La
esperanza de que una herencia inundará de bienestar económico a
todos los que lleven el apellido Castiñeiras en el imaginario
Yaragüey, revoluciona hasta tal punto la monotonía de los humildes
pobladores, que ni ellos mismos se reconocerán en sus bríos de
tiburones hambrientos.
Juan Carlos Tabío como director, y Arturo Arango de guionista,
vuelven a aunar fuerzas en su tradicional empeño de hacernos reír, a
"lo cubano", de las dificultades económicas y otras vicisitudes que
nos embargan, y convierten El cuerno de la abundancia en una
metáfora de múltiples lecturas.
Abundan las risas y al compás de ellas la maduración de las
reflexiones, tanto en el cine como después de que se sale y se
camina a lo largo de la acera; una provocación, sobre todo para el
análisis social, que cuando cristaliza llena de júbilo a cualquier
director.
Como el arte no es ni sociología, ni política, aunque bebe de
ellas, los realizadores captan el cuadro social que origina el
conflicto de su comedia tal como se presenta en el momento de los
hechos, sin rastrear causas ni antecedentes del por qué la mayor
parte de los habitantes de su pueblo se quejan de las penurias que
se ciernen sobre ellos, y de lo difícil que les resulta concretar
una mejoría material en sus vidas (análisis integral que, si se
quiere y dentro de los propósitos polemistas de la historia, iría
por parte de los espectadores).
No porque se trate de una coproducción con España se le rinde
tributo gratuito al ¡Bienvenido Mr. Marshall! (1952) de Luis
García Berlanga. Una reverencia resaltante no solo en el tratamiento
satírico, sino también en la forma de concebirlo: estructura de
inicios sosegados que da paso a una barahúnda de hechos que rayan en
lo absurdo, para luego recoger cordel y terminar con un final
cercano a la frustración y al desamparo. Si en ¡Bienvenido¼
! los sueños y sinsabores de un pequeño pueblo español cifraban
sus esperanzas de mejoramiento en la llegada de unos políticos
norteamericanos, que finalmente pasarán de largo sin ver ni banderas
ni carteles de enhorabuena, en El cuerno... este papel de
rescate, de verdadero milagro cayendo desde el empíreo, lo asume la
pretendida herencia.
Aunque la película tiene referencias directas a nuestro país,
aspectos tan universales como la codicia y la intolerancia en las
relaciones humanas, la hacen volar por encima de fronteras. Cada uno
de sus personajes, pintorescos casi todos, van a representar símiles
reconocibles en nuestro entramado social: desde la muchacha de vuelo
fácil, que se posa allí donde florezca el bienestar y la abundancia,
hasta el joven esposo (excelente Perugorría en su papel de apocada
víctima) que cada vez que puede "se lleva" tres ladrillos de una
vieja construcción para tratar de arreglar la habitación donde mal
vive.
Los ojos de Tabío y de Arango permanecen prestos para captar
situaciones harto conocidas por la observación pública, adaptarlas a
su guión y hacernos reír. En los comienzos, uno llega a pensar que
hay demasiado regodeo en el costumbrismo otras veces asumido por
ellos, pero el rumbo de las situaciones termina por tomar un cauce
en el conflicto social muy parecido al que vimos en Lista de
espera.
Se conoce que la exageración de hechos y personajes es un
imprescindible en comedias como estas. Pero hay demasías en ciertos
tonos del agobio y de la exasperación (ese excelente actor que es
Enrique Molina, al que le hacen repetir el mismo papel de
intransigente de otras veces). En su connotación de tragedia coral
transcurriendo entre las más diversas variantes del humor, se abusa
igualmente de un cierto tono "pedagógico" para recalcar la
subsistencia del día a día que amarga a los personajes. No es que se
deje de plasmar, pero en el subrayado de lo evidente se dejan de
captar otros asuntos y se echa de menos aquel tono oblicuo,
punzante, del que hiciera uso el gran Berlanga ––no olvidar el
homenaje que le rinde El cuerno de la abundancia–– para decir
de otra forma más elaborada y hasta menos predecible.
Se disfruta, en fin de cuentas, este filme de Tabío, perseverante
él en sus formas de hacer reír y reflexionar, una mirada estética
que tras varios usos y matices eficaces, pero ya algo repetitivos,
hace pensar en lo bien que le vendría a su indiscutible talento un
cambio de aire —suerte de reposo estilístico— para su próxima
entrega.