Jóvenes al campo: entre la productividad y el romanticismo

Leticia Martínez Hernández

Todavía recuerdo la cara de espanto que cada mañana, y durante un mes, ponía aquel hombre que nos esperaba a la entrada de los campos de papa. La avalancha de jóvenes que comenzaba a bajar de los camiones no parecía ponerle feliz, la repentina dureza de su rostro contrastaba con la loable misión que todos los amaneceres rompía nuestros sueños y nos alistaba para doblar el lomo. Algunos no se percataban del malhumor, para otros eran resabios de viejo, y solo unos pocos adivinaban el porqué de tal enojo: "Tanta gente, tantos recursos y tan pocos sacos recogidos".

Foto: Jorge Luis González Antes de movilizar a los jóvenes al campo debe preverse hasta el más mínimo detalle económico.

Por aquellos días muchos compartimos con el compañero, que nos asignaba los surcos y las normas, el malestar de tanta improductividad, pero una única respuesta recibíamos quienes nos quejamos: "Nos toca estar en el campo, hagamos lo que hagamos". Sin embargo, las paredes de la escuela pedían a gritos una mano de pintura, la suciedad merodeaba por todos lados, los césped, otrora bellezas, crecían hasta casi taparnos, las mesas y sillas tambaleaban por falta de mantenimiento, los escombros se acumulaban¼ Pero aquello no parecía estar entre lo calificado como "aporte de los jóvenes". Había que ir al campo, amén de todo lo que se gastara en transporte, alimentos y albergue; números altísimos y que para nada se correspondían con nuestro aporte.

Lo importante, era ir al campo y mientras más fuéramos, mejor. Nosotros no lo pasábamos tan mal, pues luego de unas horas pegados a la tierra venía el tiempo de descansar debajo de un árbol, bañarnos en el río más cercano, jugar dominó, tirar un pasillo en la plazoleta, y hubo hasta quien consiguió en medio del surco su primer novia o novio. Mientras, el país se desgastaba en recursos para que sus jóvenes vivieran la etapa de escuela al campo.

No pretendo arremeter contra una iniciativa que cuando se hace bien y con inteligencia puede dejar magníficos dividendos, tanto productivos como personales. Para nadie es un secreto que nuestros jóvenes son trabajadores, y que cuando se imponen una meta difícilmente dejen de cumplirla. Ahí está, y bien visible, el encomiable quehacer de la Brigada 50 Aniversario de la Revolución que ha levantado del mismísimo suelo a la Isla de la Juventud para bien de los pineros y de los propios brigadistas, quienes quizás por vez primera se han sentido tan útiles. Pero esta no es la generalidad.

Como le escuché decir a José Ramón Machado Ventura, Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, mientras compartía con los jóvenes en el IX Pleno de la UJC, debemos dejar atrás el romanticismo de las inmensas movilizaciones que terminan dando más pérdida que resultados, sobre todo ahora que el país está en la urgencia de cuantificar hasta el más mínimo gasto. Mirar primero cuánto vamos a aportar, cuánto va a costar, saber hasta el detalle las normas, y si no da resultado entonces es preferible no convocar, dijo allí Machado.

Sin embargo, todavía salen en algunos de nuestros periódicos con bombos y platillos los miles de muchachos que se movilizan hacia la agricultura, pero nadie dice cuánto ayudaron. Y si es dañina esta tendencia para la Revolución, también lo es para los jóvenes, quienes al no sentirse útiles terminan desmotivados.

Entonces me pregunto: ¿No necesita el país, ahora con urgencia, el apoyo de los jóvenes en otras esferas que pueden costar menos y ser más provechosas? Hablo, por ejemplo, del apremiante saneamiento de nuestras ciudades amenazadas por enfermedades que conviven con la suciedad. ¿Por qué no van nuestros mejores jóvenes de casa en casa explicando por qué hace falta fumigar o arreciar la higiene? ¿Por qué no se suman a las brigadas de recogida de escombros e insuflan energía joven y revolucionaria a una brigada no totalmente convencida de la necesidad de su trabajo?

Toca a los jóvenes involucrarse, ayudar a su Revolución, pero hacerlo bien y donde verdaderamente sean útiles. De ellos debe partir la iniciativa de influir en lo que incide negativamente en su territorio, no esperar las orientaciones de arriba y lanzarse a resolver los problemas antes de que ellos nos coman. Puede ser con una guataca en la mano, con un equipo de fumigación, con una carretilla para cargar basura, con una tiza en la mano, con una bolsa de tierra para reforestar, con un saco para recoger materias primas, con lo que sea, pero con resultados.

Precisan también los organismos rectores de estar a la viva, y cambiar estrategias con más agilidad. Las urgencias del país no pueden esperar por burocracias y reuniones que decidan, casi con letargo, dónde debe ayudar la juventud cubana. Ahora que la Educación Superior apartó un mes en su calendario escolar para el aporte de los jóvenes es buen momento para corregir el tiro y asignar tareas útiles. Y ojalá que cuando lleguemos otra vez a ayudar, nos reciban con mejor cara que aquel hombre de rostro duro. Será señal entonces de que arribó una fuerza joven capaz de trastocar las dificultades con resultados productivos.

 

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