SAO PAULO.— Antes y después de La espiral eterna, la
guitarra en el mundo y la música cubana de concierto no fueron las
mismas. Leo Brouwer tuvo la virtud de un parteaguas. Esta partitura
escrita en 1970 causó en el universo guitarrístico la misma
conmoción que el propio compositor había generado una década atrás
con Sonograma, una obra con la que irrumpió el aleatorismo en
Cuba. Junto a otras piezas de Leo para la guitarra de esa época —Cánticum
(1968) y Per suonare a due (1972)— La espiral¼
consagró universalmente a Leo como un genuino representante de
la vanguardia.
Tal confirmación gravitó en el saldo de los recitales por los que
ha ido avanzando el Festival Leo Brouwer, que organizado por la
Universidad de Sao Paulo y el Instituto Cervantes, ha puesto una
nota de efervescencia en los medios musicales de esta urbe
brasileña.
Después de su apertura en el Museo de Arte de Sao Paulo, el
Festival se trasladó a la Ciudad Universitaria, que dispone de una
magnífica sede en el anfiteatro Camargo Guarneri.
Por este escenario desfilaron intérpretes de lujo de la obra
brouweriana para la guitarra. No se trata de una lisonja: solo una
profunda comunión estética con el autor es capaz de revelar el valor
del silencio como expresión musical equivalente al sonido (Paulo
Porto Alegre en Hika, in memóriam Toru Takemitsu), comunicar
con inteligencia las claves innovadoras del discurso (Eduardo
Meirinhos en La espiral eterna), subrayar equilibradamente
una sugerencia temática (André Simao en An idea) o repasar
piezas muy transitadas con una mirada fresca (Marcelo Fernández en
Elogio de la danza y Danza característica; y el propio
Meirinhos en Variaciones sobre un tema de Django Reinhardt).
Edelton Gloedes y Paulo Porto Alegre cumplieron con creces el
cometido de ilustrar cómo Brouwer transformó el concepto de diálogo
entre guitarras en Per suonare a due y Tríptico. Sus
aportes a la música de cámara alcanzaron jerarquía en las
ejecuciones de Paisaje cubano con ritual, por Ricardo Bologna
(percusión) y Luis Afonso Montanha (clarinete bajo), y Homenaje a
Manuel de Falla, por Antonio Carlos Carrasqueira (flauta),
Alexandre Ficarelli (oboe), Luis Afonso Montanha (clarinete) y
Edelton Gloedes (guitarra). Mención aparte para las dos canciones
sobre textos de García Lorca, acompañadas por Gloedes, alma del
Festival; por la soprano Adelia Issa, voz privilegiada para los
lieder por su consistente transparencia, que nos hizo evocar, no por
su timbre sino por la actitud artística, a la gran Victoria de los
Ángeles.
El Festival reservó un momento único con la presencia de Giacomo
Bartoloni. Casi 30 años atrás, el guitarrista y compositor ganó un
concurso con Ditirambo, una obra inspirada en Cánticum.
Pero cuando se supo que estaba dedicada a Leo Brouwer, la censura de
la dictadura militar impidió que se hiciera público el
reconocimiento: Leo era cubano y Cuba era Revolución. Esta semana
Bartoloni interpretó Ditirambo ante Leo y gritó a los cuatro
vientos la dedicatoria.