La vergonzosa historia de la OEA (II)
La OEA contra Cuba. Complicidad y legitimación
interamericana de las agresiones de Estados Unidos contra el pueblo
cubano. El combate de Raúl Roa por la dignidad
OSCAR SÁNCHEZ SERRA
oscar.ss@granma.cip.cu
El 18 de marzo de 1959, a solo dos meses y medio de la victoria
popular del Primero de Enero, el nuevo Embajador de Cuba ante la
Organización de Estados Americanos (OEA), Raúl Roa García, exponía
la posición que iba a definir en lo adelante la relación entre la
triunfante Revolución y el organismo hemisférico: [...] En largos
años no se había erguido y escuchado la voz genuina de Cuba en el
Consejo de la OEA. [...] No resulta ocioso recordarlo por lo que
tiene de novedad histórica y de obvio estímulo a los pueblos todavía
oprimidos. El derrocamiento de una tiranía mediante la acción armada
no es un suceso insólito en nuestra América; sí lo es, en cambio, la
que derribó la de Fulgencio Batista en Cuba.
Me
voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los
pueblos de nuestra América, expresó Raúl Roa en defensa de la
dignidad.
Esta posición cubana partía del conocimiento de su liderazgo
revolucionario sobre la ya para entonces breve y triste historia de
la OEA, al servicio de Estados Unidos, que desde enero de 1959 había
diseñado un plan para utilizar a la organización en contra de la
Revolución y de nuestro pueblo. Hasta ese momento, ningún mecanismo
multilateral o regional había infringido o tratado de infringir más
daño a un país que el de la OEA a Cuba.
La denominada "cuestión cubana" ocupó un lugar prioritario en la
agenda de la OEA y, de conformidad con los intereses de Estados
Unidos, comenzó a sentar las bases para el aislamiento
político-diplomático de Cuba y la activación del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), para intentar
"legitimar" una agresión militar directa contra Cuba.
En agosto de 1959, los Gobiernos de Brasil, Chile, Estados Unidos
y Perú, solicitaron la convocatoria de una Reunión de Consulta de
Ministros de Relaciones Exteriores para abordar la situación en el
Caribe. La Revolución había promulgado la Primera Ley de Reforma
Agraria, eliminando los grandes latifundios, entre ellos los de la
United Fruit, en la que tenían intereses económicos los hermanos
Allan Dulles, Secretario de Estado, y Foster Dulles, jefe de la CIA.
La V Reunión de Consulta, en Santiago de Chile, no adoptó ningún
documento condenando a nuestro país, pero creó el "marco conceptual"
que serviría a los propósitos de la política yanki contra nuestra
nación; estableció la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y
la Comisión Interamericana de Paz recibió nuevas facultades, lo cual
formaba parte de la estrategia de creación o perfeccionamiento de
herramientas que serían claves en la aplicación de directrices
yankis contra Cuba en el seno de la OEA.
Las reuniones se sucedían unas tras otras y Roa, prevenido de los
objetivos de esas citas sobre el Caribe, declaró, primero en
Washington: El Gobierno de Cuba está convencido que todas esas
acusaciones lo que pretenden es crearle a Cuba un ambiente
internacional hostil, y organizar en Cuba una conjura internacional
de tipo intervencionista, a los efectos de interferir, obstaculizar
o malograr el desarrollo de la Revolución cubana. Remataba luego en
San José sus palabras con una acusación reveladora: Si de hacer
justicia se trata, debería sancionarse, conjuntamente, a Trujillo y
al gobierno de Estados Unidos.
CONJURA Y VINDICACIÓN EN SAN JOSÉ
Del 22 al 29 de agosto de 1960 se realizó en San José, Costa
Rica, la VII Reunión de Consulta. Entre los puntos de su agenda
aparecía el fortalecimiento de la solidaridad continental y del
sistema interamericano, especialmente ante las amenazas de
intervención extracontinental, y la consideración de las tensiones
internacionales existentes en la región del Caribe, para asegurar la
armonía, la unidad y la paz de América, entre otros.
La cita adoptó una Declaración que en sus párrafos operativos 4 y
5 señalaba que ...el Sistema Interamericano es incompatible con
toda forma de totalitarismo y que la democracia solo logrará la
plenitud de sus objetivos en el continente cuando todas las
repúblicas americanas ajusten su conducta a los principios
enunciados en la Declaración de Santiago de Chile y todos los
Estados miembros de la Organización regional tienen la obligación de
someterse a la disciplina del sistema interamericano, voluntaria y
libremente convenida y que la más firme garantía de su independencia
política proviene de la obediencia a las disposiciones de la Carta
de la Organización de Estados Americanos.
En San José quedaron establecidas las condiciones necesarias,
conforme a los términos yankis, para imponer la exclusión del
gobierno cubano. En protesta, al anunciar la decisión de retirarse
de aquel vergonzoso conciliábulo, el Canciller Roa sentenció con una
memorable y contundente frase la ruptura definitiva con la OEA:
[...] Los gobiernos latinoamericanos han dejado a Cuba sola. Me voy
con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de
nuestra América.
