Dudo
de que a alguno de los de mi grupo, en la Facultad de Periodismo, no
le hayan servido de gran provecho las clases de Inglés de la
profesora Elina, o las de Gramática que impartía Milagros. Lo que
bien se aprende, no se olvida. En cambio, las notas que no costaron
tanto tesón no dejaron una huella profunda. Por eso celebro el
renovado empeño de mejorar la calidad en la enseñanza universitaria.
Solo la exigencia consigue eso. Y nuestro Comandante en Jefe
Fidel Castro, durante la clausura del evento Universidad 2004,
insistió en que el objetivo consistía en obtener graduados a quienes
les distinguiera la calidad, no solo el título. Entonces, el único
remedio es —como se dice en términos deportivos— subir la varilla.
Desde luego que en mis tiempos de estudiante nunca me alegró una
nota de tres, ni de cuatro, pero esos puntos perdidos por titular
mal o por creer que mi redacción era ilustre cuando apenas rebasaba
lo común, me ayudaron a no conformarme con el resultado del primer
esfuerzo.
El prestigioso narrador Salvador Redonet, como mi profe de
Redacción y Composición, me enseñó —con sendas notas de tres y hasta
de dos— que escribir no es cuestión de poner palabras en un papel
usando el primer recurso que viene a la cabeza.
Casi todos considerábamos inútiles las clases de Gramática en que
elaborábamos gráficos llamados líneas de conexión; la vida laboral
en órganos de prensa demostró cuán equivocados estábamos: lo
aprendido nos persuade de realizar construcciones enmarañadas, con
exceso de oraciones subordinadas que complican la lectura.
Aquel claustro hubiera podido pensar en no perjudicar nuestro
promedio final, en darnos la alegría de un cinco en lugar de la
frustración de otra nota cualquiera, en ganarse la amistad de cada
uno con una puntuación complaciente, en que solo mantenerse
estudiando en las condiciones de periodo especial de los años 1990 a
1994 merecía ser premiado.
Pero no: coincidieron en que valía la pena exigirnos más, que lo
importante no es el promedio sino la calificación real como futuros
profesionales. Eligieron dar la cara honestamente al comunicarnos la
decepcionante nota que nos ganábamos, para que la siguiente fuera
mejor; labrar una amistad franca de veras; inculcarnos que una
prueba solo debe premiar resultados.
En la Universidad de estos días no puede ser de otro modo,
incluso el acceso: oportunidad para todos; plazas solo para quienes
estén preparados. Ya en las aulas, se ha de comenzar a exigir desde
la asistencia, y la prueba no ha de ser un mero pasatiempo sino la
demostración de que el alumno domina el contenido, que consigue
interpretar la pregunta y desarrolla con fluidez la respuesta, con
el hilo coherente de alguien que cursa estudios de nivel superior.
Por supuesto, su ortografía pretenderá la excelencia, o le
costará en las evaluaciones. He escuchado a varias personas decir
que no confiarían en un médico incapaz de escribir correctamente, y
ese comentario vale igual para un arquitecto, artista, científico o
deportista. Es como la Historia, quien no la conoce es como si
hubiera quedado sin raíces.
En cuanto a las segundas y terceras convocatorias, no son más que
otros intentos de aprobar; por consiguiente, la nota tendrá que ser
tres, lo cual impulsa a estudiar más.
Un estudiante universitario ha de sentir el peso de la carga
docente, la certeza de que solo con todos los conocimientos puede
lograr las notas más altas. Un futuro graduado de la Educación
Superior debe verse obligado a andar entre bibliotecas y con libros
entre las manos, muchas veces hasta la hora de dormir. Procurará
investigar para participar en los seminarios... y fijar lo
aprendido.
Ningún estudiante que no cumpla los requisitos recibirá el
título; no tiene sentido entregárselo si tiene lagunas ortográficas
o de conocimientos, afirmó recientemente el miembro del Buró
Político Miguel Díaz-Canel, ministro de Educación Superior.
Las carencias en la formación durante los años precedentes no
podían persistir; por eso, se realizaron los exámenes de
diagnóstico. Para quienes desaprobaron o lo hagan en lo adelante,
las 191 facultades Obrero Campesinas del país impartirán cursos de
Caligrafía, Ortografía, Redacción e Historia de Cuba.
Si son capaces de superar sus dificultades, podrán volver a
presentarse y regresar a su carrera. Será un premio a la dedicación.
La Universidad tiene que ser un desafío, una institución que no
se limita a permitir el tránsito de los estudiantes por sus aulas,
sino que pone a prueba sus conocimientos y garantiza la formación de
los profesionales competentes que necesita la sociedad.