Hoy no causa asombro ver a cientos de jóvenes cubanas estudiar
Medicina. Pero cuentan los historiadores que en la década del 80 del
siglo XIX, una joven admirable rompió las cadenas que ataban a la
mujer a la holganza, y con inteligencia enfrentó los prejuicios
sociales existentes entonces. Era la estudiante Laura Martínez de
Carvajal y del Camino, quien resultó la primera mujer médica
graduada en Cuba.
Aunque su infancia se desarrolló en una familia española
adinerada radicada en La Habana, conoció los nobles valores del ser
humano. Con solo cuatro años aprendió a leer y escribir. Asistió a
la Escuela de Señoritas de Manuela de la Concha Duval, y al plantel
de San Francisco de Paula, ambos en la capital.
Laura, quizás por no saber dominar sus ansias de saber, se
adelantó a la época que le tocó vivir. Impulsada por la pasión del
estudio, al terminar el Bachillerato matriculó a la edad de 14 años
Ciencias Físico-Matemáticas y de Medicina, esta última concluida el
15 de julio de 1889.
En la época, y por ser ella mujer, no le permitían ejercitar la
disección de cadáveres. Eso la obligó a concurrir domingos y días
festivos a realizar esa labor práctica, esencial para ganar
destrezas en el conocimiento de la anatomía humana.
Atrás quedaba una etapa de intensos estudios en el hacinado
hospital San Felipe y Santiago, donde demostró la firmeza de su
empeño. Una vez titulada laboró junto a su esposo el doctor Enrique
López Veitía, considerado uno de los más importantes oftalmólogos de
la época.
Después de la muerte de su esposo dejó la Oftalmología y se
dedicó a la botánica y al cultivo de las flores. Minada por la
tuberculosis, Laura murió en 1941.
Su mayor legado radica en el ejemplar desempeño, humanidad, y
voluntad a toda prueba, crecidos luego del triunfo de la Revolución
con la abnegada labor que desarrollan las mujeres cubanas en el
campo de la Medicina en nuestro país y otros continentes.