Aunque no pocos libros con la etiqueta de best seller
traen aparejados la sospecha del marketing manipulador (y con ese
prejuicio comencé a leer la novela de McCarthy, publicada en el
2007), lo cierto es que se trata de un conmovedor y bien escrito
relato acerca de la supervivencia en un mundo pos apocalíptico.
No se explica en el libro la causa, pero se infiere que hubo una
catástrofe atómica u otra acción terrorífica que ha dejado a muy
pocos con vida sobre la Tierra. En ese entorno desolado, un padre y
un hijo de unos diez años marchan en andrajos en pos de una zona más
cálida de los Estados Unidos y se alimentan de lo que puedan,
mientras a ratos deben ocultarse, o enfrentar los peligros más
disímiles, entre ellos, el acoso caníbal.
Suspenso y aventuras, pero principalmente una reflexión pletórica
de espiritualidad acerca del valor de la vida y el amor de un padre
hacia su hijo, eso es en sustancia La carretera, la novela
que dio lugar al filme con Viggo Mortensen en el papel principal, y
que desde Venecia se augura será unas de las más importantes
películas del año.
Un tema en el cine, el de la supervivencia un día después del
horror, que es antiguo y no solo a partir de las cintas de
recreaciones cristiano-evangélicas que veían nuestros abuelos. Viejo
tema porque el asunto ––¿cuál será el final de la humanidad?–– se lo
ha venido planteando el hombre desde aquellas remotas noches en que
se sintió incapaz de explicarse, mirando hacia el firmamento, cómo
podría sobrevivir si una estrella le caía en la cabeza.
Ahora mismo Cubavisión está exhibiendo la teleserie Jericó
que recrea una catástrofe nuclear en un pueblo de Estados Unidos. Al
quedarse aislados y con necesidades de todo tipo, la comunidad se
desmorona y sale a relucir una galería de problemas sociales y
psicológicos. Lo peor (y también lo mejor) del ser humano en medio
de tanta ira y confusión.
Hubo una época en que el cine norteamericano se cebó en el tema
de "el día después". Tiempos de Guerra Fría y de paranoia galopante
en el que el mismísimo gobierno recomendaba construir refugios en
los jardines de las casas para protegerse de los mísiles soviéticos.
Durante aquellos años sesenta del pasado siglo, comenzó a
utilizarse el término "survivalista" como denominador de las
personas preocupadas por abastecerse de todo lo necesario para
afrontar una catástrofe mayor (comida en lata, combustible,
linternas, filtros de agua, armas...). Una obsesión que en alguna
medida se refleja en La carretera y que tras la llegada del
año 2000 ha sido estudiada por sociólogos y científicos de los
Estados Unidos, donde solo en el último año la venta de materiales
de emergencia se disparó en un 70%, mientras que la compra de libros
de supervivencia clasifica en los primeros lugares.
Los motivos del desasosiego son muchos, entre ellos el cambio
climático, un colapso en la producción de petróleo, un ataque
terrorista, misteriosas epidemias, el choque de la Tierra con un
aerolito y la recesión global.
En opinión del sociólogo Frank Furedi, autor del renombrado
ensayo La cultura del miedo, la imaginación de los
survivalistas transforma cualquier contratiempo en una amenaza para
nuestra supervivencia. Y ello sucede porque "hemos perdido el
sentido de proporción histórica, ya que en lugar de tratar la gripe
como un problema sanitario, la tratamos como si fuera el
Apocalipsis. Y lo mismo pasa con el terrorismo, el calentamiento
global, o la crisis económica."
"Síntoma de una sociedad atenazada por la ansiedad", eso es para
Furedi el auge que cobra en estos días el survivalismo.
Y dijo el catedrático: "La acumulación de latas de comida,
baterías y filtros de agua sería la forma de los survivalistas de
digerir su incertidumbre. De esa manera, ellos se creen moralmente
superiores a los millones de idiotas que no sentimos la necesidad de
pasarnos la vida preparándonos para el fin del mundo".
Lo cual no quita para augurar que vendrán muchas más películas,
buenas y malas, sobre el mismo tema.