Festival Leo Brouwer

Las vanguardias llegaron ya

PEDRO DE LA HOZ   
Enviado especial
pedro.hg@granma.cip.cu

SAO PAULO.— Antes y después de La espiral eterna, la guitarra en el mundo y la música cubana de concierto no fueron las mismas. Leo Brouwer tuvo la virtud de un parteaguas. Esta partitura escrita en 1970 causó en el universo guitarrístico la misma conmoción que el propio compositor había generado una década atrás con Sonograma, una obra con la que irrumpió el aleatorismo en Cuba. Junto a otras piezas de Leo para la guitarra de esa época —Cánticum (1968) y Per suonare a due (1972)— La espiral¼ consagró universalmente a Leo como un genuino representante de la vanguardia.

Tal confirmación gravitó en el saldo de los recitales por los que ha ido avanzando el Festival Leo Brouwer, que organizado por la Universidad de Sao Paulo y el Instituto Cervantes, ha puesto una nota de efervescencia en los medios musicales de esta urbe brasileña.

Después de su apertura en el Museo de Arte de Sao Paulo, el Festival se trasladó a la Ciudad Universitaria, que dispone de una magnífica sede en el anfiteatro Camargo Guarneri.

Por este escenario desfilaron intérpretes de lujo de la obra brouweriana para la guitarra. No se trata de una lisonja: solo una profunda comunión estética con el autor es capaz de revelar el valor del silencio como expresión musical equivalente al sonido (Paulo Porto Alegre en Hika, in memóriam Toru Takemitsu), comunicar con inteligencia las claves innovadoras del discurso (Eduardo Meirinhos en La espiral eterna), subrayar equilibradamente una sugerencia temática (André Simao en An idea) o repasar piezas muy transitadas con una mirada fresca (Marcelo Fernández en Elogio de la danza y Danza característica; y el propio Meirinhos en Variaciones sobre un tema de Django Reinhardt).

Edelton Gloedes y Paulo Porto Alegre cumplieron con creces el cometido de ilustrar cómo Brouwer transformó el concepto de diálogo entre guitarras en Per suonare a due y Tríptico. Sus aportes a la música de cámara alcanzaron jerarquía en las ejecuciones de Paisaje cubano con ritual, por Ricardo Bologna (percusión) y Luis Afonso Montanha (clarinete bajo), y Homenaje a Manuel de Falla, por Antonio Carlos Carrasqueira (flauta), Alexandre Ficarelli (oboe), Luis Afonso Montanha (clarinete) y Edelton Gloedes (guitarra). Mención aparte para las dos canciones sobre textos de García Lorca, acompañadas por Gloedes, alma del Festival; por la soprano Adelia Issa, voz privilegiada para los lieder por su consistente transparencia, que nos hizo evocar, no por su timbre sino por la actitud artística, a la gran Victoria de los Ángeles.

El Festival reservó un momento único con la presencia de Giacomo Bartoloni. Casi 30 años atrás, el guitarrista y compositor ganó un concurso con Ditirambo, una obra inspirada en Cánticum. Pero cuando se supo que estaba dedicada a Leo Brouwer, la censura de la dictadura militar impidió que se hiciera público el reconocimiento: Leo era cubano y Cuba era Revolución. Esta semana Bartoloni interpretó Ditirambo ante Leo y gritó a los cuatro vientos la dedicatoria.

 

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