Se presenta como un pecado la unanimidad a la hora de votar en la
Asamblea Nacional. Por supuesto que jamás se ha aprobado una ley en
contra de los intereses del pueblo, pues todos los que legislan son
los representantes de ese mismo pueblo. Un proyecto de ley de corte
neoliberal para privatizar el patrimonio nacional es impensable en
Cuba, donde no existen apetencias imperiales ni tampoco un Gobierno
que dice mentira en su Parlamento para justificar el envío de
jóvenes a morir en una guerra infame.
En esta nueva ofensiva anticubana, no faltan las groseras
manipulaciones sobre la prensa, los periodistas y los estudiantes de
esa carrera. Nunca hemos rendido cuenta de nuestro trabajo a quienes
en realidad no les interesa ni el periodismo ni la vida de los
periodistas actuales o futuros, sino la de aquellos que se disfrazan
de tales y cobran como vulgares mercenarios.
El pueblo cubano, que es el dueño de los medios, conoce sus
aciertos y limitaciones, tanto de carácter objetivo como subjetivo,
sabe de nuestros esfuerzos para hacerlos mejores, del daño del
bloqueo que impide los recursos para dotarlos de equipamiento
moderno y de una pujante industria de contenidos, y sufre los
efectos de una política de hostilidad permanente en el terreno de la
propaganda subversiva y la agresión radial y televisiva.
A pesar de las calumnias y las limitaciones, no se puede negar el
respeto a la verdad y a la integridad física y moral de los
periodistas en Cuba, donde el último colega asesinado por ejercer su
opinión fue un reportero ecuatoriano ultimado por la tiranía de
Batista en 1958, ocho meses antes de que triunfara la Revolución.
La opinión pública del mundo y en especial la europea tienen
derecho a conocer la verdad de Cuba, a exigir que no la engañen y
que se respete la decisión de los cubanos de vivir con justicia y
dignidad. Insistir en la mentira solo hará repetir los descalabros
de una política que no tiene la más mínima posibilidad de éxito en
nuestro país, pues está basada en la imposición, la prepotencia y el
chantaje.