Por aquellos días muchos compartimos con el compañero, que nos
asignaba los surcos y las normas, el malestar de tanta
improductividad, pero una única respuesta recibíamos quienes nos
quejamos: "Nos toca estar en el campo, hagamos lo que hagamos". Sin
embargo, las paredes de la escuela pedían a gritos una mano de
pintura, la suciedad merodeaba por todos lados, los césped, otrora
bellezas, crecían hasta casi taparnos, las mesas y sillas
tambaleaban por falta de mantenimiento, los escombros se acumulaban¼
Pero aquello no parecía estar entre lo calificado como "aporte de
los jóvenes". Había que ir al campo, amén de todo lo que se gastara
en transporte, alimentos y albergue; números altísimos y que para
nada se correspondían con nuestro aporte.
Lo importante, era ir al campo y mientras más fuéramos, mejor.
Nosotros no lo pasábamos tan mal, pues luego de unas horas pegados a
la tierra venía el tiempo de descansar debajo de un árbol, bañarnos
en el río más cercano, jugar dominó, tirar un pasillo en la
plazoleta, y hubo hasta quien consiguió en medio del surco su primer
novia o novio. Mientras, el país se desgastaba en recursos para que
sus jóvenes vivieran la etapa de escuela al campo.
No pretendo arremeter contra una iniciativa que cuando se hace
bien y con inteligencia puede dejar magníficos dividendos, tanto
productivos como personales. Para nadie es un secreto que nuestros
jóvenes son trabajadores, y que cuando se imponen una meta
difícilmente dejen de cumplirla. Ahí está, y bien visible, el
encomiable quehacer de la Brigada 50 Aniversario de la Revolución
que ha levantado del mismísimo suelo a la Isla de la Juventud para
bien de los pineros y de los propios brigadistas, quienes quizás por
vez primera se han sentido tan útiles. Pero esta no es la
generalidad.
Como le escuché decir a José Ramón Machado Ventura, Primer
Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, mientras
compartía con los jóvenes en el IX Pleno de la UJC, debemos dejar
atrás el romanticismo de las inmensas movilizaciones que terminan
dando más pérdida que resultados, sobre todo ahora que el país está
en la urgencia de cuantificar hasta el más mínimo gasto. Mirar
primero cuánto vamos a aportar, cuánto va a costar, saber hasta el
detalle las normas, y si no da resultado entonces es preferible no
convocar, dijo allí Machado.
Sin embargo, todavía salen en algunos de nuestros periódicos con
bombos y platillos los miles de muchachos que se movilizan hacia la
agricultura, pero nadie dice cuánto ayudaron. Y si es dañina esta
tendencia para la Revolución, también lo es para los jóvenes,
quienes al no sentirse útiles terminan desmotivados.
Entonces me pregunto: ¿No necesita el país, ahora con urgencia,
el apoyo de los jóvenes en otras esferas que pueden costar menos y
ser más provechosas? Hablo, por ejemplo, del apremiante saneamiento
de nuestras ciudades amenazadas por enfermedades que conviven con la
suciedad. ¿Por qué no van nuestros mejores jóvenes de casa en casa
explicando por qué hace falta fumigar o arreciar la higiene? ¿Por
qué no se suman a las brigadas de recogida de escombros e insuflan
energía joven y revolucionaria a una brigada no totalmente
convencida de la necesidad de su trabajo?
Toca a los jóvenes involucrarse, ayudar a su Revolución, pero
hacerlo bien y donde verdaderamente sean útiles. De ellos debe
partir la iniciativa de influir en lo que incide negativamente en su
territorio, no esperar las orientaciones de arriba y lanzarse a
resolver los problemas antes de que ellos nos coman. Puede ser con
una guataca en la mano, con un equipo de fumigación, con una
carretilla para cargar basura, con una tiza en la mano, con una
bolsa de tierra para reforestar, con un saco para recoger materias
primas, con lo que sea, pero con resultados.
Precisan también los organismos rectores de estar a la viva, y
cambiar estrategias con más agilidad. Las urgencias del país no
pueden esperar por burocracias y reuniones que decidan, casi con
letargo, dónde debe ayudar la juventud cubana. Ahora que la
Educación Superior apartó un mes en su calendario escolar para el
aporte de los jóvenes es buen momento para corregir el tiro y
asignar tareas útiles. Y ojalá que cuando lleguemos otra vez a
ayudar, nos reciban con mejor cara que aquel hombre de rostro duro.
Será señal entonces de que arribó una fuerza joven capaz de
trastocar las dificultades con resultados productivos.