Rigor en la enseñanza universitaria

Joel Mayor Lorán
Joel@granma.cip.cu

Foto: Jorge Luis GonzálezDudo de que a alguno de los de mi grupo, en la Facultad de Periodismo, no le hayan servido de gran provecho las clases de Inglés de la profesora Elina, o las de Gramática que impartía Milagros. Lo que bien se aprende, no se olvida. En cambio, las notas que no costaron tanto tesón no dejaron una huella profunda. Por eso celebro el renovado empeño de mejorar la calidad en la enseñanza universitaria.

Solo la exigencia consigue eso. Y nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, durante la clausura del evento Universidad 2004, insistió en que el objetivo consistía en obtener graduados a quienes les distinguiera la calidad, no solo el título. Entonces, el único remedio es —como se dice en términos deportivos— subir la varilla.

Desde luego que en mis tiempos de estudiante nunca me alegró una nota de tres, ni de cuatro, pero esos puntos perdidos por titular mal o por creer que mi redacción era ilustre cuando apenas rebasaba lo común, me ayudaron a no conformarme con el resultado del primer esfuerzo.

El prestigioso narrador Salvador Redonet, como mi profe de Redacción y Composición, me enseñó —con sendas notas de tres y hasta de dos— que escribir no es cuestión de poner palabras en un papel usando el primer recurso que viene a la cabeza.

Casi todos considerábamos inútiles las clases de Gramática en que elaborábamos gráficos llamados líneas de conexión; la vida laboral en órganos de prensa demostró cuán equivocados estábamos: lo aprendido nos persuade de realizar construcciones enmarañadas, con exceso de oraciones subordinadas que complican la lectura.

Aquel claustro hubiera podido pensar en no perjudicar nuestro promedio final, en darnos la alegría de un cinco en lugar de la frustración de otra nota cualquiera, en ganarse la amistad de cada uno con una puntuación complaciente, en que solo mantenerse estudiando en las condiciones de periodo especial de los años 1990 a 1994 merecía ser premiado.

Pero no: coincidieron en que valía la pena exigirnos más, que lo importante no es el promedio sino la calificación real como futuros profesionales. Eligieron dar la cara honestamente al comunicarnos la decepcionante nota que nos ganábamos, para que la siguiente fuera mejor; labrar una amistad franca de veras; inculcarnos que una prueba solo debe premiar resultados.

En la Universidad de estos días no puede ser de otro modo, incluso el acceso: oportunidad para todos; plazas solo para quienes estén preparados. Ya en las aulas, se ha de comenzar a exigir desde la asistencia, y la prueba no ha de ser un mero pasatiempo sino la demostración de que el alumno domina el contenido, que consigue interpretar la pregunta y desarrolla con fluidez la respuesta, con el hilo coherente de alguien que cursa estudios de nivel superior.

Por supuesto, su ortografía pretenderá la excelencia, o le costará en las evaluaciones. He escuchado a varias personas decir que no confiarían en un médico incapaz de escribir correctamente, y ese comentario vale igual para un arquitecto, artista, científico o deportista. Es como la Historia, quien no la conoce es como si hubiera quedado sin raíces.

En cuanto a las segundas y terceras convocatorias, no son más que otros intentos de aprobar; por consiguiente, la nota tendrá que ser tres, lo cual impulsa a estudiar más.

Un estudiante universitario ha de sentir el peso de la carga docente, la certeza de que solo con todos los conocimientos puede lograr las notas más altas. Un futuro graduado de la Educación Superior debe verse obligado a andar entre bibliotecas y con libros entre las manos, muchas veces hasta la hora de dormir. Procurará investigar para participar en los seminarios... y fijar lo aprendido.

Ningún estudiante que no cumpla los requisitos recibirá el título; no tiene sentido entregárselo si tiene lagunas ortográficas o de conocimientos, afirmó recientemente el miembro del Buró Político Miguel Díaz-Canel, ministro de Educación Superior.

Las carencias en la formación durante los años precedentes no podían persistir; por eso, se realizaron los exámenes de diagnóstico. Para quienes desaprobaron o lo hagan en lo adelante, las 191 facultades Obrero Campesinas del país impartirán cursos de Caligrafía, Ortografía, Redacción e Historia de Cuba.

Si son capaces de superar sus dificultades, podrán volver a presentarse y regresar a su carrera. Será un premio a la dedicación.

La Universidad tiene que ser un desafío, una institución que no se limita a permitir el tránsito de los estudiantes por sus aulas, sino que pone a prueba sus conocimientos y garantiza la formación de los profesionales competentes que necesita la sociedad.

 

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