Recién descubro que guardaba una idea reducida de la Feria del
Libro en Cuba, que consumía un solo proceso, o a lo sumo dos: el
capitalino y el de mi provincia.
Lo descubro ahora, 17 ediciones después, porque en la versión
centro-occidental de la Feria 18 he podido seguirle los pasos al
evento cultural de más hundida raíz y he logrado estudiarlo, en sus
propios escenarios, de la misma forma en que se lee la página de un
libro, con una lectura independiente, concatenada, pero a la vez
grupal —éramos un activo puñadito de escritores—, yendo desde la
cola hasta el bajo vientre de la Isla.
De modo que he podido nutrirme con una experiencia casi ubicua
del fenómeno y tras la excursión —al triunfo de la iniciativa en
Pinar, a la agudeza editorial de Matanzas, al manejo inteligente del
recurso teórico en Santa Clara, al eficaz ejercicio de comunicación
masiva en Sancti Spíritus— he conseguido la muestra que necesitaba
para concluir/descubrir que la Feria se parece a los lugares, a los
lectores, al compromiso de los involucrados y a la gestión de los
que trabajan —y no— en la industria del libro.
La llamo así —con leve ostentación— industria, por lo que tiene
de conjunto y de pequeños y gigantes accesorios y, sobre todo, por
cómo puede impedir —o acelerar— la involución moral de una comarca,
ya sea municipio, provincia o país. Lo digo porque a medida que nos
desplazábamos de un polo ferial a otro, yo también vertía el tiempo,
a veces insustancial de la espera, en la lectura de un recién nacido
libro que abordaba el horror del machadato. Un texto casi pintado
para la Feria, promocionado por la Feria, que no habla de la Feria
de modo específico, pero refleja —sin teque y con eficacia—, cuánta
erudición le ha quitado espacio a la bellaquería y cómo el libro
inteligente le ha quitado el lugar al libro tonto y a la
maledicencia de conjunto, a la tortura, al petardo, a la escopeta de
doble cañón, a la masacre autoral/editorial tan común en el
hemisferio y que tan bien refería en la ceremonia inaugural —por lo
mismo de haberla padecido— la Presidenta chilena.
En época de huracanes sucesivos, de violencias humanas y
económicas es un lujo de primera descubrir que si el proyecto de la
Feria subsiste, es porque se ha convertido en el fruto inmediato de
la instrucción nacional, porque la figura del intelectual del patio
ha sustituido al gángster importado y porque los cubanos necesitan
el auxilio —pacífico y decente— de la lectura. Y esto lo digo menos
como lectora que como miembro de una familia mutilada por el terror
civil que en el otoño sangriento del 58, despedazó el dulce corazón
de mi abuelo. Lo que es decirlo, a la vez, como víctima de un
antiguo pánico y como agradecida consumidora de toda iniciativa
cultural que alimente la paz y la felicidad de este pueblo.
(*) Escritora pinareña.