En respuesta a los resultados de la Reunión de San José, más de
un millón de cubanos reunidos en la Plaza de la Revolución en
histórica Asamblea General del Pueblo de Cuba, adoptaron la I
Declaración de La Habana, mediante la cual se rechazaron las
pretensiones hegemónicas de Estados Unidos contra Cuba, su política
de aislamiento y el servilismo de la OEA ante esas patrañas.
LA EXPULSIÓN Y EL INTENTO DE
AISLAMIENTO
En diciembre de 1961 el Consejo Permanente de la OEA decide, a
solicitud de Colombia, convocar la VIII Reunión de Consulta de
Ministros de Relaciones Exteriores para enero de 1962 (del 22 al
31), en Punta del Este, donde se adoptaron nueve resoluciones,
cuatro de ellas contra Cuba, pero la IV era la "joya" de la OEA,
titulada Exclusión del actual Gobierno de Cuba de su
participación en el Sistema Interamericano, que era la máxima
aspiración yanki para deslegitimar en lo político y diplomático a
nuestra Revolución. La resolución fue aprobada con 14 votos
afirmativos (Estados Unidos tuvo que comprar el voto de Haití para
obtener la mayoría mínima), uno en contra —Cuba— y seis
abstenciones: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador y México.
Las dos últimas naciones expresaron que la expulsión de un estado
miembro no procedía, pues no existía una reforma previa de la Carta
de la organización.
El entonces presidente, Osvaldo Dorticós, levantó la bandera que
había alzado antes, en aquel mismo escenario, el Canciller de la
dignidad Raúl Roa: [...] Si lo que se pretende es que Cuba se
someta a las determinaciones de un país poderoso, si lo que se busca
es que Cuba capitule, renuncie a las aspiraciones de bienestar,
progreso y paz que animan su revolución socialista y entregue su
soberanía, si lo que se intenta es que Cuba vuelva la espalda a
países que le han demostrado una amistad sincera y un respeto cabal;
si, en una palabra, se intenta esclavizar a un país que ha
conquistado su libertad total después de siglo y medio de
sacrificios, sépase de una vez: Cuba no capitulará. [...] Vinimos
convencidos de que se tomaría una decisión contra Cuba pero eso no
afectará el desarrollo de nuestra Revolución. Vinimos para pasar de
acusado a acusador, para acusar al culpable aquí, que no es otro que
el gobierno imperialista de Estados Unidos. [...] la OEA se hace
incompatible con la liquidación del latifundio, con la
nacionalización de los monopolios imperialistas, con la igualdad
social, con el derecho a la educación, con la liquidación del
analfabetismo [...] y en ese caso Cuba no debe estar en la OEA.
[...] Podremos no estar en la OEA, pero Cuba Socialista estará en
América; podremos no estar en la OEA, pero el gobierno imperialista
de los Estados Unidos seguirá contando a 90 millas de sus costas con
una Cuba revolucionaria y socialista [...].
Derrotado en Girón en 1961, fracasados los planes de la Operación
Mangosta que condujeron a la Crisis de Octubre de 1962, con el
bloqueo económico, comercial y financiero ya proclamado y con bandas
terroristas combatiendo en las montañas del Escambray, a Estados
Unidos le quedaba solo internacionalizar su abyecta política, para
lo cual se vale de la IX Reunión de Consulta de Ministros de
Relaciones Exteriores, en Washington en julio de 1964, mediante una
resolución inspirada en el TIAR, que ya había desplazado a la Carta
de la OEA, disponiendo que los gobiernos de los Estados Americanos
rompieran sus relaciones diplomáticas o consulares con el Gobierno
de Cuba. Solo México mantuvo una posición digna y no se plegó a los
designios del imperio.
LA CARTA DEMOCRÁTICA Y EL FRACASO
DE UNA MALA POLÍTICA
Justo el 11 de septiembre del 2001, cuando se desplomaban las
torres gemelas en Nueva York, se promulgó la Carta Democrática
Interamericana, la más reciente y solapada maniobra yanki contra
Cuba en la OEA, la cual estableció las reglas que estaban obligados
a seguir los países para ser miembros del bloque hemisférico. Antes
no se podía ser marxista-leninista; ahora había que adoptar como
requisito la democracia representativa burguesa y el "Dios Mercado".
En el fondo, se promovía, de forma similar, la exclusión de nuestro
país.
Pero la Revolución ingresó al siglo XXI vencedora del más largo y
cruento asedio que pueblo alguno ha conocido en la historia de la
humanidad. Es un símbolo de que los poderes imperiales no son
omnímodos ni eternos. La nobleza y voluntad de nuestro pueblo es
reconocida en todo el planeta. La OEA había fracasado rotundamente.
Cuba tiene fluidas relaciones diplomáticas con todas las naciones
del hemisferio y fue aclamada en el Grupo de Río, porque ningún
pueblo del continente nos excluyó jamás. Nuestro país no se asustó,
no claudicó, no cambió un ápice su decisión soberana, no negoció su
libertad, su independencia y su libre determinación. No es una
posición de ultranza, es un principio, y fue fijado por Raúl Roa en
agosto de 1959 al decir: [...] La Revolución Cubana no está a la
derecha ni a la izquierda de nadie: está al frente de todos, con
posición propia e inconfundible. No es tercera, ni cuarta, ni quinta
posición. Es nuestra propia posición.
La vergonzosa historia de la OEA (I)
La vergonzosa historia de la OEA (III y
final) |