El cuerno de la abundancia

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

La esperanza de que una herencia inundará de bienestar económico a todos los que lleven el apellido Castiñeiras en el imaginario Yaragüey, revoluciona hasta tal punto la monotonía de los humildes pobladores, que ni ellos mismos se reconocerán en sus bríos de tiburones hambrientos.

Juan Carlos Tabío como director, y Arturo Arango de guionista, vuelven a aunar fuerzas en su tradicional empeño de hacernos reír, a "lo cubano", de las dificultades económicas y otras vicisitudes que nos embargan, y convierten El cuerno de la abundancia en una metáfora de múltiples lecturas.

Abundan las risas y al compás de ellas la maduración de las reflexiones, tanto en el cine como después de que se sale y se camina a lo largo de la acera; una provocación, sobre todo para el análisis social, que cuando cristaliza llena de júbilo a cualquier director.

Como el arte no es ni sociología, ni política, aunque bebe de ellas, los realizadores captan el cuadro social que origina el conflicto de su comedia tal como se presenta en el momento de los hechos, sin rastrear causas ni antecedentes del por qué la mayor parte de los habitantes de su pueblo se quejan de las penurias que se ciernen sobre ellos, y de lo difícil que les resulta concretar una mejoría material en sus vidas (análisis integral que, si se quiere y dentro de los propósitos polemistas de la historia, iría por parte de los espectadores).

No porque se trate de una coproducción con España se le rinde tributo gratuito al ¡Bienvenido Mr. Marshall! (1952) de Luis García Berlanga. Una reverencia resaltante no solo en el tratamiento satírico, sino también en la forma de concebirlo: estructura de inicios sosegados que da paso a una barahúnda de hechos que rayan en lo absurdo, para luego recoger cordel y terminar con un final cercano a la frustración y al desamparo. Si en ¡Bienvenido¼ ! los sueños y sinsabores de un pequeño pueblo español cifraban sus esperanzas de mejoramiento en la llegada de unos políticos norteamericanos, que finalmente pasarán de largo sin ver ni banderas ni carteles de enhorabuena, en El cuerno... este papel de rescate, de verdadero milagro cayendo desde el empíreo, lo asume la pretendida herencia.

Aunque la película tiene referencias directas a nuestro país, aspectos tan universales como la codicia y la intolerancia en las relaciones humanas, la hacen volar por encima de fronteras. Cada uno de sus personajes, pintorescos casi todos, van a representar símiles reconocibles en nuestro entramado social: desde la muchacha de vuelo fácil, que se posa allí donde florezca el bienestar y la abundancia, hasta el joven esposo (excelente Perugorría en su papel de apocada víctima) que cada vez que puede "se lleva" tres ladrillos de una vieja construcción para tratar de arreglar la habitación donde mal vive.

Los ojos de Tabío y de Arango permanecen prestos para captar situaciones harto conocidas por la observación pública, adaptarlas a su guión y hacernos reír. En los comienzos, uno llega a pensar que hay demasiado regodeo en el costumbrismo otras veces asumido por ellos, pero el rumbo de las situaciones termina por tomar un cauce en el conflicto social muy parecido al que vimos en Lista de espera.

Se conoce que la exageración de hechos y personajes es un imprescindible en comedias como estas. Pero hay demasías en ciertos tonos del agobio y de la exasperación (ese excelente actor que es Enrique Molina, al que le hacen repetir el mismo papel de intransigente de otras veces). En su connotación de tragedia coral transcurriendo entre las más diversas variantes del humor, se abusa igualmente de un cierto tono "pedagógico" para recalcar la subsistencia del día a día que amarga a los personajes. No es que se deje de plasmar, pero en el subrayado de lo evidente se dejan de captar otros asuntos y se echa de menos aquel tono oblicuo, punzante, del que hiciera uso el gran Berlanga ––no olvidar el homenaje que le rinde El cuerno de la abundancia–– para decir de otra forma más elaborada y hasta menos predecible.

Se disfruta, en fin de cuentas, este filme de Tabío, perseverante él en sus formas de hacer reír y reflexionar, una mirada estética que tras varios usos y matices eficaces, pero ya algo repetitivos, hace pensar en lo bien que le vendría a su indiscutible talento un cambio de aire —suerte de reposo estilístico— para su próxima entrega.

 

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